Un pañuelo por una vida
El sangrado no paraba; parecía que su marido no iba a llegar a la sala de urgencias. Entonces ella hizo un trato con Hashem…
Era un viernes a la tarde y estábamos en Catskills en vacaciones de verano. Con la ayuda de Hashem, yo estaba haciendo los últimos preparativos para Shabat. Si bien me quedaban varias horas antes de encender las velas, quería estar lista para recibir a mi marido (que ya falleció, que en paz descanse) y a mi suegra, que venían desde Brooklyn para pasar el Shabat con nosotros.
Ya era casi la hora de encender las velas y mi marido todavía no había llegado. Por esa época todavía no había teléfonos celulares así que en vez de preocuparme, me senté en el balcón a recitar Tehilim (Salmos). Fialmente, mi marido y su madre llegaron. Tuvimos una comida de Shabat muy linda y disfruté mucho viendo a mis hijos disfrutando de la visita de la abuela.
Después de la comida, mi marido empezó a vomitar. Primero vomitó comida y después vomitó sangre. Yo lo senté y llamé a Hatzalá, que llegó después de varios minutos al bungalow.
De un Shabt lindo y soleado pasamos a una ambulancia que viajaba a toda velocidad a una sala de urgencias en el hospital local. En la ambulancia, mi marido volvió a vomitar sangre. Los médicos de Hatzalá, todos ellos verdaderos tzadikim, le pusieron agua por vía intravenosa y contactaron a la base, para que estuvieran al tanto de su arribo. Mientras tanto todos nos pusimos a orar para que no lo perdiéramos en la ambulancia.
Lo que no sabíamos en ese momento es que mi marido sufría de un sangrado del esófago rupturado, que suele ser fatal, porque la gente por lo general no sobrevive a causa de la fuerza de la sangre que sale directamente del hígado. Y los pocos que sobreviven, después viven muy poco, Dios nos salve.
En ese momento, yo sentí que el sol nunca iba a volver a brillar. Con eterna gratitud al eterno, tengo siete hijos. Por esa época, el mayor tenía dieciocho y la menor tenía cinco. Yo Le rogué a Hashem que me cuidara a mi querido marido y que siguiera viviendo.
De repente, un flash directo de Hashem me iluminó el cerebro. Decidí hacer un pacto con Hashem. Susurré: “Hashem, hagamos un trato. Voy a hacer algo que para mí es extra-ordinario para que Tú hagas un milagro con mi marido, algo extraordinario, OK? Voy a cambiar la peluca por un pañuelo, para Ti, Hashem.Me comprometo a usar una cubierta para el cabello más recatada y que ni la familia de mi marido ni mi familia usan. Tú sabes que eso es muy difícil para mí, Hashem, pero lo haré con total devoción, sin importarme lo que diga la gente. Por favor, que este sacrificio mío sirva para invocar compasión para mi marido!! Por favor, que no se muera!!”.
Mientras Le rogaba así a Hashem, la sangre seguía saliéndole de la boca. El recipiente de residuos de la ambulancia se iba llenando cada vez más.
Hashem, en Su fenomenal compasión, aceptó mi plegaria y mi trato. En ese mismo momento, la sangre se detuvo y la ambulancia pudo continuar rumbo a la sala de urgencias.
Si bien tardó en recuperarse, yo cumplí mi promesa con Hashem y mi marido vivió otros veinte años.
¿Qué podemos aprender de todo esto? Que Hashem siempre escucha nuestras plegarias. Cada dificultad que tenemos en la vida es con un solo propósito: acercarnos a Hashem y saber que Él puede hacer todo, por más difícil que parezca.
La plegaria, y en especial la plegaria personal (hitbodedut) obra milagros. Pero si la mujer quiere ver milagros inmediatos, lo único que tiene que hacer es fortalecer su tzniut, su recato. El recato es la base de la mujer recta, que se hace merecedora de bendiciones Divinas en todo lo que hace.
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