¡No entiendo nada de nada!
Philippe Petit es un artista de la cuerda floja que se hizo famoso por el cruce entre las Torres Gemelas en 1974
Philippe Petit es un artista de la cuerda floja que se hizo famoso por el cruce entre las Torres Gemelas en 1974. Por aquella hazaña no autorizada, a 300 metros de altura, el francés extendió un cable que pesaba 200 kg y usó un palo de equilibrio de 9 metros de largo. Actuó durante 45 minutos, Caminó, bailó, se sentó y se acostó en el cable. A la semana siguiente, festejó su 25º cumpleaños. Todas las multas le fueron perdonadas a cambio de que actuara para el público infantil en el Central Park.
Esta historia verídica es increíble por más de un motivo. El solo hecho de que él y sus amigos hayan logrado llevar a cabo los largos y complejos preparativos para la caminata sin que lo hubieran notado ya fue una gran intriga. Si estuvo o no estuvo bien hacer algo semejante no tiene relevancia. Lo que hace que la historia sea tan potente es la determinación de Philippe, su audacia, su intrepidez y su fe en su propia capacidad.
Para mí, el punto culminante del documental que miré hace tantos años fue el momento en el que estaba con esposas puestas siendo conducido a un patrullero de la policía. Los periodistas se amontonaron alrededor y la voz de uno de ellos resonó por encima de las de los demás: “¿POR QUÉ LO HIZO?”
Y Philippe Petit miró al periodista y se encogió de hombros: “No hay un porqué”. Y subió al auto.
Esa respuesta me encantó y me viene a la cabeza a menudo. Me acuerdo de ella cada vez que vuelvo a entender que no entiendo nada.
Cuestionar el comportamiento de Dios demuestra una falta de emuná. La persona finalmente debe llegar a un punto en el que no le importe por qué sufre. Pero tiene que tener algo claro: Hashem le envió el sufrimiento y Él sabe perfectamente lo que está haciendo. Eso es todo lo que tiene que saber. No hace falta nada más.
El arte de entender que no podemos entender es un desafío real para el deseo de comprender del corazón. ¡Queremos saber por qué! Somos seres humanos y queremos respuestas y explicaciones. Así fue como fuimos creados, con curiosidad y con el deseo de saber. Cuando anulamos esa parte de nosotros estamos anulando una parte real de lo que somos.
Uno piensa: si tan sólo tuviera más información, si tuviera algún indicio de por qué está pasándome esto… Pero en realidad aunque tuviéramos toda la información a nuestra disposición, en nuestro estado actual simplemente no podemos comprender.
He aquí un ejemplo que sirve para ilustrar este concepto. Un niñito pequeño encuentra una botella de lavandina y se lleva a los labios. El padre ve esto y de inmediato le quita la botella de las manos. El niñito se pone a llorar y se siente insultado. Él no comprende por qué su padre hizo lo que hizo. Pero incluso si el padre se sentara a explicarle tres días y tres noches, el niño tampoco entendería, porque no tiene la capacidad de entender. No puede procesar la información. Pero dentro de sí mismo, él sabe que su padre lo ama y quiere lo mejor para él.
Aunque Hashem nos dijera por qué le pasan cosas malas a la gente buena, no podríamos entender en nuestro estado actual. No hay forma de que podamos comprender.
Cuánta gente dice: “No entiendo el Holocausto”. Pero díganme – todo lo demás sí lo entienden? ¿Entienden por qué le pasan cosas malas a la gente buena? ¿Entienden cómo funcionan el sol, la luna, las estrellas? Queremos pensar que sí, pero en realidad no entendemos nada.
Finalmente todos debemos llegar al estado en el que nos resignamos a no tener respuestas. No hay respuestas terrenales a nuestra disposición. Y por lo tanto tampoco hay necesidad de preguntas y finalmente, llegamos al estado de “no hay un ¿por qué?”.
Dice Rabí Najman: “El mundo es un puente estrecho (¡cuerda floja!) y lo principal es no tener miedo!”
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