Dónde estás, Hashem?

Una mujer discapacitada que descubre que sus limitaciones son en realidad la clave de muchas razones para ser feliz

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Jaia Esther Schwartz

Posteado en 05.04.21

 Hashem siempre ha formado parte de mi vida. Siempre ha guiado mi viaje, me ha respondido a mis preguntas y me ha indicado la dirección que debía tomar. Hasta no hace mucho, no sabía nada de esto.

 

El año 1999 dio comienzo a mi búsqueda activa de mis raíces. Muy pronto me di cuenta de que necesitaba mucha curación espiritual antes de ir tan lejos. La única forma de obtener esa curación era si entraba en mi memoria y remendaba ciertos parches, olvidaba ciertas transgresiones y me daba cuenta de que verdaderamente yo había sido la fuente de todas las desgracias que con tanta facilidad les había echado la culpa a los demás.

 

Por las cosas de la vida, llegué a la congregación de Young Israel y empecé a asistir a las clases y a leer y a aprender más y más de judaísmo y jasidismo. De cada uno obtuve conocimientos y sabiduría que poco a poco comenzaron a tener sentido.

 

Por supuesto que a través de Facebook encontré muchísima información para aprender más de judaísmo. Al poco tiempo kashericé mi cocina y empecé a observar Shabat. Y entonces empecé a ver milagros, milagros que siempre habían formado parte de mi vida y otros milagros nuevos que provenían de amigos, familiares y por supuesto, de Hashem.

 

El vivir mi judaísmo me permitió transitar por un camino de comprensión, reverencia, amor, aprecio e intensidad de una Vida con Sentido. Un día tomé el libro “En el Jardín de la Fe” y rápidamente lo hojeé, y ya estaba por dejarlo pero mi Rabino me dijo que leer acerca de la emuná me iba a venir muy bien. Ahora, tres de mis compañeros de estudio están repasando los libros del Rabino Arush conmigo. Creó que ya leí EN EL JARDÍN DE LA FE como cinco veces, además de Las Puertas de la Gratitud, La Sabiduría Femenina y el que más me sirvió y me impactó, por mi historia personal, En el Jardín de la Salud.

 

Incluso después de haber sufrido de esclerosis múltiple más de cuarenta años y de haber pasado cinco años viviendo bien en el Jardín del Judaísmo, la primera vez que empecé a darle las gracias a Hashem por haberme dado esta enfermedad fue durante mi plegaria personal junto a Él, las palabras no querían salir de mi boca. Ya no sufría. Y en verdad vivía bastante bien. El hecho de dedicar mi vida al cumplimiento de los preceptos de la Torá logró transformar una existencia infeliz en una vida increíblemente profunda y a veces muy feliz. Escribía un blog, cada vez descubría nuevas formas de ser feliz, tenía muchísimos amigos, tenía experiencias de vida apasionantes.

 

Y entonces lo dije. Le dije “gracias” a Hashem por haberme dado esta enfermedad, la esclerosis múltiple. Lloré veinte minutos sin parar. Y cuando dejé de llorar, me di cuenta de todas las bendiciones que tengo en la vida precisamente por el hecho de estar enferma. Le di las gracias al Todopoderoso por dejar que tuviera la capacidad de pensar con claridad y por mantener la visión. Muy pronto, las cosas que no podía hacer no parecían tener tanta importancia…

 

Empecé a tener nuevos sueños. Dejé de ponerme limitaciones a mí misma por el hecho de ser discapacitada. Empecé a verme con otros ojos. Cuando empecé a ver la enfermedad como un regalo en vez de un muro insuperable entre yo y mis sueños, la vida cambió por completo. Hoy vivo una vida de paz, amor y aceptación de mí misma.

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