El Amalek de Todos los Días
Aunque es mucho más fácil pensar que el enemigo viene de afuera, que es un enemigo externo, la realidad es muy diferente de lo que pensamos o querríamos que fuera…
Aunque es mucho más fácil pensar que el enemigo viene de afuera, que es un enemigo externo, la realidad es muy diferente de lo que pensamos o querríamos que fuera…
El Amalek nuestro de todos los días
De todos los pueblos mencionados en la Torá, Amalek es aquel a que se nos ha encomandado recordar cada día.
Al final de cada rezo diario, debemos agregar: “Recuerda lo que hizo contigo Amalek cuando saliste de Egipto; cómo se encontró contigo en el camino, y cómo cortó a los débiles que venían rezagados detrás de ti cuando estabas fatigado y exhausto”.
Y surge la pregunta, ¿por qué de todos los pueblos es a éste al que debemos recordar? ¿Y por qué todos los días? ¿Quién es este pueblo que tanto daño nos ha hecho que tenemos que recordarlo, y del cual sabemos que al momento de la redención será el único en ser totalmente destruido por HaShem Mismo?
La Torá en la Parashá Shemot, como lo dice el versículo mencionado, nos habla de este pueblo, que al vernos cansados y sin fuerzas, nos atacó en Refidím.
De allí que HaShem le ordenó a Moshé (Moisés) reunir hombres fuertes que salieran a luchar en contra de Amalek, con la promesa que Él estaría con el ejército de Moshé y Yehoshúa (Josué), o sea, con el Pueblo de Israel.
Sabemos que vencimos aquella batalla en el desierto, pero no conocemos hoy en día ningún pueblo que se llame Amalek.
Entonces, ¿por qué recordarlo a diario? Y si se nos ordenó que lo recordáramos, entonces¿quién es Amalek hoy?
Más que buscar entre los pueblos o entre los individuos del mundo de hoy en día quién representa a este pueblo tan cruel, porque es obvio que existen descendientes de la misma ideología y de la misma maldad, prefiero dirigir esta interrogante a una búsqueda interna: quién es el Amalek dentro de cada uno de nosotros.
Aunque es mucho más fácil pensar que el enemigo viene de afuera, que es un enemigo externo, la realidad es muy diferente de lo que pensamos o querríamos que fuera. De hecho, este Amalek nuestro, el que mora dentro de nosotros mismos, puede ser mucho más destructor y dañino que aquel que nos acecha desde afuera.
Entonces, ¿cómo lo reconocemos? ¿Cómo sabemos qué es lo que nos causa y cuál es el resultado de su destrucción?
Nuestro Amalek es la duda. Es este cáncer que carcome silenciosamente nuestra fe, nuestra creencia, nuestra esperanza. Es lo que socava los cimientos de nuestra Teshuvá, de nuestro anhelo de volver a conectarnos con el Creador, siguiendo Sus Mandamientos, refinando nuestras Midót (cualidades), estudiando Torá como vehículos para este acercamiento.
No sé cómo será para aquellos que nacieron en hogares observantes, pero para aquellos que hemos escogido el camino del regreso, pienso que podemos comparar nuestro esfuerzo por retornar a nuestra fuente con el anhelo de aquellos navegantes del siglo XV que creyeron que el mundo iba más allá de lo que ellos conocían.
Al igual que ellos, en determinado momento de nuestras vidas percibimos que más allá de la sociedad no observante en la que vivimos, más allá del mundo material, de las cuentas bancarias, de los apartamentos, de los automóviles, del trabajo, de la televisión y del cine, hay todo un mundo casi desconocido. Y digo “casi”, ya que con certeza, en algún rincón del alma, conocíamos su existencia.
Lo que está en el alma no siempre es imperciptible y la mayoría de las veces nos habla en susurros; por lo tanto, hay que silenciar el ruido de la vida diaria para escuchar los mensajes que nos manda.
Como los grandes descubridores que llegaron a América, salimos buscando nuestro "El Dorado". Aquel lugar que, a diferencia del oro que buscaban los colonizadores, nos sería igualmente preciado a nivel espiritual.
Éste es el proyecto de vida que hemos escogido, el cual nos enfrenta al Amalek nuestro a diario. El que nos hace dudar, cuestionar, echarnos para atrás. Él sabe que somos débiles. Porque emprender un camino de Teshuvá nos saca de nuestro Egipto. De aquel lugar de esclavitud en que vivíamos antes de emprender el sendero de nuestra liberación espiritual, ética y moral. Y todos sabemos que el esclavo no es fuerte. Que sólo el hombre libre lo es. De allí que debemos reconocer que nuestra incertidumbre, nuestra falta de confianza, nuestro temor, nuestras caídas – son obra de Amalek.
Por eso, nuestra esperanza y nuestra fuerza se encuentran precisamente en el verso que rezamos a diario. En recordar que Amalek nos encontró, y que nos sigue encontrando a la salida de nuestro Egipto personal, cuando estamos débiles y cansados.
Pero debemos tener presente que será con nuestros mejores soldados -nuestra plegaria, nuestras mitzvót (preceptos), nuestro aprendizaje de la Torá- y con la ayuda de Di-s Todopoderoso, que podremos vencer a nuestro enemigo personal.
Ésta es la razón por la cual debemos recordar todos los días de nuestras vidas a Amalek: porque al recordarlo sabemos que su intención es descarrilarnos, hacernos sentir como esclavos. Pero a pesar de todo eso, HaShem nos hizo saber que tenemos la fuerza para ganar la batalla y ser hombres y mujeres libres.
5/09/2021
Gracias a HaShem por este medio entendí la tercera" remembranza, en mi vida Amén gracias Shalom