Confiar en milagros: ¿sí o no? – Vaishlaj

Uno nunca debe ponerse en una situación peligrosa y decir: 'Ocurrirá un milagro que me salvará'. Tal vez el milagro no se produzca.

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Rabino Abraham Isaac Kook z"tzl

Posteado en 04.12.22

Los milagros no eran una novedad para Rabí Zeira. El Talmud en Baba Metzia 85a explica que este erudito del siglo III ayunó durante cien días para protegerse de los fuegos del infierno. Pero Rabí Zeira no se quedaba satisfecho con preparaciones teóricas. Una vez al mes, el tzadik se ponía a prueba sentándose en un horno encendido, para ver si sentía el calor. No lo sentía. (Una vez se le chamuscó la ropa, pero esa historia es para otra ocasión).

Sin embargo, en los días de mucho viento, Rabí Zeira tenía cuidado de no caminar entre las palmeras, no fuera que un viento fuerte derribara alguno de los árboles. Su precaución en los huertos resulta un tanto extraña. ¿Por qué un hombre que puede sentarse encima de un horno ardiendo sin que le pase nada debería preocuparse por la posibilidad de que se caiga un árbol?

El Talmud (Shabat 32a) aconseja la siguiente actitud ante los milagros:

“Uno nunca debe ponerse en una situación peligrosa y decir: ‘Ocurrirá un milagro que me salvará’. Tal vez el milagro no se produzca. E incluso si ocurre un milagro, los méritos de esa persona se reducen”.

Los Sabios aprendieron que uno no debe confiar en los milagros de Jacob. Cuando regresó a su casa después de veinte años en la casa de Labán, Jacob temía mucho encontrarse con su hermano Esaú y por eso Le rezó a Dios: “Soy indigno de toda la bondad y la fe que me has  demostrado” (Génesis 32:11). Los sabios explicaron la plegaria de Jacob de esta manera: “Soy indigno a causa de toda la bondad y la fe que Tú me has mostrado”. Tus milagros y Tu intervención me han restado méritos.

Debemos examinar este concepto. ¿Qué tiene de malo confiar en los milagros? ¿No es una muestra de mayor fe? ¿Y por qué los milagros deberían ir en detrimento de los logros espirituales de uno?

La función del escepticismo

El escepticismo es un rasgo natural y saludable. Los milagros pueden tener una influencia moral positiva, pero también tienen un inconveniente: confiar en los milagros puede conducir a un sentido deformado de la realidad.

En ciertos momentos de la historia, Dios alteró las leyes naturales para aumentar la fe y el conocimiento. Sin embargo, esta intervención en la naturaleza siempre se limitó al máximo, para no restar importancia al esfuerzo y la iniciativa personales. Aquí es donde el escepticismo cumple su propósito. Nuestra inclinación natural a dudar de la ocurrencia de los milagros ayuda a contrarrestar estos efectos secundarios negativos, manteniéndonos dentro del marco del mundo naturalmente ordenado, que es el mayor bien que Dios nos otorga continuamente. Es preferible que no confiemos en la intervención Divina, y en lugar de eso digamos: “Quizá no se produzca un milagro”.

Los milagros y la naturaleza

En última instancia, tanto los milagros como los acontecimientos naturales son obra de Dios. ¿En qué se diferencian? Un milagro ocurre cuando no podemos tener éxito con nuestros propios esfuerzos. Por su propia naturaleza, un milagro indica las limitaciones de la humanidad, incluso su impotencia. Cuando los milagros ocurren, somos pasivos, estamos en el extremo receptor.

Los acontecimientos naturales también son obra de Dios, pero se consiguen gracias a nuestra habilidad, iniciativa y esfuerzo. Cuando somos activos, avanzamos espiritualmente en virtud de nuestras acciones. Nuestros zejuiot (méritos) son el resultado de los actos positivos y éticos que hemos realizado. Debemos esforzarnos por llevar una vida activa de dar, no una pasiva de recibir. Esa vida comprometida y emprendedora cumple mejor la voluntad de Dios: el logro del más alto nivel de perfección para Sus criaturas.

Jacob “agotó” los méritos cuando requirió la intervención de Dios para protegerse de Labán y Esaú. Él admitió ante Dios: “Soy indigno por toda la bondad y la fe que me has mostrado”. Pero más tarde Jacob recuperó la grandeza espiritual a través de su lucha activa contra el misterioso ángel. “Porque has luchado contra los ángeles y los hombres, y los has vencido” (Génesis  32:29).

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