En el Campo de Juego

Nuestra relativamente reciente y repentina adopción de un estilo de vida “ultraortodoxo” fue un gran golpe y una gran sorpresa para todos los que nos rodean

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Yehudit Levy

Posteado en 08.11.21

Nuestra relativamente reciente y repentina adopción de un estilo de vida “ultraortodoxo” fue un gran golpe y una gran sorpresa para todos los que nos rodean…

Nuestra relativamente reciente y repentina adopción de un estilo de vida “ultraortodoxo” fue un gran golpe y una gran sorpresa para todos los que nos rodean. La rápida transformación externa revelaba una introspección aún más profunda y si bien muchos pensaban que mi marido y yo habíamos cambiado para bien, el consenso general era que, “por los niños”, tendríamos que haber aminorado un poco la marcha…

La preocupación de nuestros padres fue en aumento cuando vieron que nosotros tímidamente les exigíamos cosas nuevas y aparentemente extremas en su papel de cariñosos abuelos. Imagínense la finísima capa de hielo que teníamos que ir pisando para explicarles por qué ciertos regalos, libros, ropas, golosinas e incluso accesorios de cocina ya no eran aptos para sus nietos. No sé para quién fue más difícil todo este proceso de readaptación: si para ellos o para nosotros.

Una de las cosas que más les molestan a nuestros padres es la forma en que podríamos estar limitando el crecimiento intelectual de nuestros hijos. ¿Por qué? Porque en casa ya no tenemos más televisión ni radio ni revistas ni libros seculares ni tampoco vamos al cine; los niños no tienen permiso para tocar la computadora (que nosotros dos utilizamos para el trabajo). Encima de todo esto, los “restringimos” en su forma de vestir, su material de lectura, la comida que comen, y las diversiones con que se entretienen y lo “peor” de todo es que la mayor parte del currículum escolar se centra en los estudios de Torá. Al verlo escrito así, suena a cruel, ¿no?

Quisiera explicar por qué estos cambios no limitaron la vida de nuestros hijos, sino que más bien las mejoraron enormemente. Y lo más importante es que nuestro nuevo estilo de vida específicamente nos ha unido muchísimo como familia. Al principio pensé que eso era una consecuencia indirecta. Ahora me doy cuenta de que ése es precisamente el objetivo de este estilo de vida.

Lo que me abrió los ojos fue ver cómo los padres y los hijos que viven según los dictámenes de la Torá están todos jugando en el mismo campo de juego. ¿Qué significa esto? Significa que en vez de que nuestros hijos se vayan alejando cada vez más de nosotros debido a la creciente brecha generacional: estilos de vida diferentes, gustos diferentes, comportamientos diferentes y códigos sociales diferentes, por no decir nada de los códigos morales diferentes, ahora estamos operando al mismo nivel que nuestros hijos y no al nivel un tanto lejano de “los adultos”. Esto se debe a que todos seguimos las mismas leyes. No las leyes “de los padres”, sino la Ley de la Torá. La Ética de la Torá. El comportamiento y los códigos sociales que son acordes a la Torá. Estudiamos lo mismo. Practicamos lo mismo. Vivimos lo mismo.

La Ley de la Torá une a nuestra familia, tanto en la práctica como en la teoría. En vez de “destruir” a nuestros hijos, el estilo de vida de la Torá, que se perfecciona únicamente cuando trabajamos fuerte en nuestra emuná, genera un sentido de unión familiar profundamente arraigado y una conexión poderosa entre padres e hijos. Y dado que los hijos que vienen de una familia unida y estable son estadísticamente hablando más capaces de tener una fuerte autoestima, por lo tanto tienen mayores probabilidades estadísticas de tener éxito en sus elecciones de vida, sean las que sean.

Echemos un vistazo a algunas de las aplicaciones diarias de esta teoría del “mismo campo de juego”. He aquí un ejemplo de una conversación que pueden llegar a oír en nuestra cocina:

Hermano Mayor: Papá, acabamos de empezar a estudiar el Sefer Mishpatim.

Hermana Menor: ¿Y qué? ¡En nuestra clase acabamos de terminarlo! ¡Je!

Hermano Mayor: Puede ser, pero supongo que ustedes no lo estudiaron con todos los comentaristas, como nosotros…

Hermana Menor: ¿Qué quieres? Nosotros estamos recién en tercer grado… Espera al año que viene, cuando subamos de grado…

Padre: BUEEEENOOOOOO… ¿Alguien quiere saber lo que yo estudié hoy?

Coro: ¡¡¡SÍÍÍÍÍÍ!!! ¡¡¡Cuéntanos una historia!!! ¡Por favor, papá!

Padre: Bueno, continuando con la historia de los Profetas… el Rey David está en el desierto…

Hermano Menor: ¿Saben qué? ¡El Rebe nos contó una historia del Rey David! ¿Quieren que se la cuente?

¿Acaso se les ocurre una escena más clara? En el hogar de Torá, todos están, literalmente hablando, ¡en la misma página! Imagínense el orgullo que siente el niño de cinco años de saber que está estudiando lo mismo que estudia su padre. O la confianza que obtiene el niño de diez años cuando explica los pormenores de una ley determinada. Y la niña que, a los ocho años, se las arregla perfectamente en una charla de Torá con sus padres. OK, tienen razón, todavía se la pasan peleando todo el día el uno con el otro, pero dado que nuestros Sabios también mantuvieron disputas en el Talmud, el tema ya no me preocupa tanto como antes. Y lo mejor de todo es que una gran parte de su educación se aplica a la práctica en forma cotidiana, lo cual constituye una increíble consolidación de valores de enorme importancia y un invalorable recurso para obtener confianza en sí mismos. Cuando nuestros hijos van a la escuela, están aprendiendo, literalmente, a vivir la vida. Y yo estoy aprendiendo un montón de mis hijos, ¡gracias a Di-s!

Ahora imagínense la siguiente escena: Prendemos el equipo y nos ponemos a cantar todos juntos. Todos conocemos la letra de la canción porque por lo general está tomada de la liturgia diaria. Y aunque no puedo soportar la música techno-trance, me quedo con la boca abierta cuando mi hijo se pone a bailar por toda la casa cantando a todo volumen las palabras de los Salmos, nada más ni nada menos, a pleno pulmón, abriendo en dos el Cielo, como así también mis pobres tímpanos… Por no mencionar mi inmensa dicha cuando se pone a rapear entonando las palabras de la Torá en vez de la usual jerga del bajo mundo… Y no puedo expresar en palabras la alegría que siento cuando veo a mis hijos jugando al Lego y cantando las canciones de Shabat todos juntos, en vez de jugar a las pavadas que jugaban antes…

Eh… esperen un segundo. Alguien puede llegar a pensar que mi familia es perfecta. Pero no se preocupen: a veces abro la puerta de su dormitorio y los veo ARROJÁNDOSE Lego los unos a los otros. Lo que quiero decir es que con todas las peleas, los insultos y el usual alboroto, aun así tenemos muchos más puntos compartidos que antes de volvernos observantes. Eso hace que los buenos momentos sean aún mejores y tengan mucha más fuerza.

Imagínense una hija que quiere vestirse como su madre. Tal vez no les suene a gran proeza, siendo que hoy en día las madres quieren vestirse como las hijas…. Pero sí es una gran proeza cuando la madre se viste con recato. Mi hija fue testigo de mi transformación: de ser una adolescente de treinta y cinco años, demasiado crecida para su onda de vestir, pasé a ser una madre vestida con recato. Yo sé que ella está feliz con la forma en que yo me visto, porque me echa un vistazo de aprobación cada vez que salgo y además me da la mano con orgullo cuando vamos juntas por la calle.

En el mundo de la Torá, la ropa es algo muy simbólico. La ropa que usan los mayores se compra con el casamiento, y por lo tanto es algo que se espera con gran expectativa, lo cual a su vez hace que los jóvenes aspiren a casarse y formar una familia; obviamente, esto resulta en un crecimiento sano y saludable. Mi hija y yo tenemos el mismo estilo y cuando le cierro todos los botones que hay que cerrar, ella no protesta, porque yo hago exactamente lo mismo con mi ropa. Lo mismo puede decirse de mi hijo mayor, que dice en voz alta que no tiene paciencia y quiere que de una vez por todas llegue el día en que pueda vestirse como su padre… y lo más increíble es que no puede esperar a SER padre… ¡Y apenas tiene diez años! En Purim, es común ver a los niños disfrazados de padres y madres. Lamentablemente, en el lugar en el que vivíamos antes de volver en teshuvá, yo no dejaba salir a mis hijos afuera durante el desfile de Purim. Esas “reinas” no tenían nada pero nada que ver con la Reina Esther…

Ahora bien: todo esto no es propio únicamente del estilo de vida ultraortodoxo. Yo me crié en un hogar tradicional y ocurría lo mismo: cuando practicábamos el Judaísmo estábamos más unidos que nunca: el Shabat, las fiestas judías, las celebraciones familiares… De hecho, cuando mi papá quería juntar a todos en la mesa, solamente tenía que gritar: ¡A ver quién gana este acertijo! Siempre se trataba de un tema que todos conocíamos y sobre el que podíamos responder, no importa la edad que tuviéramos: conocimiento global judío. Incluso solía tomar un Shulján Aruj en la mesa de Shabat y se ponía a leer alguna página al azar y todos dejábamos a un lado nuestras travesuras y nos sentábamos a escucharlo embelesados…. Yo adopté esta idea tan maravillosa con mis propios hijos para esos momentos en que uno pierde el control y parecería que cada uno corre en dirección opuesta armado con armas de destrucción doméstica masiva… ¡A ver quién gana este acertijo! Lo que quiero explicar es que el judaísmo es lo que los une incluso más que los genes… Y cuando esto se vive en forma cotidiana, por mucho o poco que sea, los resultados son de gran alcance…

Todo esto está muy bien cuando queremos demostrar de qué modo el estilo de vida de la Torá no afectó en forma negativa en lo más mínimo las vidas de nuestros hijos. Pero ¿qué tiene que ver todo esto con su desarrollo intelectual? Tal vez debería plantear esta pregunta al revés, para mayor impacto: ¿En qué forma la televisión, las películas, la ropa de moda, la lectura de historietas y ciencia ficción, los juegos de computadora, la comida y la ropa que se venden hoy en día y las salidas con los miembros del otro sexo mejoran el desarrollo intelectual del niño?

El único punto que aún no traté es el tema de la educación casi exclusivamente de Torá con un currículum muy limitado en temas seculares. Éste es un tema muy candente que necesitaría un artículo entero. Una vez más, podemos explicarlo mejor al revés. Como a mí me gusta decirle a la gente: todo el arte, la música, el teatro, los cursos de idiomas, la ciencia, el tenis, el atletismo, la natación, los deportes competitivos, los bailes, los debates, las actuaciones, y todo un estante entero de premios y títulos por enmarcar -ah… permítanme tomar aliento- no me hicieron una persona mejor ni mejor equipada para enfrentar la vida. Pero la emuná sí. La emuná hizo todo eso… y más.

Mi ética laboral me posibilitó tener éxito en mi trabajo durante muchísimos años, pero yo no aprendí ética laboral en la facultad. La aprendí de mis padres. No aprendí a respetar a los demás en la facultad. Lo aprendí de mis padres. No aprendí a ser considerada ni a ser sensible ni a ser generosa en las clases de la facultad. Todo eso lo aprendí de mis padres. Y todo eso lo recibí de Di-s. Baste con decir que el ingrediente necesario para tener éxito en la vida es un hogar estable. Y la mejor forma de mantener un hogar estable es cultivar la unidad y la identidad de la familia. En términos estadísticos, las personas que mantienen familias más fuertes y más unidas son aquéllas que crecieron con lazos culturales más fuertes en el marco de una familia cariñosa y sensible.

Si quieren saber lo que yo pienso, el estilo de vida de la Torá es una inversión segura de mínimo riesgo para asegurar el futuro de nuestros hijos, tanto en este mundo como en el Venidero.