Hacer lo que se nos dice – Sheminí
En cualquier situación, nos vemos empujados a hacer juicios morales en dos direcciones, a menudo opuestas. Nos sentimos atraídos hacia lo que queremos y, al mismo tiempo, hacia lo que Hashem quiere de nosotros (que no siempre es lo mismo)
La vida de la persona judía que busca la verdad en su relación con el Creador es a menudo desafiante. El punto de partida consiste en creer y saber que Hashem nos ama tal como somos, tal como un padre compasivo ama a sus hijos. Por otro lado, también sabemos que Hashem no quiere que nos volvamos complacientes en lo que respecta a nuestro desarrollo espiritual. Uno de los métodos de la Torá para enseñarnos una mayor honestidad personal es relatar historias de los gigantes espirituales del pasado. Aprendiendo de sus éxitos y fracasos, podemos aprender las sutilezas de vivir una vida judía verdaderamente honesta.
En la parashá de esta semana, Nadav y Avihu, los santos hijos del Kohen Gadol, Aarón, deciden llevar su propia ofrenda personal de incienso a la inauguración del Santuario. Pero, en lugar de que este elevado regalo sea aceptado, los hijos de Aarón son consumidos por un fuego del Cielo. La Torá explica claramente su transgresión. El versículo nos dice que trajeron una ofrenda “que Hashem no les ordenó”.
La pregutna es – ¿por qué esta ofrenda “no ordenada”, con todas sus santas intenciones, fue considerada una infracción tan grave en el servicio del Templo? La cuestión es además desconcertante, ya que la Torá permite numerosos tipos de ofrendas voluntarias en el Santuario. ¿Por qué el incienso de Nadav y Avihu era absolutamente inaceptable?
Para entender este punto, retrocedamos en el tiempo hasta el primer Hombre y la primera Mujer en el Jardín del Edén. Es famosa la historia de cómo se les ordenó no comer del Árbol del Conocimiento y, aun así, fueron y comieron de él. ¿Cómo fue posible que se les ocurriera siquiera ir en contra del mandato directo de Hashem? Además, debido a ese pecado, el Hombre fue expulsado del Jardín y todavía estamos sufriendo por su error miles de años después. El Judaísmo no cree en el Pecado Original, según el cual la humanidad está destinada a una vida maldita basada en el error de Adán y Eva. Por otro lado, no vivimos exactamente en un Jardín del Paraíso. Es obvio que su ingesta nos afectó de manera drástica. ¿Cuál fue la naturaleza del error de Adán y Eva? ¿Hay alguna forma de entender la idea general de su error y nuestra capacidad para rectificarlo hoy en día?
Una de las realidades notables de este mundo es que Hashem estableció el mundo con dualidad, Cielo y Tierra, fisicalidad y espiritualidad etc.. En el nivel de la moralidad, la dualidad se expresa en una tensión alucinante. En cualquier situación, nos vemos empujados a hacer juicios morales en dos direcciones, a menudo opuestas. Nos sentimos atraídos hacia lo que queremos y, al mismo tiempo, hacia lo que Hashem quiere de nosotros (que no siempre es lo mismo). Queremos la hamburguesa con queso y Hashem dice que no. Nos dan ganas de distraernos en Shabat con nuestras películas favoritas y Hashem dice que no.
Esta tensión tiene una larga historia que se remonta a Adán y Eva en el Jardín. Su alimentación se basaba en “Él y nosotros”. Hashem dijo “no” y Adán dijo “sí”. Adán fue desafiado con las dos opciones y decidió ponerse “en el asiento del conductor”. Adán no comprendió que lo que Hashem quería, por definición, debía ser lo mejor para él. Como no humilló su “sí” ante el “no” de Hashem, no hubo más remedio que enviarlo fuera del Jardín para que descubriera el mensaje de la humildad ante el Creador. Con suerte, sus viajes le enseñarían que la vida es un torbellino sin la Mano guiadora de Hashem, que señala el camino correcto del crecimiento personal y espiritual.
Nosotros, los hijos de Adán, aunque no somos tentados a comer frutos del Jardín del Edén, somos tentados a “participar” de algo “sabroso” a lo que Hashem a veces dice que no. Diariamente nos encontramos en medio de una batalla similar de dualidad, lo que Él quiere y lo que nosotros queremos. A menudo ni siquiera podemos distinguir claramente las dos voces. Nuestras vidas están llenas de elecciones de “Él y nosotros” que nos tientan a poner nuestras agendas personales en primer plano. El reto de ponerlo a Él “en el asiento del conductor” no es fácil.
Hay un lugar donde esta tensión se alivia: el Templo. En ese mundo de increíble claridad espiritual, Su voluntad se convierte en la nuestra. En una realidad casi por encima del espacio y del tiempo, el Templo nos ofrece un lugar en el que nuestras voluntades se llenan de la conciencia de que Su voluntad es suprema. Pero también es fundamental que nos demos cuenta de que no hay mayor expresión de devoción y amor que podamos ofrecerle que la que Él nos prescribe. Su voluntad se convierte en nuestra voluntad porque, en última instancia, nuestra voluntad sin la Suya es básicamente un vacío hueco.
Nadav y Avihu ofrecieron incienso con la más elevada de las intenciones. Aun así, aquello estaba basado en “Él y nosotros”. Su servicio era una expresión de acercarse a Hashem basada en la sabiduría de ellos, y no en la de Él. Ese mensaje es una antítesis del tejido y la realidad del Templo.
La buena noticia es que podemos, con claridad y ayuda de lo Alto, rectificar el error de Adán. Tenemos la capacidad de enmendar el error humillándonos y aceptando Su voluntad de todo corazón. Unas pocas herramientas son esenciales para recorrer el camino de ver el mundo como un lugar para cumplir lo que “queremos” a un mundo lleno de la gloria de Hashem haciendo lo que “Él quiere”. Las dos claves para encontrar esa conexión son la emuná y el daat (fe y conocimiento). Tener emuná significa primero desarrollar una claridad de que indudablemente Hashem quiere que desarrollemos nuestras habilidades más profundas. A través de la emuná, también podemos darnos cuenta de que Su Torá es la verdadera luz guía que nos permite conectar con nosotros mismos y con Él. Y en segundo lugar, el conocimiento, adquirido a través del estudio de Sus enseñanzas, que abre las puertas de un almacén de riqueza espiritual y tesoros ocultos.
La conciencia de que Hashem siempre quiere lo mejor para nosotros y sentir profundamente esa verdad es el reto de llevarnos a nosotros mismos y a la humanidad de vuelta al Jardín. Ese Jardín se encuentra en el Monte del Templo en Jerusalén y está siendo construido por los ladrillos del anhelo de que la voluntad de Hashem sea conocida por toda la humanidad. Que tengamos el mérito de ver el Templo en toda su gloria pronto en nuestros días. Amén.
Escribe tu opinión!
Gracias por tu respuesta
El comentario será publicado tras su aprobación