Un amor personal

Noventa y nueve años no es precisamente una edad joven. Incluso entonces, en los días de nuestro patriarca Abraham

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Rabino Shalom Arush

Posteado en 02.11.25

Un deseo que duele en los huesos

Noventa y nueve años no es precisamente una edad joven. Incluso entonces, en los días de nuestro patriarca Abraham, la paz sea con él, ya se consideraba una edad avanzada. ¿Cómo lo sabemos? Por nuestra parashá, donde los ángeles anuncian el nacimiento de Itzjak, y Sará duda debido a la edad avanzada de su esposo.

Y Abraham se encontraba convaleciente de la circuncisión que había hecho por orden de Hashem, bendito sea. Era el tercer día, cuando los dolores son más intensos, y además un día extremadamente caluroso. En medio de ese calor sofocante, Abraham está en la entrada de su tienda, esperando a los huéspedes.

Y uno podría decir: bueno, si viera pasar gente y, a pesar del dolor, se esforzara por recibirlos — se entendería. Pero no hay nadie en el camino, nadie que salga ni que entre. ¿Qué quieres, Abraham? Siéntate tranquilo, descansa, deja que tu cuerpo se recupere…

Y no solo eso: ¡Hashem mismo se le revela! Viene a visitarlo. No podemos siquiera imaginar qué placer inmenso representa presenciar una revelación divina, ver la presencia de Dios. A simple vista, ese sería el momento perfecto para olvidarse del mundo y disfrutar del encuentro…

Pero nuestro patriarca no puede relajarse, porque le duele. No, no le duele la herida del pacto. Le duele algo más. Le duele que no haya huéspedes. Su deseo de dar, de servir, de alimentar, de acercar a otros, arde en sus huesos como fuego. Está dispuesto a renunciar a la revelación divina misma; no le importa su edad, su estado físico ni el calor del día. Solo quiere tener un huésped, incluso el más simple, y correrá, se moverá y movilizará a toda su familia, gastará dinero sin medida, solo para hacer el bien y brindar.

Es impresionante contemplarlo, pensar en este hombre tan grande, y nos preguntamos: ¿por qué lo hace? ¿Por qué ese deseo tan intenso, esa necesidad de tener invitados a cualquier costo, incluso a expensas de su conexión espiritual con Dios?

Y como deseamos alcanzar el nivel de nuestros patriarcas, le preguntamos a nuestro padre Abraham: revelanos por qué lo haces. ¿Por qué arde tanto en ti este anhelo?

Amar hasta el extremo

Todo ser humano se ama a sí mismo, se preocupa por su propio bienestar y por sus intereses. Y la verdad es que no hay lugar en el corazón para dos amores a la vez. Pero Abraham ama a Hashem con perfección. Si Hashem lo llama “Abraham, Mi amado”, eso significa que él amaba a Dios sin ningún interés personal, sin un solo deseo propio.

Cuando algo es la voluntad de Hashem, nada puede oponerse a ello.

Abraham cree en Hashem con total entrega. Sabe que Hashem desea que todo el mundo Lo conozca, que reconozcan Su existencia, que Le hablen, que Le agradezcan y vivan conscientes de Su presencia.

Esa fue toda la misión de Abraham: ir de lugar en lugar acercando a la gente y “haciendo almas”, como dice nuestra parashá más adelante: “Y plantó un eshel en Beer Sheva”. El midrash explica que plantó un huerto con todo tipo de frutas, para ofrecer a cada huésped aquello que le gustara, y que fundó una posada para recibir a los viajeros. Cuando comían y bebían, les decía: “Bendigan”. Ellos preguntaban: “¿A quién bendeciremos?”. Y él respondía: “Digan así: Bendito sea el Dios Altísimo, de quien hemos comido”.

Y así relata el Rambam:

“Comenzó a levantarse y a proclamar en voz alta a todo el mundo que hay un solo Dios en el universo, digno de ser adorado. Iba de ciudad en ciudad, de reino en reino, reuniendo gente y enseñando a cada uno según su comprensión, hasta devolverlo al camino de la verdad. Miles y decenas de miles se unieron a él; eran los hombres de la casa de Abraham, en cuyos corazones plantó esta gran verdad”.

¿Qué aprendemos de esto? Que lo que ardía en Abraham era el deseo de difundir la fe, y el instrumento principal para lograrlo era la hospitalidad. Por eso era tan vital para él recibir invitados.

Podríamos pensar, de manera algo superficial, que la hospitalidad era simplemente una estrategia para atraer a la gente, eliminar su resistencia y abrirles el corazón — algo así como ofrecer dulces a los niños para que vengan a rezar.

“Bendito sea el Dios Altísimo, de quien hemos comido”

Pero si todo fuera solo un medio, habría que preguntar: ¿por qué Abraham sacrificó tres terneros? Con uno habría bastado —un solo ternero alcanza para alimentar a cien personas con carne de excelente calidad—. También una sola lengua de ternero es suficiente para muchos más de tres personas. Y, de hecho, para tres viajeros que caminan horas bajo el sol ardiente, ofrecerles sombra y agua fresca ya es un acto de gran bondad. Sin embargo, Abraham pide a Sará que prepare tortas, les sirve manteca y leche, y además sacrifica tres terneros.

¿Cómo entender esto?

A la luz de la gran revelación que Hashem desea transmitir a Su pueblo —que los ama y que la esencia de la fe es creer que Él es un Padre bueno que ama a cada judío, que solo hace el bien y quiere darle aún más y más bien—, podemos entender un significado mucho más profundo.

Antes, recordemos un principio esencial:

Hashem creó el mundo para manifestar Su compasión. ¿Y cómo se revela que Dios es compasivo? Cuando las personas se compadecen unas de otras. Así se muestra que el mundo fue creado con misericordia, y que su Creador es misericordioso. Además del acto de bondad en sí y de la mitzvá de “andar en Sus caminos”, ese comportamiento también revela la verdadera fe, la fe en un Dios lleno de piedad.

Por el contrario, cuando los seres humanos se comportan con crueldad, les resulta difícil creer que Dios es compasivo, porque ven en el mundo dureza y frialdad. Entonces, además del pecado de hacer sufrir o engañar al prójimo, hay una ocultación de la misericordia divina, una distorsión del rostro de Dios. Así, las personas dejan de conocerlo y de creer en Él verdaderamente.

“Hashem me ama”

Esta es la esencia de la hospitalidad de Abraham. Cuando el pilar de la fe —nuestro patriarca— se entrega por completo, esforzándose y sirviendo sin límites, solo para dar y hacer el bien, no se trata de un medio; eso mismo es una lección viva de fe.

Con su ejemplo, Abraham inculca en sus invitados la sensación de que el mundo es bueno, que el mundo está lleno de bondad, y que, por lo tanto, Dios es bueno y benevolente. Ellos no solo bendicen a Dios y pronuncian Su Nombre, sino que realmente lo conocen, reconocen Sus atributos, Su bondad, Su compasión y Su amor inmenso por todas las criaturas.

Por eso, Abraham sacrifica un ternero distinto para cada huésped. Porque quiere enseñarles que la fe debe ser precisa: no solo que “Dios es bueno”, sino que Dios me ama personalmente, siempre me ama y siempre me hace el bien.

Si hubiera ofrecido un solo ternero, los invitados podrían haber pensado que lo hizo en honor del más importante de ellos, y que los demás solo participaban por su mérito. En ese caso, no habrían percibido que Hashem ama a cada individuo en particular. Pero Abraham quiere transmitir la fe completa y perfecta: que Hashem ama a cada persona de manera única e individual.

Por eso sacrifica un ternero por cada invitado, y prepara para cada uno una medida entera de harina —una cantidad enorme, más de siete litros de sémola fina—.

Así, su hospitalidad no era solo un acto de bondad, sino una revelación de la fe misma, una lección viva de amor divino: que Dios no solo creó el mundo, ni es solamente bueno y compasivo, sino que Dios me ama. Ama a cada persona. Y a través del esfuerzo y la alegría con que Abraham servía a sus invitados, revelaba al mundo cuánto nos ama Hashem, y cuánto ama a cada uno, de manera infinita y personal.

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