Reconocer los Errores

Uno puede pensar: "¿Es apropiado que enumeremos los pecados del hombre cuando nos encontramos en el día más sagrado, frente al Rey?

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Rabino Eliahu Kitov

Posteado en 26.09.23

La persona puede pensar: “¿Es apropiado que enumeremos los pecados del hombre cuando nos encontramos en un lugar sagrado, en el día más sagrado, frente a un Rey santo y temible?…

Reconocer los Errores
La confesión oral constituye una parte fundamental de la Teshuvá, el arrepentimiento, como expresa el versículo (Números 5:7): Y confesaréis vuestros pecados, y (Proverbios 28:13): A aquel que admite [haber cometido un pecado] y [lo] abandona, se le mostrará misericordia. En ella, la persona debe especificar el pecado cometido, tal como lo hiciera Moshé Rabeinu en su plegaria (Exodo 32:31): Este pueblo, en efecto, cometió un gran pecado y erigió un ídolo de oro. La confesión es, por lo tanto, parte integral del proceso de teshuvá que constituye la esencia de Iom Kipur (Shaaréi Teshuvá 1; Mishné Torá, Leyes de Teshuvá 1:1) .
Sin embargo, ésta sólo tiene sentido una vez que la persona decidió abandonar el pecado pues, caso contrario, sería como aquel que, como es descripto por nuestros Sabios, se sumerge en la mikvé (baño ritual) para purificarse, al tiempo que sostiene un objeto impuro en sus manos; la inmersión, obviamente, no puede ser efectiva hasta tanto no deje el objeto impuro. Por este motivo, las plegarias de confesión de Iom Kipur se repiten varias veces; pues si resultaran ineficaces en determinado momento -debido a que la persona aún no ha decidido abandonar el pecado-, es posible que sí lo sean en la confesión siguiente.
 
Nuestra costumbre es recitar la confesión diez veces: dos en Maariv, dos en Shajarit, dos en Musaf y dos en Minjá -una vez durante la Amidá silenciosa, y otra junto con la congregación, cuando el Jazán repite la Amidá-; a éstas se suma una en la Minjá de vísperas de Iom Kipur [durante la Amidá silenciosa], y una en Neilá. Estas diez veces se corresponden con nuestra violación de los Diez Mandamientos de la Torá (Kolbó).
La confesión se recita de pie (Rishoním, final de Iomá; Shulján Aruj 607:3), y la enumeración de los pecados aparece en orden alfabético (Asará Maamarot, Jikur Hadín 1:6; Dvash Lefí 6) -como una ayuda a la memoria, y también para certificar los efectos de nuestras faltas sobre las veintidós letras hebreas sagradas con las cuales fue escrita la Torá (que profanamos por medio de las transgresiones). En algunas comunidades sefardíes se acostumbra a recitar la confesión siguiendo el orden normal y el orden inverso del alfabeto hebreo (Kisé Eliahu 607:3; Birkéi Iosef, ibíd. 4).
Cada persona debe recitar el orden completo de la confesión incluso si sabe que no ha incurrido en uno o más de los pecados enumerados (Sefer Jasidím 601; Jésed HaTeshuvá 6, en nombre del Arízal). Todos los integrantes del pueblo de Israel son responsables unos por otros. Como enseñaron nuestros Sabios: El versículo (Levítico 26:37) expresa: Y tropezará el hombre con su semejante; es decir, tropezará debido a los pecados de su semejante. Por tal motivo, la plegaria de confesión fue escrita en plural. Además, nunca se puede tener certeza de no haber cometido una determinada transgresión, pues existen varios niveles de pecados, e incluso si alguien no ha violado una prohibición en su totalidad, puede ser que lo haya hecho parcialmente. Sólo Di-s, quien sondea el interior del hombre, conoce todos sus pensamientos y acciones.
Se cuenta (Midbar Kedemot, “Vidúi”, de un manuscrito de Rabí Saragosi) la historia de un hombre justo que dijo al Rambam (Maimónides) que no quería utilizar la forma establecida de confesión ya que sabía que no era culpable de los pecados allí especificados y, por lo tanto, no era correcto mentir ante el Rey.
El Rambam le dijo:
Si fueras consciente de la relevancia del servicio Divino y hasta qué punto el hombre debe servir a Di-s, ciertamente comprenderías que no transcurre siquiera un solo día sin que violes todos los pecados enumerados en la confesión, así como también otros. Cada hombre es juzgado conforme su sabiduría. Las Sagradas Escrituras acusan al Rey David de haber cometido adulterio con Bat Sheva, aunque ella estaba divorciada de Uriá. David es acusado de haberlo asesinado aunque aquél era pasible de la pena de muerte. David fue castigado por haber cortado un trozo de la capa de Shaúl aunque aquél lo perseguía para matarlo. Cada persona es juzgada según su importancia, y también tú serás juzgado por las mismas palabras que has pronunciado.
Aquel que sabe que ha incurrido en uno de los pecados mencionados en la confesión debe concentrarse en él con mucha más intensidad y llorar profusamente con un genuino sentimiento de arrepentimiento (Shulján Aruj 607:2). Los pecados que no se enumeran en el texto de la confesión pueden agregarse en silencio, con llanto y remordimiento sinceros. Pero no se los debe mencionar en voz alta (véase Rambamy Raavad, Leyes de Teshuvá 2:6; Shulján Arujy Ramá607:2), para que no sean de conocimiento público, pues es mejor para la persona que sus pecados no estén revelados, como está escrito (Salmos 32:1): Dichoso aquel… cuyos pecados están cubiertos. Pero si sus pecados son públicamente conocidos, puede confesarlos en voz alta.
Al recitar la confesión, se debe golpear suavemente el corazón con el puño cada vez que se menciona un pecado, como si dijera: “Tú, con tus consejos y deseos, provocaste que pecara” (véase Kohelet Rabá 7:9 y Matnot Kehuná allí; Maguén Avraham 607:3).
La persona puede sentirse tentada a pensar: “¿Es apropiado que enumeremos los pecados del hombre cuando nos encontramos en un lugar sagrado, en el día más sagrado, frente a un Rey santo y temible? ¿Cómo podemos tener la osadía de permitir que nuestros labios mencionen las acciones viles que nos han deshonrado? ¿No sería más conveniente permanecer en silencio en lugar de echar nuestros desperdicios a través de las plegarias frente a la majestuosidad de Di-s en el Día del Juicio?”
¡Todo lo contrario! En realidad, es motivo de regocijo para Di-s el que Sus hijos expulsen todo desperdicio e inmundicia de su interior; aunque se encuentren a la entrada de Su palacio y a los pies de Su trono de juicio. Pues quien expele su suciedad, contamina el exterior y purifica su interior, mientras que si no lo hace, perdura puro superficialmente mas no internamente.
La conducta de Di-s difiere de la del hombre. El hombre se fija sólo en lo externo, mientras que Di-s sondea los lugares más recónditos del corazón en busca de la pureza. Es entonces cuando se regocija, aunque Su palacio resulte ensuciado cuando el hombre arroja sus pecados.
Nuestros Sabios enseñaron:
El versículo (Salmos 139:16) expresa: “Días fueron creados, y a El le pertenece uno”. Esto se refiere a Iom Kipur, ya que constituye una fuente de inmenso regocijo para Di-s y El lo entregó a Israel por el gran amor que siente por Su pueblo. ¿A qué se puede comparar esto? A un rey mortal cuyos sirvientes y miembros de su palacio retiran los desperdicios de la casa real y los arrojan frente a ella. Cuando el rey sale y ve los desperdicios, se siente feliz.
Además, cuando Di-s perdona a Israel por sus pecados, no Se entristece; por el contrario, Su corazón se colma de alegría, como expresa el versículo (Ezequiel 36:4,8): “Así dice Di-s, el Señor, a las montañas y a las colinas, a los arroyos y a los valles… dad vuestro fruto para mi Nación Israel ya que pronto retornará”; venid y regocijaos conmigo en Mi gran alegría al perdonar a Israel por sus pecados (Taná deBei Eliahu 1).
Es preferible que los residuos sean arrojados en la entrada del palacio del Rey a que permanezcan ocultos en los lugares recónditos del alma de Israel. Además, cuando el Rey los visita en el momento en que eliminan la contaminación de sus corazones y la arrojan hacia afuera, estos residuos son valiosos para El, y los toma y considera como un precioso regalo que Sus hijos Le han traído. Como explican nuestros Sabios (Iomá 86b): Los pecados intencionales se transforman en méritos para la persona (cuando ésta se arrepiente sinceramente). Por eso el pueblo de Israel no siente vergüenza de recitar la confesión frente a Di-s durante todo el día.
Tefilá Zaká
En muchas comunidades es costumbre que al llegar a la sinagoga, antes de Kol Nidréi, se recite fervientemente una plegaria de confesión llamada Tefilá Zaká (“Plegaria Pura”), una súplica digna de su nombre: es pura en cada una de sus palabras, purifica los corazones de las personas que la recitan, y las predispone adecuadamente para recibir al Día de Expiación con santidad, pureza y disculpa por los pecados.
La esencia de esta plegaria consiste en la aceptación de las cinco aflicciones obligatorias de Iom Kipur y la apertura de los corazones hacia el remordimiento y la confesión. Un aspecto primordial de este rezo es que, además de palabras de teshuvá ante Di-s, coloca en boca del hombre expresiones de disculpa para las faltas incurridas entre el hombre y su semejante.
Aunque el corazón de todo judío está abierto en ese momento tan imponente al arrepentimiento y la teshuvá, numerosos son los obstáculos que le impiden alcanzar la expiación, pues muchas de sus transgresiones lo son entre el hombre y su semejante. ¿Cómo puede ahora encontrarlos a todos -diseminados por los confines de la tierra- para reconciliarse con ellos? ¿Y cómo pueden sus semejantes encontrarlo a él para reconciliarse por la falta cometida en su perjuicio? Tefilá Zaká pone en boca de todos -dondequiera estén- palabras sinceras, de disculpa mutua, que apartan los obstáculos que impiden la expiación y abren los portales de la misericordia Divina.
Así, recitamos:
Dado que en este mundo no existe nadie tan justo que no haya cometido falta alguna contra su semejante -ya sea económica o física, en forma activa o por medio de palabras-, mi corazón se acongoja en mi interior por esta razón, pues Iom Kipur no expía las cuestiones existentes entre los hombres hasta tanto el ofensor no se reconcilie con aquella persona contra la cual obró mal. Mi corazón se aflige por ello y mis miembros se debilitan, ya que ni siquiera la muerte expía pecados semejantes. Por lo tanto, desahogo mis súplicas ante Ti, para que Te apiades de mí y me sean concedidos la gracia y el aprecio, ante Tus ojos y ante los ojos de todos los hombres.
Perdono totalmente a todos aquellos que han cometido perjuicios en mi contra, sea a mi persona o a mis bienes, y a todos los que han hablado mal de mí, incluso con calumnias. Asimismo, perdono a todos los que me han dañado, tanto física como económicamente, y a quienes han cometido contra mí cualquiera de las faltas entre el hombre y su prójimo. Todo ello perdono completamente. Que ningún hombre sea castigado por mi culpa. Y tal como yo he perdonado todo, pido que me concedas Tu favor a los ojos de todos los hombres para que ellos me perdonen totalmente.
Si la persona no tuvo tiempo suficiente para recitar esta plegaria antes de Kol Nidréi, lo hace inmediatamente después.
(Con la amable autorización de www.tora.org.ar)

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