Patines y mezuzot – Shemot

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Rabino Pinjas Winston

Posteado en 21.12.21

Estos son los nombres de los Hijos de Israel que vinieron a Egipto con Jacob: cada hombre y su familia (Shmot 1:1)

Este versículo podría haber sido más preciso si hubiera dicho “cada hombre y su familia”. Aunque “casa” puede implicar familia, también implica “hogar”, y el pueblo judío no transportó sus hogares a Egipto…

¿O sí?

Sabemos por la parashá de la semana pasada que Yosef hizo todo lo posible para proteger al pueblo judío de las influencias de Egipto. También Jacob envió a Yehuda a Egipto para que estableciera lugares de estudio y de plegaria, adelantándose a la llegada del resto de la familia. Nadie se arriesgaba: el entorno tenía que ser lo más “kosher” posible para ellos antes de su llegada, especialmente porque iban a un lugar impuro como Egipto. Por eso el versículo dice específicamente: cada hombre y su casa, como diciendo que la familia de Jacob hizo todo lo posible para transportar su vida doméstica que habían ido formando mientras vivían seguros en Canaán, para aislarse de los efectos de la nación más inmoral de la tierra.

Esta es también la razón por la que el Sefer Shemot se abre con las palabras “Estos son los nombres (shemot)…”. Tal como señala el rabino Shimon Raphael Hirsch, las palabras “shem” (nombre) y “sham” (allí) están relacionadas, no sólo por su ortografía, sino también desde el punto de vista conceptual. El objetivo del nombre es facilitar la localización de alguien en el tiempo y el espacio, igual que la palabra “allí”. En cierto sentido, el nombre es una coordenada espiritual de la persona.

Por lo tanto, el versículo nos está diciendo que cuando la familia de Jacob bajó a Egipto, estaba espiritualmente intacta. Se los podía “localizar”, ya que eran espiritualmente diferentes al resto.

Sin embargo, esta fue sólo la forma en que “bajaron” a Egipto; no fue la forma en que “permanecieron” en Egipto, ya que vemos que con el tiempo se asimilaron a la sociedad egipcia. Sin embargo, la esencia de lo que eran no cambió con el tiempo, si bien se ocultó bajo las capas del estilo de vida egipcio. La coordenada espiritual esencial del judío había permanecido allí latente, y esto es lo que los mantuvo lo suficientemente separados como para que pudieran ser redimidos.

Esta semana fui testigo de esta idea de primera mano.

Resulta que esta semana estaba de pie en una yeshivá para baalei teshuvá estadounidenses con poca formación religiosa, leyendo el cartel de anuncios, cuando de repente pasó un joven zumbando a mi lado. Iba demasiado rápido para estar corriendo, y el ruido que hacía me indicaba que iba en patines. Lo ignoré.

Unos segundos más tarde, el mismo joven volvió a pasar volando junto a mí, y una vocecita dentro de mí me dijo: “Mira cómo hemos llegado a imitar a los no judíos. Este chico no sólo patina como un experto patinador, sino que además lo hace en un lugar de Torá. ¿Acaso ya nada es sagrado?”

Y entonces, mientras yo pensaba esto y él continuaba su camino hacia la puerta principal, su mano izquierda se extendió con precisión y, un momento después, se retiró justo antes de golpear la propia puerta. Me di cuenta de que había besado la mezuzá al salir.

Pensé para mí: la ropa y los patines no son judíos, pero el alma que lleva dentro sí lo es, y es 100% judía. Y aunque sigo sin ser un fanático de los patines (como se puede deducir), especialmente cuando se utilizan para desplazarse en un lugar de la Torá, debo decir que esa noche aprendí una gran lección: se puede sacar al judío del país, pero no se puede sacar el alma del judío.

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