Milagro en Gaza

Todo el edificio se estremeció; sonaron las sirenas y la gente se puso a gritar como loca. Los altoparlantes llamaban a todos a ir corriendo al refugio antibombas.

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David Perlow

Posteado en 05.04.21

El hecho de formar parte del ejército israelí me posibilitó comprender la sociedad en calidad de nuevo inmigrante. Allí conocí a muchos soldados a los que les costaba bastante cumplir a diario con los ritos religiosos, en especial después del entrenamiento básico, cuando es muy difícil encontrar un quórum de diez hombres para poder rezar. Los largos días y las largas noches que se quedan de guardia casi sin dormir, con un colchón muy delgado y el rifle por almohada dificultan mucho tener la debida concentración durante las plegarias.

Gracias a los libros del Rabino Arush, En el Jardín de la Fe y En los Campos del Bosque (de próxima aparición en español), pude llenar mis tanques espirituales de amor por el judaísmo y por el prójimo. Estos libros me dieron la oportunidad de enseñarles el concepto de Emuná a mis compañeros, los demás soldados. Recuerdo con añoranza las noches en que nos quedábamos hasta bien entrada la noche en el bunker resumiendo los puntos principales de la hitbodedut (plegaria personal) con mis mejores amigos. De hecho hubo varios soldados que me pidieron consejo respecto a cómo hacer la hitbodedut durante sus turnos de dos horas de guardia en el límite con Gaza. Yo personalmente disfruté mucho estas sesiones de “custodia-hitbodedut”!, en las que el hecho de estar a solas con HaShem me dio una sensación de tremenda cercanía a Él y la fuerza necesaria para enfrentar cualquier tarea que me asignaran.

Llegó el mes de Elul y con él llegó el Rabino Brody de visita a nuestra base. Él nos enseñó la gran bendición que es tener una relación personal con HaShem, y en especial en situaciones de gran estrés, como el combate. Ese mes, mi unidad experimentó un enorme cambio: de repente veíamos a soldados poniéndose tefilín, observando el Shabat y haciendo constantemente preguntas acerca del judaísmo. Todas las noches se formaban quórums para decir Selijot. Los comandantes y los soldados se paraban el uno al lado del otro para rezar.

En la víspera de Rosh Hashaná, ocurrió un milagro que nos abrió los ojos y nos demostró el poder de la plegaria. Ya se estaba poniendo el sol y mis compañeros trataron de organizar un quórum para rezar. Ahora bien: el borde de Gaza no es un lugar fácil para encontrar un quórum. Para nuestra gran sorpresa, en un rato ya se habían ofrecido a rezar una gran cantidad de soldados no religiosos. Para poder dar cabida a esta gran demanda de soldados que querían rezar, decidimos posponer la cena media hora.

La sinagoga estaba colmada de soldados cantando todos juntos, mientras los rifles yacían desparramados por el suelo. Sentí que nuestras plegarias ascendían directamente al cielo. No podía creer lo que estaba viendo: mis compañeros estaban todos concentrados en el rezo – estos soldados, después de todo un día de trabajo esforzado, renunciaban a valiosísimas horas de sueño para poder decir Seliljot, y lo hacían con tanta emoción y tanta hermandad que eran capaces de traernos lágrimas a los ojos.

Ese día, cuando terminamos de rezar, fuimos al comedor a cenar. Todos estaban muy entusiasmados porque durante las festividades siempre la comida es mucho mejor y además no es nada fácil estar en la base, lejos de la familia. Las mesas estaban decoradas con frutas, manteles y pollo recién salido del horno, que es el sueño de los soldados. Empezamos a recitar el Kidush y mi compañero etíope lideró al grupo de 120 soldados en la plegaria. Cuando llegó a la parte en que se suele decir “LeJaim” (para la vida), de pronto oímos una tremenda explosión, que había tenido lugar justo al lado del edificio donde estábamos cenando.

Todo el edificio se estremeció; sonaron las sirenas y la gente se puso a gritar como loca. Los altoparlantes llamaban a todos a ir corriendo al refugio antibombas. Las unidades que estaban de turno ocuparon de inmediato sus puestos y aguardaron órdenes. Mi amigo y yo fuimos a la sinagoga a leer Salmos, sin saber qué es lo que había ocurrido. Mi corazón empezó a latir aceleradamente. Vi que mi amigo estaba preocupado. Nadie podía creer lo que acababa de ocurrir. Todos teníamos en el rostro una expresión de incertidumbre.

Transcurrió cerca de una hora y al final nos dieron el OK: podíamos salir del refugio antibombas y continuar con la comida. Los comandantes nos dijeron que nos habían atacado con un misil hecho en casa. Después de la comida, fuimos todos a buscar adónde había caído el misil. Y en efecto: al rato encontramos el lugar y nos quedamos shockeados: el misil había caído al lado de unos bancos donde los soldados charlaban y descansaban después de comer.

Yo no podía creer lo que estaba viendo: esto era un milagro, un verdadero milagro! Porque si no hubiésemos participado del minián, la comida habría tenido lugar media hora antes. En el ejército, las comidas duran máximo 25-30 minutos. Eso significa que todos los soldados habrían comido, terminado de comer y entonces se habrían encontrado en ese mismo lugar, donde cayó el misil. Y ahora se habían salvado gracias a que habían hecho el esfuerzo de posponer la comida para poder recitar los rezos vespertinos.

Este año, recordemos a los soldados en nuestras plegarias. Y tal vez gracias a todas estas plegarias acumuladas, podremos  experimentar otros tantos milagros y la revelación de la Asistencia Divina.
 

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