Difusión y teshuvá

Yosele era el muchacho más travieso de todo el municipio de Ulanov. Allí donde había lío, allí estaba él.

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Rabino Lazer Brody

Posteado en 05.09.21

Así que ahora, escribid este canto para vosotros mismos (Devarim 31:19).

 

Nuestros sabios deducen del pasaje anterior que a cada judío se le ordena escribir un rollo de la Torá. Con la ayuda de Hashem, la siguiente parábola nos ayudará a entender el motivo de este precepto:

 

Yosele era el muchacho más travieso de todo el municipio de Ulanov. Allí donde había lío, allí estaba él. Cuando estaba en tercer grado, ya estaba en la lista negra de todos los colegios en un radio de ocho kilómetros. Yosele no era un chico malo; simplemente parecía tener zarzas en el asiento de los pantalones: no podía quedarse quieto ni tres segundos.

 

El rabino del pueblo era un erudito con una peculiar visión de la naturaleza humana. Cuando se acercó el Bar Mitzva de Yosele, el rabino dispuso que el joven se convirtiera en aprendiz de Jaim Yankel, el herrero del pueblo.

 

El aspecto robusto de Jaim Yankel era engañoso, pues en realidad era un humilde erudito de notable piedad que dedicaba cada minuto libre al estudio de la Torá y a la plegaria. Incluso mientras herraba un caballo o arreglaba los ejes de un carro, Jaim Yankel recitaba Tehillim o Mishnaiot de memoria.

 

La herrería era una solución perfecta para Yosele. Le asombraba la forma en que Jaim Yankel manejaba los enormes caballos de tiro, el martillo y la fragua. El trabajo agotador canalizaba todas las energías de Yosele hacia un modo productivo. Yosele siempre estaba al lado de Jaim Yankel, y empezó a acompañarle también a los servicios públicos de rezos diarios. Al poco tiempo, Yosele ya había aprendido el Jumash y las Mishnaiot con su jefe estudiando a la hora del almuerzo. A los dieciocho años, Yosele ya se había transformado en un joven "kosher" y estaba listo para casarse.

 

El casamentero local encontró la pareja perfecta para Yosele: la hija de Meirke, el carretero del pueblo. Meirke no tenía mucho dinero ni tampoco posición social, por lo que estaba más que satisfecho de conseguir a Yosele, que tenía cómo ganarse la vida. Yosele, ahora experto en caballos y carros, decidió dejar el agotador trabajo de la herrería y unirse a su nuevo suegro como carretero con un caballo y un carro propios.

 

El rabino sabía que Yosele estaba bien bajo la atenta mirada de Jaim Yankel. Sin embargo, tenía sus reservas respecto a cómo se iba a comportar Yosele como hombre casado mientras viajara por el campo. Bajo la jupá, cuando llegó el momento de leer la Ketuba, o contrato matrimonial -que es un honor normalmente reservado a uno de los eruditos locales-, el rabino se dirigió a Yosele, el novio, y ante el asombro de todos dijo: "¡El novio leerá ahora la Ketuba -en voz alta- palabra por palabra!".

 

Sin más remedio, Yosele leyó la ketuba mientras el rabino traducía cada palabra del arameo a la lengua vernácula, el yidish. Yosele leyó “Ve-eflaj”, y el rabino gritó: "¡Trabajarás para tu mujer!". Yosele leyó Ve-okir, y el rabino exclamó: "¡Valorarás a tu mujer!" Yosele leyó Va-efarnes, y el rabino gritó: "¡Le proveerás el sustento a tu mujer!". 

 

Una vez terminada la lectura, el rabino mojó su pluma de ganso en un diminuto tintero de bolsillo y se la puso a Yosele en la mano: "Firma aquí", sonrió el rabino. "Tú mismo has leído la Ketuba en voz alta y clara delante de todo el mundo; ¡no puedes quejarte de que no sabías lo que está escrito en la letra pequeña! Esperamos que seas un buen marido, Yosele".

 

Hashem nos exige a todos y cada uno de nosotros que escribamos nuestro propio rollo de la Torá, pues eso requiere que nos familiaricemos con las obligaciones que están escritas en su interior. Y así como el rabino le exigió a Yosele que leyera su propia Ketuba para que no pudiera eludir la responsabilidad de adherirse a sus términos, a nosotros también se nos exige que escribamos, leamos, estudiemos y difundamos la Torá, de modo tal que no podamos alegar ignorancia de lo que está escrito en su interior.

 

De la misma manera, Rabi Najman de Breslev requiere que cada uno de nosotros haga todo lo posible para imprimir, distribuir y aprender sus santos escritos, y él mismo promete que aquellos que estudian sus escritos no sólo tendrán el mérito de hacer teshuva, sino que acelerarán la plena redención de nuestro pueblo, pronto y en nuestro tiempo, amén.

 

 

 

 

 

 

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