Dulce entrega

Mi marido se estaba muriendo. El cáncer se le había extendido a todo el cuerpo. Esa maldita enfermedad ya se había consumido la mitad de sus pulmones...

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Jana Kogan

Posteado en 17.03.21

Julio de 2003: mi marido se estaba muriendo. El cáncer se le había extendido a todo el cuerpo. Esa maldita enfermedad ya se había consumido la mitad de sus pulmones y ya no le dejaba dormir en una posición reclinada. Mi marido tenía que dormir sentado derecho en un sofá en nuestro dormitorio, respirando a través de un tubo que estaba conectado a un tanque de oxígeno.

 

Fue una época agotadora. Yo tenía que mantener las apariencias de una rutina cotidiana normal para nuestros cuatro hijos adolescentes mientras que trabajaba jornada completa y supervisaba el cuidado diurno de mi marido. (Gracias a Dios que recibí ayuda del fondo social de Israel y del instituto de seguridad nacional). Pero aun así, la responsabilidad por el cuidado de mi marido a la tarde y a la noche recaía únicamente en mis hombros.

 

Una noche, después de un día especialmente difícil, preparé a mi marido para irse a dormir en su sofá y levanté la manta en mi propia cama, lista para irme a dormir. Y en ese preciso instante, él me llamó.

 

Yo lo miré.

 

“¿Puedes traerme un poco de sandía?”. Yo debo haber puesto una cara de “NOOO”, porque él enseguida añadió: “Si no te molesta…”.

 

En realidad sí me moleeeesta, quise decir, pero me mordí la lengua. Además, justo por esos días estaba leyendo el maravilloso libro intitulado “Lecciones de vida” de Elisabeth Kubler Ross mientras viajaba en autobús. Escrito por esta experta número uno internacional en el tema de la muerte, esta joyita de libro enumeraba catorce lecciones fundamentales acerca de los misterios de la vida y del dar al otro. (Esto fue durante el período A.E. – antes de la emuná—de mi vida, cuando tomaba sabiduría eterna de cada lugar que podía). Justamente ese día había terminado el capítulo 12 – la entrega- y decidí llevarlo a la práctica.

 

A duras penas llegué a la cocina. Al abrir la heladera, recordé que el cáncer le dificultaba a mi marido tragar líquidos. Saqué la sandía y pensé en el hecho de que ahora él recibía toda la humedad chupando cubos de sandía congelados.

 

Luchando contra la necesidad de dormirme de pie, tomé e cuchillo y dije en voz alta: “Renuncio a mi voluntad ante Tu voluntad”. Repetí esas palabras como un mantra. Poco a poco los pequeños cubos de sandía fueron llenando el bol. Una vez completada la tarea, le llevé el bol a mi marido y me desplomé en la cama, quedándome dormida antes de que la cabeza tocara la almohada.

 

Mi marido falleció antes del amanecer.

 

Cada vez que recuerdo aquella noche, doy siempre las gracias por haber aprovechado lo que resultó ser la última oportunidad que Hashem me dio de hacer una mitzvá por mi marido mientras todavía estaba con vida. Y todo fue gracias a mi entrega. Guau….

 

Quiero que algo quede en claro: “entrega” significa que renuncias a tu propia voluntad a la voluntad de Hashem. Dar es un acto de humildad. Renunciar o no renunciar es una decisión que se manifiesta en cada aspecto de la vida: con la pareja y con los hijos; en la oficina, en la calle, en el supermercado repleto de gente cada Erev Shabat. En los problemas financieros y en las charlas con nuestros hijos sobre el tema de la disciplina. En una palabra: se encuentra en todos lados.

 

Sin embargo, no siempre es fácil. Como dice el refrán: la más grande distancia en el mundo es la que existe entre la mente y el corazón.

 

Son muchos los motivos de esta distancia:

 

Falta de atención: al perder el enfoque en darles importancia a las cosas verdaderamente importantes, cometemos muchos errores.

 

La fuerza del hábito: el fracaso puede ser solamente una idea preconcebida o una forma anticuada de hacer las cosas.

 

Sensibilidad occidental: la sociedad occidental nos introdujo el concepto de ser individuos toscos e inquebrantables. Según ellos, uno tiene que ser fuerte y jamás debe demostrar signos de debilidad buscando el apoyo de los seres queridos.

 

Sentimientos de tristeza: de incomodidad, de frustración, de resistencia o de resentimiento.

 

Todo esto no tiene lugar en el mundo de Hashem. Es nuestra tarea re-entrenar la mente y el corazón para vivir mejor y más felices. La entrega es una de las muchas herramientas con que cuenta Hashem para que nos re-entrenemos. Aprovechémosla!

 

 

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