El dúo – Shabat Shekalim

Shabat shekalim: el día antes de su décimo aniversario, Rubén y Tania tuvieron su 120º desilusión. Pero todo iba a cambiar drásticamente…

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Rabino Lazer Brody

Posteado en 17.03.21

Tania había marcado el próximo domingo en el almanaque de su cocina: hacía exactamente diez años que había estado bajo el palio nupcial con Rubén. En su calendario bilingüe de bolsillo, Rubén marcó la misma fecha: el 1º de marzo, que también era el primero de Adar. En el cuadro de esa fecha, él escribió: “Gracias, Hashem, por mi eshet jail, mi mujer de valor”.

 

En los ciento veinte meses que trascurrieron desde su noche de bodas, Tania y Rubén tuvieron ciento diecinueve desilusiones, una cada vez que se hacía evidente que ese mes no iban a alcanzar su tan anhelado estatus de padres. Hasta ahora nada de lo que habían hecho había servido: ni los tratamientos ni los especialistas. Hashem en Su infinita sabiduría todavía no había abierto la puerta para que se agrandara la familia.

 

Si bien ella aceptaba la voluntad de Hashem con emuná, Tania nunca logró frenar las lágrimas cada mes. Justo cuando necesitaba que Rubén le diera un abrazo, las leyes de pureza familiar exigían que se abstuvieran de mantener contacto físico durante la siguiente semana y media aproximadamente. Rubén, el marido modelo, hacía lo máximo que podía por compensar esa falta y para evitar que Tania se sintiera no amada o no valorada, él preparaba una cena a la luz de las velas. Cualquier chef de cinco estrellas habría estado muy orgulloso de los platos gourmet que Rubén preparaba para la mujer que tanto amaba.

 

El día previo a su décimo aniversario, tuvieron la desilusión número 120. Pero esta vez, su cena a la luz de las velas se marcó de una manera diferente.

 

“Esta vez, Rubén, quiero postergar la cena a la luz de las velas hasta que estamos permitidos el uno al otro. Celebremos nuestro aniversario dentro de dos semanas”.

 

“Lo que te hace feliz a ti me hace feliz a mí, mi vida”.

 

Rubén era un hombre temeroso de Dios. Él sabía que la ley judía establecía que debía divorciarse de su mujer después de diez años de infertilidad. También sabía que Tania era perfectamente consciente de esa ley en particular. No obstante, él no tenía la menor intención de dejar a su amada esposa antes de sus 120 años en este mundo. “Hashem me va a perdonar”, pensó. “No puedo renunciar a Tania igual que no puedo renunciar a mi mente ni a mi corazón. Yo tengo que demostrarle a ella cuánto significa para mí”.

 

Rubén y Tania se conocieron cuando ambos tocaban par la Orquesta Filarmónica de Boston. Por esa época todavía no eran religiosos. Tania tocaba la flauta y Rubén era un prodigioso violinista. Finalmente ambos asistieron a un seminario de Aish HaTora y se volvieron observantes. Se mudaron a Israel, se casaron y se establecieron en un pequeño departamento que compraron en Jerusalén. Rubén se sumergió de lleno en el estudio de la Torá todo el día mientras que Tania  trabajaba de maestra de música. Entre el pago de la enorme hipoteca y el altísimo costo de vivir en la ciudad santa, apenas si llegaban a fin de mes. Durante un año, Tania no encontró trabajo y entonces vendió su flauta y él vendió su violín. Y se consolaron el uno al otro diciendo que Bach y Mozart ya eran parte de sus vidas. Eso fue hace siete años.

 

Hace cuatro años, Rubén empezó a ahorrar dinero cada mes. Pagó un anticipo de 6500 dólares para una fluata profesional Haynes hecha a mano en un prestigioso negocio de instrumentos musicales en Tel Aviv. Este mes iba a ser el último pago….

 

Mientras tanto, Tania  sabía que a pesar de su total dedicación a la Guemará, Rubén extrañaba el violín. Su marido podía hacer llorar o reír al violín. Ella también había estado ahorrando en secreto durante los últimos cuatro años.  Ella quería que Rubén tuviera un violín Stentor, que era incluso mejor que el que había tenido antes. El modelo que eligió costaba 6500 dólares. Este mes ella también iba a pagar la última cuota.

 

La comida a la luz de las velas empezó cuando Rubén llevó en el auto a Tania después de la inmersión ritual en la mikve de ella. Antes de sentarse a comer coq-au-vin y verduras al vapor, abrieron su mejor botella de Chateau Malbec de Judean Hills e hicieron un brindis. Entonces cada uno fue rápidamente a buscar el regalo para el otro…

 

Tania acarició la fluta de plata Haynes. “Te debe haber costado una fortuna”, dijo sin aliento.

 

Tras una nube de lágrimas, Rubén suavemente quitó el Stentor de su estuche. “Ahora entiendo por qué no te compraste nada nuevo todos estos años. ¿Para qué hiciste algo así?”

 

“Yo soy una mitad inútil sin ti, querido. Tú eres la otra mitad de mi alma. Tú le das sentido a mi vida…”.

 

Esa noche se olvidaron de la comida. Habían pagado 13.000 dólares en regalos mutuos. Trece, no por coincidencia, es el número cuyo valor numérico en hebreo equivale al término ahavá (amor) y al término ejad (uno).

 

Loscompositores clásicos ya no eran parte de sus vidas. Rubén dijo: “Mi amor, te aseguro que el Ka Ejsof de Carlin que cantamos el viernes a la noche va a ser una dulzura con un dúo flauta-violín”. Tania empezó a tocar y Rubén se le unió. Su amor mutuo no hizo más que intensificar la belleza de su melodía. Luego continuaron con Im eshkajej Ierushalaiom de Yaakov Schwekey y luego Ein Od Milvado de Shlomi Shabat. Y al final terminaron en los brazos del otro. Después comieron coq-au-vin, bebieron más vino y celebraron su amor. Aparentemente su amor, su dedicación  todas las emociones que habían reservado partieron en dos los Cielos y derribaron todas las barreras que impedían que fueran padres. Durante los siguientes nueve meses, no tuvieron ninguna cena a la luz de las velas.

 

***

 

Shabat Shekalim conmemora la mitzvá de dar el medio shekel. Cada judío, rico o pobre, debe dar medio shekel al Templo Sagrado en Rosh Jodesh Adar, para que todos participen en el fondo para la compra de los sacrificios rituales diarios del año siguiente. El medio shekel nos recuerda que no podemos hacer nada por nosotros mismos. Debemos unirnos a nuestros hermanos sabiendo que “no somos nada sin él”. La debida observancia de la mitzvá del medio shekel conduce a la unidad judía, que es tan efectiva para invocar la compasión Divina.

 

Ojalá podamos ver la completa redención final de nuestro pueblo y la reconstrucción del Templo Sagrado muy pronto en nuestros días. Amén!

 

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