Paso a Paso

Cada uno de nosotros tiene su propia historia con su propio toque personal, así que tal vez podamos aprender el uno del otro y servir de inspiración a los que aún se encuentran en el camino...

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Jaia Ovadia

Posteado en 17.03.21

Cada uno de nosotros tiene su propia historia con su propio toque personal, así que tal vez contando cómo fue nuestro propio viaje podamos aprender el uno del otro y servir de inspiración a los que aún se encuentran en una crucial encrucijada en sus vidas…

Paso a paso

“Todos los nuevos comienzos exigen que uno abra una puerta nueva”  (- Rabí Najman de Breslev)

En más de una ocasión durante los últimos años, he tenido conversaciones muy interesantes con gente que cambió su forma de vida y se volvieron religiosamente observantes, lo que se llama jozrim be-teshuvá (recién acercados al Judaísmo). Al comparar distintas historias, resulta muy sorprendente el hecho de que haya tantas similitudes. A partir de las etapas iniciales y a través de todo el proceso de metamorfosis, uno de los hilos en común que sobresalen más que cualquier otra cosa es que la transformación resulta por lo general un proceso muy prolongado.

Cada uno de nosotros tiene su propia historia con su propio toque personal, así que tal vez contando cómo fue nuestro propio viaje podamos aprender el uno del otro y servir de inspiración a los que aún se encuentran en una crucial encrucijada en sus vidas.

Siendo aún una joven pareja de recién casados, no éramos lo que se llamaría “gente religiosa”, pero sí tratábamos de mantener una cocina kasher en forma bastante permisiva. (Yo tuve la bendición de haber conocido un poco de judaísmo durante mi infancia). Teníamos dos juegos de platos, uno para carne y otro para lácteos, pero no teníamos ningún problema en comprar en el restaurant comida china o pizza no kasher.

Por supuesto que usábamos platos descartables para estas comidas, ya que no se nos pasaba por la cabeza que nuestra vajilla quedara taref (no Kasher). Yo no pensaba siquiera en comprar carne no kasher para la casa, pero no pensaba que estuviera mal salir a comer a un restaurant a cenar y pasarla bien. Mirando hacia atrás, no puedo evitar sentir vergüenza de lo irónico del asunto pero en esa época me parecía algo perfectamente normal. ¿Éramos tan ciegos  -espiritualmente hablando-  que pensábamos que los platos tenían que ser Kasher, pero nosotros no?

Comenzamos nuestro ascenso espiritual cuando nuestra hija primogénita estaba en el jardín de infantes. Éramos lo que se dice “tradicionales” en el sentido de que sabíamos que éramos judíos y queríamos que nuestros hijos crecieran como judíos a pesar de la abrumadora influencia de todo lo que nos rodeaba, así que la anotamos en una Escuela Conservadora Judía. El cambio empezó a través de nuestra hija, quien comenzó a preguntarnos por qué yo no encendía las velas de Shabat el viernes al atardecer y por qué no hacíamos Kidush ni comíamos la Comida de Shabat como le habían enseñado en el colegio. Arrinconados, empezamos a aceptar el reto de nuestra hija.

Hubo otra situación más que también ayudó a llevarme a la otra dirección. Era Yom Kipur, el Día de Perdón, y si bien durante el año nunca íbamos a la sinagoga, para mí era muy importante participar en los servicios de los Yamim Noraim. Como no pertenecíamos a ninguna sinagoga y ese año no habíamos comprando boletos para ocupar asientos, fuimos con el auto de un lado a otro buscando un lugar donde rezar. Recuerdo esa sensación horrible, manejando cuando en realidad tendríamos que haber ido caminando, en el día más sagrado de todo el año. Dándonos por vencidos, al final volvimos a casa y en vez de pedirle a Hashem que nos diera la oportunidad de hacer “borrón y cuenta nueva”, lo único que logramos hacer fue agregar unos cuantos pecados más a la larga lista…

Poco después decidimos que era una buena idea empezar a ir a la sinagoga los sábados (Shabat). El único obstáculo era que vivíamos demasiado lejos como para ir caminando, y en especial con dos niños pequeños. Así que resolvimos el problema de la mejor forma que podíamos: estacionamos el auto a dos cuadras de la sinagoga e íbamos caminando el resto del camino (para que nadie viera que habíamos ido en auto). Si no fuera tan absurdo, podríamos matarnos de risa de lo tonto que suena… ¿A quién estábamos engañando? ¡Hashem ve todo! Por suerte, Di-s es un Padre Cariñoso y Misericordioso Que aprecia todo nuestro esfuerzo y perdona nuestros errores todo el tiempo que tratamos de mejorar.

Yo tuve la bendición de que mi marido participaba en forma voluntaria en nuestra nueva forma de vida. Mis ambiciones religiosas podrían haberse convertido en un punto de ruptura en nuestro matrimonio, como suele ocurrir, pero gracias a Di-s, él también estaba dispuesto a probar estas dulces aguas… Y juntos logramos traer la Luz de la Torá a nuestro hogar.

Transformar nuestra cocina en una cocina estrictamente kasher tampoco fue algo que logramos de un día para el otro. Nos resultaba difícil dejar de comer afuera, no ir nunca más a un restaurante, así que improvisamos aceptando algunas reglas antes que otras. Por ejemplo, cuando íbamos a Mac Donalds, en vez de comer una hamburguesa con queso, pedíamos sándwiches de filet de pescado. Ese era nuestro intento simbólico de cumplir con la kashrut, a pesar de su obvia falacia. A través de estas etapas graduales, logramos finalmente aceptar las Leyes de Hashem en su totalidad.

Una vez que internalizamos que ese era el camino que queríamos adoptar, nos mudamos a otro barrio que quedaba más cerca de una sinagoga ortodoxa. Si bien en ese momento no me di cuenta de lo que estaba pasando, la Mano de Hashem nos estaba guiando a cada paso del camino. Mi marido y yo empezamos a asistir a clases separadas para aprender más acerca de los aspectos prácticos del judaísmo. Estas lecciones le dieron a mi vida un sentido incomparable y las esperaba con gran anhelo.

Sin embargo, junto con el conocimiento y el entendimiento de que el camino que estábamos tomando era obligatorio, llegaron las dudas. Cuando sonaba el reloj despertador y mi marido se despertaba para asistir al servicio matutino de Shajarit, yo sentía pánico. ¿Acaso nunca más en toda mi vida iba a poder levantarme tarde? ¿A qué clase de auto-sacrificio me estaba comprometiendo? Escuchando más tarde las clases de Torá del Rabino Arush, me di cuenta de que esa era la voz de mi Mala Inclinación, mi yétzer hará, que trataba por todos los medios de sacudir nuestras santas aspiraciones. Gracias a Di-s, logré superar la tentación de caer en la desesperación. Al contrario: hoy puedo decir que adoptar las mitzvot no significa que uno se meta a sí mismo en una cárcel, sino que eso mismo constituye precisamente la llave para alcanzar la genuina libertad.

Han pasado muchos años desde que nos embarcamos en nuestra búsqueda de la verdad. El ímpetu y el crecimiento son una perpetua y cambiante montaña rusa, igual que la vida misma. Pero uno no puede alcanzar la cima de una majestuosa montaña sin un extenuante esfuerzo y sin dejar de escalar continuamente.

Di-s quiera que todos podamos revelar nuestra santidad interna haciendo realidad las palabras de la súplica que decimos tres veces al día: “Tráenos de regreso, Padre nuestro, a Tu Torá, y acércanos, Rey nuestro, a Tu servicio, y haz que retornemos en perfecto arrepentimiento ante Ti. Bendito eres Tú, Hashem, Quien desea el arrepentimiento” (de la plegaria de Shemone Esré).

¡AMÉN!

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