El secreto de la libre elección
“Escuchar” la voz de Hashem significa que nosotros queremos lo que Él quiere.
El sagrado libro Orjot Tzadikim, que es atribuido a uno de los Rishonim (siglo XIV-XV) se refiere en forma extensa al tema de la voluntad cuando dice que toda la Torá está incluida en el rasgo de la voluntad. Esto se aplica a todas sus reprimendas y todas sus bendiciones. ¿De qué manera? Un versículo dice que al momento de la entrega de la Torá [Dios les dijo a los judíos]: “Y ahora, si realmente han de escuchar Mi voz y observar Mi pacto, ustedes serán para Mí un tesoro de entre todos los pueblos” (Éxodo 19:5). El significado de la frase “si realmente han de escuchar Mi voz” es: si la aceptan con una voluntad positiva. Y ellos respondieron: “Haremos y escucharemos” – con una voluntad positiva.
Con referencia a la lista de maldiciones que figuran en Deuteronomio, el versículo afirma: “Pero ocurrirá que, si no obedeces la voz de Hashem, tu Dios, para observar, para cumplir, con todos Sus preceptos y todos Sus decretos…” (Deuteronomio 28:15) y un pasaje afirma: “La bendición: que escuches el precepto de Hashem tu Dios… y la maldición: si no escuchas el precepto de Hashem tu Dios” (ibíd 11:27-28). Y cada instancia de “escuchar” no significa solamente escuchar en el sentido físico, con el oído, sino que deben tener la voluntad de actuar (Orjot Tzadikim: Shaar HaRatzón).
Y la conclusión de las santas palabras del Orjot Tzadikim es que “escuchar” la voz de Hashem significa que nosotros queremos lo que Él quiere. Por lo tanto, cuando la Torá y los profetas invocan repetidamente al individuo a que escuche la voz de Hashem, lo que están queriendo decir es que tenemos que querer lo mismo que quiere Hashem.
Y así concluye el Orjot Tzadikim: “A partir de todo esto, aprendemos que el rasgo de la voluntad es muy importante y que toda la Torá está comprendida dentro de él”.
Desde tiempos inmemoriales, los seres humanos han tratado de descifrar el enigma de la existencia: el objetivo general de la Creación y el objetivo de cada persona en particular. No obstante, nosotros, el pueblo de Israel, hemos recibido este mensaje directamente del Creador del mundo. Nuestros Sabios nos revelaron que el Creador es pura bondad y compasión. Y dado que la bondad se manifiesta siendo bondadoso con los demás, Dios nos creó para ser bondadoso con nosotros.
La esencia de la bondad que podemos experimentar en esta vida es la capacidad de conectarnos y unirnos al Creador, deleitándonos en Su luz y en Su cercanía. Y esto se logra por medio del alma. El alma de una persona es más importante que todos los mundos; es más santa que toda la Torá con todos sus preceptos. Y su único deseo es estar cerca de Hashem. El alma está absolutamente alejada del pecado: es literalmente “una parte de la Divinidad Suprema” (Job 31:2) que, antes de descender a este mundo, obtuvo deleite y placer del resplandor de la Shejiná, la Presencia Divina.
Aquí, en este mundo físico, esta conciencia permanece oculta, ya que el alma está contenida dentro de un cuerpo físico que es incapaz de experimentar un genuino deleite espiritual, y ese cuerpo es colocado en un mundo de materialismo y de deseos físicos. Por lo tanto, la luz del Creador y ese placer Divino nos están ocultos. Lo único que se nos revela es la vida de este mundo y sus deseos físicos. Por consiguiente, la persona se siente atraída a los deleites físicos y no a la luz espiritual para la cual fue creada.
Sin embargo, debemos ser conscientes que no sólo el deleite espiritual es inconmensurablemente más grande que el deleite físico, sino que, al estar desconectado del verdadero objetivo del ser humano, el placer físico hace que el alma sufra terriblemente y, de hecho, constituye exactamente lo contrario a la naturaleza del alma.
La esencia misma del alma es su conexión con el Creador. Dicha conexión surge cuando la persona cumple las mitzvot de la Torá. La palabra mitzvá proviene del término tzavta, que significa “conexión”: la conexión con el Creador. Por el contrario, el pecado constituye lo opuesto a la esencia del alma y lo opuesto a su función. Así es como la palabra jet, “pecado” en hebreo, se relaciona con la idea de “errar el blanco”. De esto aprendemos que el castigo no es la consecuencia del pecado, sino que el pecado, en sí mismo, es el peor castigo que existe, porque desconecta al individuo de su Creador. Y, para el alma, esa es la manifestación más cabal de “errar el blanco”.
5/03/2024
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