Cathy la Cosaca

En 4to grado de la escuela primaria tuve una maestra llamada la Señorita Leo, una ex monja que solía golpearme con la regla...

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Aliza Teitelbaum

Posteado en 15.03.21

En 4to grado de la escuela primaria tuve una maestra llamada la Señorita Leo, una ex monja que solía golpearme con la regla. Por aquella época las maestras no corrían ningún peligro por golpear a los alumnos, pero recuerdo que le devolví el golpe, lo cual por supuesto me hizo aterrizar en el despacho de la directora.

 

La directora, que también había sido monja, me dio la amarga noticia de que este episodio iba a dejar una marca negra por siempre en mi historial, que es probablemente la razón por la cual mi vida empezó a ser una catástrofe tras otra. Quiero decir… hasta que los bresleveros me acercaron a Rabí Najman, y me enseñaron a ver los puntos buenos de cada persona, incluyendo aquellos que tienen marcas negras en sus historiales.

 

Jamás olvidaré el día en el que teníamos que entregar un informe complicadísimo sobre no recuerdo bien qué tema. Teníamos que entregárselo a la Señorita Leo, en perfecta caligrafía, y yo ni siquiera lo había empezado. Así que confié en mi rutina de emergencias: me hice la enferma y me fui corriendo al baño y me quedé allí parada. No me acuerdo cuánto tiempo pasó antes de que tuve que enfrentar a la Señorita Leo, que me hizo pasar el ridículo delante de toda la clase. Otros días simulé estar tan pero tan enferma que la secretaria se apiadó de mí y llamó a mi madre para que me viniera a buscar.

 

Pueden tomarlo como unos ensayos para mi carrera teatral, pero la verdad es que no empezó allí.

 

Uno o dos años antes, me había metido en el baño con el termómetro de mi mamá y encendí el agua caliente. Mi mamá se dejó convencer de prepararme el sofá con una almohada y una manta, una taza de té, azúcar y tostadas. Otros días, mientras volvía a casa caminando después de un día terrible en la escuela, me quitaba el abrigo, el sombrero y el sweater, me ponía a dar vueltas en la nieve, con la esperanza de que me enfermara. Pero no.

 

No piensen que la maestra y la directora eran las únicas que me maltrataban: mis compañeros también. El bullying era parte de la cultura y el folklore de la escuela. Y no solamente en cuarto grado: también en primer grado.

 

Una vez, mi madre, que en paz descanse, no estaba en casa porque estaba estudiando en la universidad. Yo llegué a la hora del almuerzo y mi abuelita, la paz sea con ella, estaba lavando los platos y se dio cuenta de que yo estaba llorando.

 

Le dije que una compañera me había golpeado.

 

Pero primero tengo que contarles algo acerca de mi abuela: un cosaco en Ucrania había asesinado a su primer marido y además ella no había oído hablar del mágico crisol de razas de América, como mi mamá y yo.

 

 

Entonces la abuela me preguntó por la niña que me había golpeado.

 

La niña se llamaba Cathy.

 

Cathy la Cosaca: “Es por eso que te golpeó”, dijo la abuela con tono decidido.

 

En todos mis años antes de primer grado, jamás había oído un comentario tan librepensador, tan disidente, tan inconformista como ese.

 

Toda la historia con la abuela tuvo lugar antes de que yo leyera el libro llamado Cuide Su Palabra que dice que no hay que repetir una conversación privada, pero como me sentía confundida y triste, le dije a mamá lo que había dicho la abuela.

 

De los ojos de mamá salieron como flechas: “NO! La Abuela no dijo eso!”.

 

Entonces me confundí todavía más y empecé a pensar que yo lo había inventado, pero no dije nada.

 

Así que ya ven, queridas hermanas, no podemos estar seguras de que nadie diga la verdad: ni la abuela, ni mamá. Ni tampoco Aliza (yo…).

 

Y es por eso que necesitamos la plegaria personal: la hitbodedut. Alejarnos de los otros seres humanos -que están llenos de mentiras, intereses personales, estupideces y conocimientos- y salir a algún parque, y buscar la verdad. No tenemos que tener miedo de nadie. No tenemos que mentir ni creer en mentiras.

 

Tal como enseña el Rabino Shalom Arush: “El verdadero propósito de la vida es conocer a Hashem. Sin aclarar la verdad, esto resulta imposible. Si una persona vive una mentira, se está alejando de Hashem. Por lo tanto, no queremos vivir una mentira. Aquel que niega la verdad solamente se está engañando a sí mismo” (En los Campos del Bosque).

 

Lo único que tenemos que hacer es ir corriendo al parque una hora y conversar con Papá Dios.

 

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