Adios Prozac… Hola Emuná!

Hace varios años, durante mi chequeo anual, mi médico me preguntó cómo me sentía. Pésimo - le respondí. Me sentía letárgico y agitado al mismo tiempo, envuelto en una tristeza...

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Howard Morton

Posteado en 05.04.21

Hace varios años, durante mi chequeo anual, mi médico me preguntó cómo me sentía. Pésimo – le respondí. Me sentía letárgico y agitado al mismo tiempo, envuelto en una pesada tristeza…

Adios Prozac… ¡Hola Emuná!

Hace varios años, durante mi chequeo anual, mi médico me preguntó cómo me sentía. “Pésimo”, le respondí. Le dije que me sentía letárgico y agitado al mismo tiempo, envuelto en una pesada tristeza que me resultaba prácticamente tangible. Le dije que me costaba mucho concentrarme y que hasta las tareas más simples me exigían un tremendo esfuerzo.

Él me dijo que estaba sufriendo de depresión y me prescribió Prozac.

Ese diagnóstico tan rápido no me cayó de sorpresa. Me acababan de echar del trabajo que tanto quería. La compañía en la que trabajaba era una de las más grandes corporaciones de los EEUU y yo era uno de los vicepresidentes, estando a cargo del marketing de seis estados. Tras haberse fusionado con otra empresa que figura en la lista Fortune 500 de las empresas más exitosas, la compañía a la que yo había ayudado a aumentar sus ingresos y establecer una marca anunció que estaba por despedir a 10.000 empleados. Uno de ellos era yo.

Obvio que me la vi venir. Los rumores circularon semanas enteras. Pero eso no me facilitó en nada la sensación que sentí cuando recibí la llamada telefónica del Vicepresidente en Jefe de nuestra zona diciéndome que mi empleo acababa de llegar a su fin. En ese mismo momento me vi forzado a dejar de aferrarme a un falso sentimiento de esperanza.  Así que acá estaba yo junto con mi esposa y seis hijos que mantener sin una entrada. Gracias a Di-s recibí una abultada indemnización por despido y distintos beneficios de falta de empleo, pero al cabo de unas cuantas semanas, todo eso se había evaporado.

Mi nuevo trabajo de jornada completa era buscar un trabajo de jornada completa. La recesión estaba en su punto máximo y todo el tiempo le oía decir a la gente que las compañías no estaban buscando gente nueva, y si sí la buscaban, no estaban buscando ejecutivos de marketing con un par de décadas de experiencia. Los presupuestos fueron recortados. Las puertas se cerraron. Yo empecé a coleccionar cartas post-entrevista deseándome buena suerte en mis futuros trabajos.

Todo este tiempo, yo luchaba contra la depresión. Las olas de depresión continuaron creciendo más y más hasta que sentí que me estaba ahogando. Pero cuando mi médico me prescribió Prozac, no fui a comprarlo a la farmacia. Pensé: “Este médico es un médico clínico. Lo que yo necesito es un especialista”. Entonces fui a ver a un psiquiatra muy famoso. Me senté en la sala de espera con otra gente avergonzada mientras el sistema de intercomunicador dejaba oír un concierto de Vivaldi.

Cuando por fin entré al consultorio del psiquiatra, este me preguntó si yo oía voces que me salían de la nariz o si mi televisor me decía lo que tenía que hacer. Para él estas eran preguntas usuales. Para mí eran preguntas muy extrañas. Yo le dije qué síntomas tenía y todas mis preocupaciones sobre cómo iba a pagar la hipoteca del departamento y cómo iba a poner pan en la mesa. Él me diagnosticó depresión y me prescribió Prozac.

El Prozac pertenece a la familia de antidepresivos llamados inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina, o ISRS. Otras pastillas ISRS son por ejemplo Celexa, Lexapro, Paxil y Zoloft. Todas estas pastillas funcionan haciendo aparentemente que las células nerviosas hagan conexiones más fuertes en ciertas partes del cerebro.

Para mí, el Prozac me calmó la depresión y me ayudó a funcionar mejor. Pero el Prozac tenía un efecto secundario: sentí que todo mi ser estaba enclaustrado en una especie de celofán invisible. Había una delgada y transparente barrera entre el yo del Prozac y mi verdadero yo, y a veces eso me causaba tanta irritación que lo dejaba de tomar. Pero entonces otra vez me inundaban una tristeza pesada como el hormigón, una terrible agitación y otros síntomas depresivos que me hacían la vida imposible. Así fue como empezó una montaña rusa de con Prozac y sin Prozac.

Incluso cuando empezó un nuevo trabajo con un salario más alto que el anterior, todavía seguí estando deprimido y dependiente del Prozac. Ahí fue cuando un amigo mío me presentó el libro Én el Jardín de la Fe. Y me cambió la vida.

En realidad, recién cuando leí En el Jardín de la Fe por tercera vez consecutiva todas las luces empezaron a resplandecer dentro de mi cabeza. Antes de eso, yo había pensado que tenía Emuná; por supuesto que creía que hay un Di-s en el mundo. Pero ahora, después de leer En el Jardín de la Fe por tercera vez consecutiva, me di cuenta de que nunca había tenido verdadera fe. Ahora empecé a ver el mundo bajo una luz completamente nueva: HaShem Hu HaElokim, ein od milvadó – HaShem, el Creador del Universo, es Di-s y no hay más nada fuera de Él.

Ahora vi que cada cosa que me pasaba en la vida era por decreto de HaShem. Y que todo lo que el Creador decreta es para el absoluto beneficio de mi alma, aunque me resulte incómodo. Y que todo lo que HaShem hace es un mensaje hecho a medida para que yo alcance la corrección de mi alma. Y que nadie puede ayudarme ni hacerme daño sin el permiso de HaShem.

Por fin vi cuál era la raíz de mi depresión: me faltaba Emuná, fe en el Creador.

Estaba deprimido porque quería tener control sobre este mundo que aparentemente se rige por causa y efecto. Y que lo último que yo tenía era el control. En el Jardín de la Fe me insertó en una nueva realidad en la que podía conectar mi intelecto con mis emociones y reconocer que HaShem es el único que tiene control. Yo no. Ni tampoco la compañía que me echó. Ni la nueva compañía.

Me sentí igual que Neo, el protagonista del filme “La Matriz” (“The Matrix”) de 1999, cuando se dio cuenta de que el mundo en el que vivió toda su vida no era real sino que era una simple ilusión. En esa película, hay una escena con la que me identifiqué en forma especial. Es la escena en la que Neo está esperando a ver el oráculo y en la sala de espera hay un chico de nueve años, calvo, que está doblando una cuchara con la mente. Cuando el chico se da cuenta de que Neo lo está mirando, le dice: “No trates de doblar la cuchara. Es imposible. En lugar de eso… solamente trata de darte cuenta cuál es la verdad”.

“¿Qué verdad?”, pregunta Neo.

“Que no hay cuchara”, responde el chico calvo. “Entonces vas a ver que no es la cuchara la que se dobla. Eres solamente tú”. Y así fue como me doblé, dándome cuenta de que el Creador era el que hacía, hace y hará cada acto. Me di cuenta de que Él es la causa de todos los catalistas y que toda situación de estrés o pesar es nada más que una prueba de Emuná.

Entonces empecé a concentrarme en confiar solamente en HaShem y dejé de confiar en el Prozac.

El Prozac solamente podía tratar los síntomas; En el Jardín de la Fe me ayudó a ocuparme de la causa raíz: la Emuná. Con mi nueva conciencia de la Emuná  -y con mi recientemente adquirida práctica de conversar con HaShem con mis propias palabras-  abandoné el Prozac de la noche a la mañana. Hace ya casi tres años que dejé de tomar Prozac y la depresión nunca volvió. Yo sé que soy uno de muchos que han logrado sustituir con éxito las pastillas con la Emuná y no puedo ni siquiera empezar a expresar la gratitud que le tengo al Rabino Shalom Arush por haber escrito En el Jardín de la Fe (y los demás libros de Emuná), a los rabinos de Breslev que nos aconsejan y nos muestran el camino, y por supuesto a HaShem, que es la Causa Suprema de todo.

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1. Ingrid

1/24/2022

Shalom yo quiero aprender hacer el shabat, quiero aprender a depender solo de hashem
Gracias

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