El Hijo del Rey

Cuando la alegría llegó a su cumbre, se levantó el rey y le dijo a su hijo: “Puesto que soy adivino, veo en las estrellas que en el futuro perderás el reinado. Por lo tanto…

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Rabino Shalom Arush

Posteado en 06.04.21

Cuando la alegría llegó a su cumbre, se levantó el rey y le dijo a su hijo: “Puesto que soy adivino, veo en las estrellas que en el futuro perderás el reinado. Por lo tanto…

 
La Fe y los Rasgos del Carácter – La Humildad #2:
 
 
Con el fin de ilustrar lo que precede, he aquí una historia contada por el gran Justo Rabi Najman de Breslev:
 
Érase una vez un rey, que tenía un hijo único y al que quiso transmitirle su reinado en vida. Organizó un gran banquete, y como de costumbre, una gran alegría reinó, tanto más que ahora le transmitía en vida la corona a su hijo. Todos los ministros y la realeza del reino estaban presentes y todos estaban muy contentos.
 
También el país entero se regocijaba al ver cómo el rey le transmitía el reinado a su hijo, porque era un gran honor. Había allí una gran alegría. No faltaba ninguna forma de regocijo en la celebración: músicos, bufones, etc.
 
Cuando la alegría llegó a su cumbre, se levantó el rey y le dijo a su hijo: “Puesto que soy adivino, veo en las estrellas que en el futuro perderás el reinado. Por lo tanto, ten cuidado de no entristecerte cuando eso ocurra, por el contrario, conserva sólo tu alegría. Y cuando estés alegre, lo estaré yo también. Aun cuando estés triste, así y todo estaré alegre que ya no eres rey, porque si no eres capaz de conservar la alegría con la pérdida de la corona, no serías digno del reinado. Pero en verdad, si estarías alegre, lo sería todavía más”…
 
Esta  anécdota  explica  la  profundidad  del  concepto obligatorio de tener alegría aun después de un gran fracaso, o durante una prueba difícil. Ella explica también la cualidad de la humildad. El Rey, el Creador del Universo, sabe que el hombre tendrá caídas y fracasos, aun así Él nos ordena: “¡Mantente alegre! ¡Ten cuidado de no caer en la tristeza! Así como Mi voluntad fue darte el reinado y el éxito, Mi voluntad es que permanezcas alegre en tu caída. ¡Tal como te ordené no pecar, Te ordeno también que si ya has pecado – que no caigas en la tristeza!”.
 
Cada uno debe saber: ¡el Creador está contento contigo! Ya sea cuando eres un “rey” – o sea cuando tienes éxito; y está también contento contigo después de haber perdido el reinadoes decir después de tu fracaso, pero sólo si la alegría no te abandona.
 
Pero, ¿por qué es que el Creador ama a quien permanece alegre, incluso después de un fracaso? ¡Porque eso demuestra que tiene los pies sobre tierra y que conoce su verdadero lugar! No piensa que es un Justo o alguien sobresaliente. Comprende que no es nada más que un ser humano con limitaciones, destinado a pecar, como está escrito (Génesis 4:7): “El pecado aguarda en la puerta…”. Por eso, sabe que es naturalmente propenso al error y a la caída, y no se sorprende en absoluto cuando fracasa. A la inversa, cuando tiene éxito, es tocado por la Bondad del Creador y Su gran Misericordia, que influye sobre él espiritual y divinamente, y le ayuda a dominar su mala naturaleza.
 
El Creador quiere “legarle la realeza a su hijo en vida”, quiere que el hombre tenga éxito en sus empresas con la fuerza de su Padre en el Cielo. ¿Pero cuál es la señal que demuestra que es digno de recibir tal realeza? ¡Solamente cuando está dispuesto a perderla sin caer en la tristeza! ¿Por qué? Porque solamente cuando el hombre reconoce que la realeza de la que dispone – es decir los éxitos y los triunfos – le han sido dados por el Creador y no le pertenecen absolutamente – recién entonces es digno de asumirla. La mejor expresión que demuestra que el hombre se encuentra verdaderamente en este nivel de verdad y de humildad, es que sigue alegre cuando la majestad y el éxito le son retirados.
 
Sólo esa es la prueba de que logró la alegría auténtica, pues ella no depende de nada. Cuando el hombre alcanza la verdadera alegría, no es por una razón particular, sino que está alegre sin ninguna causa especial.
 
Cuando el hombre sabe que es hijo del Rey; que sólo por el mérito de su Padre está reinando en ese momento; que no es nada más que un ser de carne y hueso; que la Mala Inclinación reside en él y le tiende trampas a cada instante para hacerlo caer en sus redes; y que sin Su ayuda es incapaz de dominarla, es recién entonces cuando merece ser llamado “rey”, pues reconoce que es gracias a la Bondad y Misericordia del Creador, y mucho Le agradece por ello. Pero cuando no lo consigue y pierde la realeza, no lo considera un fracaso, solamente un retorno a su verdadero estado original – un ser humano que posee malas tendencias, egocentrismo y crueldad – y que esta vez el Creador no le ayudó a sobreponerse a su naturaleza. Su prueba consiste entonces en no perseguirse y culparse, que son expresiones de orgullo, creyendo que en sus manos estaba detener su caída.
 
Y si preguntas: ¿Por qué el Creador no le ayudó?, ¿por qué le dejó perder la realeza?, es porque el hombre se olvidó que necesitaba Su ayuda, que la fuerza de reinar proviene sólo del Creador y le adentró la fantasía de su “yo”. Pensaba dentro de su corazón: yo soy bueno; yo soy justo; yo domino; yo soy el rey… Por eso, no fue ayudado desde lo Alto, para despertarlo de los espejismos y las fantasías, y retornarlo a la realidad que él no es nada, porque si su Padre no le da la realeza “en vida” – es decir por Su decisión – no puede recibir la majestad.
 
Cuando el hombre se esfuerza para mantenerse alegre después de la caída de su nivel, repara cual fue la causa de la misma: que olvidó que su fuerza provenía del Creador. Pero cuando no cae en la tristeza y está alegre, comprueba que sabe que su fuerza no le pertenece, y Él le restablece en su nivel.
 
El Rey David pecó sólo una vez, ¡y lo recordó cada día de su vida!, como está escrito en los Salmos (51:5): “Y mi pecado está siempre delante de mí”. Es decir que comprendió que la realidad es que puede pecar, y no sólo no lo olvidaba, sino que esta realidad no le abandonaba un momento. Es así que alcanzó la humildad, y rezaba constantemente al Creador que lo salve de su Mala Inclinación y que no le deje caer en sus manos. Por eso, estaba siempre alegre, no dejaba de cantar, de rendir homenaje y de agradecer al Creador, hasta en las situaciones más difíciles; ¡aun cuando su propio hijo, Absalom, carne de su carne, se rebeló contra él, le forzó a abandonar el trono real y hasta lo persiguió para matarlo!
 
Aparentemente,  el  Rey  David  tenía  todas  las  razones para tener malos pensamientos, que el Creador lo detestaba permitiéndole caer tan bajo, y sentirse culpable y acusarse de esa situación por no haber sabido educar bien a su hijo. Pero de esto deducimos en qué medida David era digno de la majestad, y por qué el Creador le prometió que la realeza siempre sería de su descendencia, hasta la llegada del Mesías: porque supo mantenerse alegre aun después de la pérdida del reino, lo que demuestra claramente que sabía que ello provenía del Creador y que no era de su propiedad, y pudo decir de todo corazón: “Di-s ha dado y Di-s ha quitado. ¡Sea el nombre de Di-s bendecido!”.
 
Al Rey David no le importaba ser pastor o ser rey. Era lo mismo para él, ¿qué diferencia había?, lo esencial era servir al Creador. “¿Él quiere que Le sirva como pastor? – perfecto. ¿Él quiere que Le sirva como rey? – muy bien”. David no consideraba que él era rey. Al fin de cuentas, él simplemente era “David”, y cuando el Creador lo quería, era rey; y cuando no lo quería, no lo era. Así de simple.
 
Así se comporta el hombre que realmente quiere servir al Todopoderoso y no a sí mismo y a sus éxitos. Lo único que le interesa, en cualquier situación y de cualquier modo, es servir al Creador. Cuando las cosas van bien, Le agradece y sigue con su trabajo. Cuando las cosas no van como se debe, Le sirve según las circunstancias del momento, rogándole que le permita vivir en su bajeza, y mantenerse alegre.
 
Por lo tanto, lo esencial del arrepentimiento del hombre consiste en reparar su olvido del Creador, es decir su falta de fe y de plegaria. Cuando se comprueba una cierta carencia, debe arrepentirse por no haber rezado por eso, ya que demuestra su orgullo por haber pensado que podría arreglarse sin el Creador.
 
Hablando prácticamente, la convicción que “No hay más nada fuera de Él”, es la clave de todo arrepentimiento, y se debe decir: “Dueño del Universo, perdóname por haber pensado que existe otra realidad en el mundo más que Tú; de haber hecho de mí mismo una realidad – mediante mis pensamientos de orgullo, de tristeza y de cólera; Me culpé y me perseguí como si todo dependiera de mí mismo; hice de mis apetitos una realidad – como si fueran ellos mi vitalidad y mi placer, y no Tú. Transformé a las personas en una realidad – las envidié, las temí, halagué, como si ellas pudieran definir algo en mi vida”.
 
Solamente cuando el hombre se acerca al arrepentimiento como describimos – comprobando su propia existencia y sus faltas, dirigiéndose hacia el Creador para que se apiade de él y le de el mérito de multiplicar sus rezos por cada privación, y le permita mientras tanto ser feliz con lo suyo – sólo entonces su arrepentimiento será auténtico. En caso contrario, todas las confesiones, los remordimientos y el “arrepentimiento” quedan en el dominio del orgullo. Pues el hombre llora sólo por no ser un ángel, se persigue por tener Mala Inclinación, como si no fuera un ser humano. Y todo su arrepentimiento es sólo orgullo, culpándose a sí mismo por qué no es Moisés el gran Maestro Espiritual, por qué no es el Mesías, por qué no es el Creador Mismo…
 
 
Continuará…
 
 
(Extraído del libro "En el Jardín de la Fe" por Rabi Shalom Arush, Director de las Instituciones "Jut Shel Jésed" – "Hilo de Bondad")

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