
El poder de la emuná
En la vida, nos encontramos con personas que sufrieron terriblemente, pero a pesar de todo, jamás se apartaron de la emuná. Nunca se quejaron. Y es porque vivieron siempre con un profundo agradecimiento a Hashem por cada detalle de la vida.

En la vida, nos encontramos con personas que sufrieron terriblemente, pero a pesar de todo, jamás se apartaron de la emuná. Nunca se quejaron. Y es porque vivieron siempre con un profundo agradecimiento a Hashem por cada detalle de la vida.
Quiero contarles la historia de una señora ya anciana de Jerusalén que sufría de atrofia muscular y vivía en una casa dilapidada. La pobre mujer apenas si se movía mover; solamente podía hablar. Uno de los sabios de Jerusalén de aquella época, el Rabino Yehoshua Leib Diskin, solía ir a visitarla cada tanto para ver cómo se encontraba y darle palabras de aliento. Durante una de esas visitas, el Rabino le preguntó: “¿Qué bendición puedo darle?”, y ella le pidió que la bendijera con longevidad. El Rabino se sorprendió mucho, porque pensaba que ella sufría mucho de la forma en que vivía. Por eso le preguntó por qué quería vivir más años siendo que vivía con tanto sufrimiento. Y ella le respondió algo increíble: “Estimado Rabino: yo estoy aquí postrada en la cama y no puedo estudiar Torá, ni puedo decir bendiciones ni rezos, porque no estoy limpia y no tengo fuerzas para limpiarme a mí misma y en la habitación hay mal olor.
De acuerdo con la halajá, está prohibido decir bendiciones en un lugar sucio. Yo dependo de la señora que viene a cuidarme, que llega dos veces a la semana. Cada vez que ella viene, se encarga de limpiarme a mí y limpiar la habitación y airea la casa, y entonces tengo unos pocos minutos en los que puedo recitar bendiciones. Y entonces pido un vaso de agua y recito la bendición “shehakol” – “que todo llegó a la existencia por Su palabra” – y a veces también llego a recitar otra bendición más antes de que vuelva a ensuciarme. Estas bendiciones son tan preciadas para mí y espero con tantas ansias a la señora que viene a limpiar, porque entonces podré otra vez bendecir a Hashem. Y no estoy dispuesta a renunciar a una vida así. ¿Acaso no vale la pena vivir así para bendecir a Hashem aunque sea dos veces por semana?”. El Rabino no podía creer lo que acababa de oír y no logró ocultar su emoción ante la respuesta que le había dado esa mujer tan sencilla.
Este es el mundo interior de una señora simple que, a pesar de estar enferma en el cuerpo, no obstante era muy sana en su mente y en su emuná. La pobre mujer estaba postrada en el lecho de enferma, sin poder moverse, y a pesar de eso, no se sumió en la autocompasión ni siente que alguien le deba algo y no se quejaba ni se lamentaba, sino que pensaba en una sola cosa: cuándo iba a poder bendecir a Hashem nuevamente.
¡Cuánto podemos aprender todos de esta señora!
8/27/2022
Baruj HaShem