Francia es un Bello Paìs

En Francia, los Derechos del Hombre no existen para los judíos. Salir a la calle visiblemente como judío resulta peligroso y ciertamente no se aconseja…

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Rabino David Yitzjak Trauttman

Posteado en 06.04.21

Traducción: Chmouel M.

 
En Francia, los Derechos del Hombre no existen para los judíos. Salir a la calle visiblemente como judío resulta peligroso y ciertamente no se aconseja
 
Francia es un bello país. ¿No es acaso el país de los Derechos del Hombre? ¿No repiten esto nuestros dirigentes políticos durante todo el año? Aquí – nos dicen – cada uno puede vivir como desea, siempre y cuando se respete a los otros.

El francés promedio lo puede testimoniar: las calles de las ciudades se caracterizan por un ambiente de profunda calma y respeto mutuo. Caminar por los centros de las ciudades resulta una actividad gratificante para toda la familia, especialmente para los niños más pequeños, a quienes podemos dejar brincar sin ningún temor. Asimismo, toda mujer sabe que puede salir sola – preferentemente luego del atardecer – y que estará encantada de constatar la mirada de admiración de los transeúntes al ver su collar de oro y sus anillos de piedras preciosas.

Los judíos tienen razones adicionales para celebrar. Desde el momento en que pueden ser identificados como tales – por ejemplo, gracias a la Kipá (solideo) colocada sobre sus cabezas- saben que los franceses pondrán el hombro para prestar ayuda y que las palabras de aliento no cesarán de llover. Particularmente recomendable es el camino entre su domicilio y la sinagoga los viernes por la noche o el sábado a la mañana. Vestidos con sus más bellos trajes de Shabát, todo judío sabe de la inolvidable experiencia que ello representa: las bendiciones lanzadas de la boca de los franceses continuarán en su memoria por largo tiempo.
 
Otros individuos son menos afortunados. Viven en un país donde para ser aceptados, deben parecerse en todo aspecto a los demás. En jeans, minifaldas o con la gorra volteada gritan "¡no existe racismo entre nosotros!". Los más convencidos resultan ser, con frecuencia, aquellos judíos que han olvidado que lo son.
Sin embargo, los judíos más auténticos, aquellos que viven, visten y creen según la Voluntad Divina, llevan otra vida. "¡Rápido, sácate la Kipá…!", "¿Estás loco? ¡Métete los Tzitzìt!…", "No pienses en ser un provocador con tu sombrero negro…", etc. Estas frases de otro tiempo son pronunciadas todos los días y son el precio de nuestro exilio.
En Francia, los Derechos del Hombre no existen para los judíos. Salir a la calle visiblemente como judío resulta peligroso y ciertamente no se aconseja. Por un lado, no es parte de nuestra naturaleza judía provocar a nuestros huéspedes. De otro, éstos son responsables de no dejarnos vivir a nuestro modo.

Saber quiénes son más virulentos contra nosotros – los franceses de origen o los musulmanes – no es un debate muy emocionante. Ambos se extenderían la mano para enviarnos en convoyes. Los musulmanes poseen al menos la franquicia de decírnoslo abiertamente.

Está escrito en nuestros textos de leyes que es bueno entrar a la mañana a la sinagoga con los Tefilín (filacteria) puestos en la cabeza y envueltos en el Talìt (manto con franjas con que se cubren los hombres judíos durante ciertos rezos). ¿Cuándo fue el último día en que usted pudo hacerlo?
Vivir en el exilio es también no darse cuenta que nos encontramos ahí.

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