La propina de mil dólares

Rajel miró la montaña de billetes y no podía creerlo: “¡Pero acá hay mil dólares! ¡Es demasiado!”.

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Kobi A.

Posteado en 16.03.21

Una señora mayor estaba sentada en el café disfrutando de la comida. De repente vio a una moza que estaba en avanzado estado de gestación y le preguntó: “¿No es difícil trabajar tan duro al final del embarazo?”.

“No me queda otra opción. Alguien tiene que pagar las cuentas. Mi marido trabaja muy duro como mecánico pero últimamente no hay mucho trabajo”, respondió la moza.

 

A la señora mayor le dolió en el corazón: “¿Cómo te llamas, querida?”, le preguntó.

 

“Me llamo Rajel ben Shimshon”, respondió ella.

 

“Bueno, yo me llamo Ester, y esta es tu propina”.

 

Rajel miró la montaña de billetes y no podía creerlo: “¡Pero acá hay mil dólares! ¡Es demasiado!”.

 

“Lo que es demasiado es que estés trabajando en semejante estado”, le respondió Ester.

 

“Pero ¿por qué?”, preguntó Rajel

 

Ester respondió con una sonrisa: “Es que me recuerdas a mi hija”.

 

De camino a casa, el auto de Ester se rompió a un costado de la ruta. Ya era muy tarde y el teléfono no funcionaba. Ester se enojó consigo misma por no haber cargado la batería antes de salir y por no haber comprado un cargador para el auto. Y se quedó allí sentada, aterrorizada pensando que podía aparecer cualquier ladrón o peor aún… y se puso a llorar.

 

De repente, un auto se detuvo y salió de él un hombre sucio con aspecto de ser bastante pobre que parecía estar muy cansado. El hombre dio unos golpecitos suavemente al auto de Ester y le dijo que quería ayudarla, y que ella abriera el capó.

 

“¡Qué tonta que soy!”, pensó la mujer. “¿Por qué le di todo el efectivo a esa moza? ¡Seguramente este tipo me va a querer sacar hasta el último centavo!”.

 

 

Pero para su gran sorpresa, el joven levantó el capó, y como por arte de magia el motor volvió a renacer.

 

“¿Cuánto le debo?”, preguntó Ester con miedo.

 

“Usted me hace acordar a mi mamá, que en paz descanse. Me imagino qué le hubiera pasado a ella si le hubiera pasado lo mismo. No, no se preocupe. No tiene que pagarme nada”.

 

La amabilidad de este joven hombre la dejó sin palabras. Enseguida ella le preguntó cómo se llamaba:

“Me llamo Avi. Avi Ben Shimshon”.

 

Ester se puso a llorar. Se dio cuenta de que era el marido de la moza.

 

“¿Qué pasa?”, le preguntó Avi.

 

“Mi padre, de bendita memoria, siempre me decía que en este mundo todo lo que uno da, lo recibe de vuelta. Ahora me doy cuenta de cuánta razón tenía…”.

 

Media hora más tarde, el mecánico Avi Ben Shimshon volvió a casa y se dio cuenta de cuánta razón tenía Ester – cuando su mujer le contó de la señora mayor que se parecía a su mamá y que le había dejado una propina de mil dólares.

 

Aunque muchas veces no veamos enseguida los frutos de nuestro esfuerzo, no va a pasar mucho tiempo hasta que llegue el momento en que cosechemos la recompensa.

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