Hogar Dulce Hogar
Hay algo muy refrescante y muy renovador que surge del hecho de mudarse de departamento. Eso se debe en parte a que empaquetamos todo lo que tenemos
Hay algo muy refrescante y muy renovador que surge del hecho de mudarse de departamento. Eso se debe en parte a que empaquetamos todo lo que tenemos…
Y ahora, si Me obedecen y observan Mi pacto, serán para Mí el más preciado tesoro de todo el mundo, pues Mío es el mundo entero” (Shemot/Éxodo 19:5).
Hay algo muy refrescante y muy renovador que surge del hecho de mudarse de departamento. Eso se debe en parte a que empaquetamos todo lo que tenemos. Es increíble todo lo que uno puede encontrar mientras empaqueta todo lo que hay dentro de un departamento lleno de objetos sin uso, algunos de los cuales no fueron tocados en años. En la mayoría de los casos, podríamos decir que si todo este tiempo no lo necesitamos, lo más probable es que ese objeto tenga que mudarse a otra casa o bien dirigirse al tacho de basura. Uno de los objetos que encontré antes de que nos mudáramos hace poco fue un adorno el que no me logré separar y que había estado en nuestra posesión desde principios de nuestro matrimonio y que en cierto modo era como un símbolo de todo lo que habíamos pasado juntos con el paso de los años. Se trataba de una placa oval de bronce para sostener las llaves que decía “Hogar Dulce Hogar”, y que contenía un espacio oval en el medio para colocar una foto.
Ese cuelga-llaves empezó su carrera en nuestro feliz y joven hogar, brillando orgulloso junto con todas nuestras otras pertenencias, tan brillante y tan prístino como nuestras propias vidas. Al principio, tenía adentro una fotografía de nuestros dos hijos más pequeños, sonrientes y muy felices, sin la menor preocupación en sus rostros infantiles. Con los años, la foto fue cambiando, reflejando así el crecimiento de nuestra familia, mientras que el lustroso exterior se iba volviendo cada vez menos lustroso. Entonces, cuando nuestra vida familiar dio un giro en negativo, la foto ya vieja nunca más fue reemplazada por otra nueva. El marco vacío simbolizaba el enorme vacío espiritual en nuestras vidas y si bien el adorno era muy bello y podía usarse para colgar las llaves, sin la foto era como que le faltaba algo importante, algo vital. Nuestra familia, al igual que el marco sin la foto, carecía de la esencia de su propósito, o sea, la Torá y las mitzvot (los preceptos).
Con la guía de la mano de Di-s y a través de muchos milagros ocultos, gradualmente fuimos empezando a observar Shabat y a hacer un esfuerzo por estudiar lo que significaba mantener un hogar judío. Mi marido y yo habíamos nacido los dos judíos y teníamos cierta día de los conceptos y las costumbres, pero ninguno de los dos jamás se había comprometido a ser totalmente observante hasta después de muchos años de casados. Esto tuvo como consecuencia nuestra aliá a Israel, la tierra que HaShem le prometió a nuestro pueblo, o sea, las generaciones que siguieron a Abraham (siempre y cuando cumplamos con aquello que HaShem nos mandó cumplir).
Nuestra iniciación en Eretz Israel – la Tierra de Israel- estuvo llena de dificultades. Nuestro matrimonio, ya de por sí tambaleante, se enfrentó también a dificultades financieras y entonces se creó un vacío muy peligroso del cual sufrieron también nuestros hijos. Tratamos mantenerlo a flote con nuestra devoción recién descubierta, pero cuando la piedad se lleva a cabo en forma mecánica en vez de desde el corazón, no sirve y está destinada a hundirse como una balsa perforada. De no ser por el regalo de Hashem, En el Jardín de la Fe, que llegó una noche a nuestra casa, habríamos terminado siendo alimento para los tiburones (metafóricamente hablando, por supuesto).
Desde el momento en que inmigramos a Israel, hace ya veinte años, nunca más volvimos a ver el cuelga-llaves. Jamás había tenido la oportunidad de engalanar una pared en Israel, puesto que había sido metido en el fondo de un cajón de la cómoda. Entonces, cuando un día al empaquetar para mudarnos, lo encontré, casi me puse a llorar de la emoción. Otra vez, como símbolo de nuestro hogar disfuncional durante tantos años, estaba ahora lleno de suciedad, negro y mugriento… un aspecto muy triste, por cierto. Pero no me desesperé. Así como tenemos la capacidad de limpiarnos y purificarnos de cualquier falta que pudiéramos haber hecho, y de hacer teshuvá, retornando a Hashem, así también tomé el cuelga-llaves y me puse a refregarlo. Lo limpié y lo lustré hasta que estuvo listo para ponerle adentro una foto nueva.
Entonces me puse a buscar una foto que entrara en el óvalo y encontré una foto de un nido con la pájara madre y sus bebés, que habíamos tomado al lado de nuestro departamento anterior. No pude encontrar una foto mejor que esa. Yo siento que soy esa pájara, que construí mi hogar, crié a mis hijos y ahora, con la ayuda de Di-s, muy pronto cada uno de ellos va a abandonar el “nido”. Al principio erigimos nuestro nido en la rama más precaria pero una vez que nos apegamos firmemente a nuestras raíces, ni el viento más fuerte es capaz de hacernos daño.
“El pájaro también ha hallado su hogar; y la golondrina, un nido para ella, donde pueda poner a sus crías – Tus altares, Di-s de las Huestes, mi Rey y mi Eterno” (Salmos 84:4).
No sólo que tratamos de mantener en pie un hogar sobre el cimiento de la santidad sino que además elegimos construirlo en la tan anhelada tierra de nuestros antepasados. Una vez más la placa de bronce adorna nuestra entrada, como un recordatorio de las bendiciones de Hashem y de que por fin podemos habitar en nuestro amado “Hogar Dulce Hogar”.
Escribe tu opinión!
Gracias por tu respuesta
El comentario será publicado tras su aprobación