Yo causé el Holocausto

Hay muchas historias de señoras viejas que se lamentaron durante los últimos momentos de sus vidas. Recostadas en el lecho, rodeadas de sus hijos, nietos, y bisnietos, tuvieron un momento de lucidez y se pusieron a llorar.

Se acordaron de aquella vez que un matón las golpeó. Se acordaron de cuando un tirano las envió injustamente a la cárcel. Se acordaron de cuando pasaron varios días con solamente algunos bocados que les permitieron seguir con vida.

En ese momento comprendieron que su sufrimiento fue la razón por la cual fueron bendecidas con una vida tan larga. Cada vez que alguien les causaba daño, Dios les agregaba un año más de vida.

Ahora miran atrás y desean que el dolor hubiera sido aún más intenso.

¿Acaso es esto el Holocausto? ¿El Holocausto aceleró la Redención? Cuando nos deleitemos en el Resplandor Divino, ¿daremos las gracias por el hecho de que Dios hizo lo que era necesario para acercar este día un poquito más?

¿Acaso ese es el objetivo del sufrimiento? ¿Acaso nuestra esclavitud en Egipto aceleró el Éxodo? ¿Y los horrores del Holocausto aceleraron la construcción del Tercer Templo?

Así es como tiene que ser?

Aprendemos en la sección de la Torá Bejukotai (final de Levítico) y Ki Tavó (Deuteronomio) que si no servimos a Hashem, nos acometerán 100 maldiciones. En cada Holocausto, esto es exactamente lo que tuvimos que soportar.

Somos una nación en piloto automático. Tenemos un punto de partida y un punto de arribo y un sendero específico. Si nos apartamos de este sendero, Hashem nos hace retornar a él enseguida. Y lo hace porque nos ama. Él sabe dónde termina el sendero y sabe cuánto Le daremos las gracias por habernos mantenido en él.

Es por eso que cuando nos desviamos a la derecha o a la izquierda, Él a veces nos da un golpe fuerte con Su vara para que nos mantengamos en el sendero que nos va a conducir a la felicidad eterna más grande que pueda existir.

La fe judía, que afirma que todas nuestras tribulaciones son causadas por nuestros propios pecados, pone la culpa del Holocausto sobre mis hombros tanto como sobre los de Adolf Hitler. Yo soy tan culpable como él por la muerte de seis millones de nuestros hermanos.

Esa es la consecuencia del pecado.

Estamos llorando la pérdida del Primer Templo, del Segundo Templo y toda una vida en el exilio por cometer los pecados de que somos culpables hoy en día:

La inmoralidad sexual

El asesinato, que se traduce como las malas lenguas, las calumnias, los chismes, que avergüenzan a las personas y se consideran legalmente como quitarles la vida.

La idolatría: que es pone toda nuestra energía en algo que no empieza ni termina con Dios, como por ejemplo, el trabajo, quién va a ser el próximo presidente de los EEUU, o quién va a ganar la Copa Mundial de este año.

Negarnos a entrar a la Tierra de Israel. Negarnos a aceptar y vivir con la fe de que Israel es nuestro hogar permanente.

Todo esto llevó a la muerte. Todo esto llevó a una agonía indescriptible. Las consecuencias de cada decisión que tomamos son gravísimas y tienen repercusiones en los cuatro confines de la tierra.

La Guemará nos advierte que cada generación que no experimenta la reconstrucción del Templo es como si fuera culpable de su destrucción. El Tercer Templo marcará el inicio de una era de paz perfecta e inmutable para toda la Nación de Israel.

El Rebe de Lubavitch nos dice que estamos tan cerca que incluso un solo acto puede inclinar la balanza hacia la Redención. Todo acto que hacemos ahora tiene el mérito de purificar a toda la humanidad y librar al mundo del sufrimiento.

Cada vez que no actuamos. Cada acción que está mal tiene consecuencias reales que impactarán en el bienestar de cada hombre, cada mujer y cada niño en la tierra.

Elijan sabiamente.