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Sin favoritismos
Rabí Najman se enojaba cuando le gente le decía que había alcanzado el nivel que había alcanzado debido a que era descendiente del Baal Shem Tov y otros tantos tzadikim.
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Hashem ciertamente quiere que todos alcancen el nivel de Moisés, pero sabrás que los tzadikim no se volvieron tzadikim por mero “favoritismo”. Rabí Najman se enojaba cuando le gente le decía que había alcanzado el nivel que había alcanzado debido a que era descendiente del Baal Shem Tov y otros tantos tzadikim. Rabí Najman se exasperaba y para él era muy importante que la gente supiera la simple verdad: “Yo llegué adonde llegué porque trabajé y me esforcé”. Él solía decir que, no importa dónde hubiera nacido, igualmente habría alcanzado los más altos niveles debido a la cantidad de trabajo espiritual que había llevado a cabo, ya que ese es el principal factor. Eso es lo más importante. Sin favoritismos. Los tzadikim hicieron un trabajo y por eso llegaron donde llegaron. Prepararon muchas vasijas espirituales y Hashem las llenó. ¿Tú también quieres llegar a ser un tzadik? Entonces dedica un tiempo cada día a preparar las vasijas. Reza todos los días y tú también lo vas a lograr. Hashem sin lugar a duda te dará todo lo que necesites, cumpliendo con la regla espiritual de que “el Amo de tu obra es fiel y pagar el salario de tu labor” (Avot 2:14). Aprendemos de tres grandes tzadikim que son los pilares de este mundo que todo lo que lograron fue gracias al poder del trabajo de la plegaria y la voluntad.
Moisés era una persona de pura plegaria y pura voluntad.
Vemos en la Torá que él era un ser que era todo plegaria. Cuando percibió un decreto en contra del pueblo de Israel, se paró a rezar durante cuarenta días y cuarenta noches sin parar, sin comer y sin beber. Y cuando deseó con todas sus fuerzas entrar a la Tierra de Israel, rezó una y otra vez, 515 veces, hasta que el Mismísimo Hashem le dijo que parara. Si Hashem no le hubiera dicho que parara, él habría seguido rezando hasta anular el decreto definitivamente y habría ingresado a la Tierra. La Guemará aprende de Moisés (Berajot ibíd) que “cuando la persona reza en forma abundante, sus plegarias no retornan vacías” porque “las puertas de la plegaria nunca se cierran” (Devarim Rabá 2).
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Moisés era una persona de voluntad. Él es símbolo y modelo del perfeccionamiento de la voluntad. El valor numérico de la palabra “Moisés” (agregando un uno por el nombre mismo) equivale al valor numérico de la palabra ratzón, que significa “voluntad”. Y por eso Moisés falleció a la hora del rezo de Minjá un Shabat a la tarde, que es un momento de “voluntad de voluntad”. Tal como enseña Rabí Natan: “La máxima perfección del nivel de Moisés Rabenu, la paz sea sobre él, fue que estaba integrado a la voluntad de las voluntades” (Likutey Halajot – Arev – 3). Esto se debe a que “Moisés Rabenu es lo mejor de la especie humana. ¿Quién es más grande que Moisés, el rabino de todos los profetas y de los verdaderos tzadikim de todas las generaciones? Al final, cuando falleció, sin lugar a duda alcanzó el máximo nivel de perfección, un nivel que somos incapaces de concebir. Y toda la esencia de su extraordinario nivel es que logró, al momento de fallecer, ser absorbido en la voluntad de las voluntades”.
La Torá cuenta y describe la plegaria de Moisés en aras del pueblo de Israel: “Él rogó… Me postré… Supliqué… Rogué…”. Esto refleja todas las décadas durante las cuales él rezó y clamó ante Hashem a fin de alinearse a Su voluntad. Toda su vida, él vivió con temor Divino. Toda su vida, él vivió con plegaria y suplicando ante Hashem. Toda su vida, él se dedicó al trabajo de la voluntad. Por eso llegó a ser tan puro y tan santo y alcanzó la perfecta humildad. Todo lo que hizo en la vida y todo lo que logró fue gracias a la enorme cantidad de plegarias y a que siempre pidió todo “como un regalo inmerecido”, sin sentir nunca ni una pizca de orgullo o que se mereciera nada.
Pero cuando no procedemos de acuerdo con la plegaria y la voluntad, sino únicamente con “mi fuerza y el poder de mi diestra”, basándonos solamente en nuestras propias acciones, entonces, incluso si tenemos éxito y pasamos las pruebas, ay de ese éxito, ay de esa vergüenza. Eso lleva a la persona a una sensación de arrogancia y de soberbia. Por lo tanto, sin el trabajo de la voluntad, resulta imposible tener éxito: o bien tropezamos y nos descorazonamos, o bien lo logramos y caemos en las garras de la arrogancia. El genuino éxito llega únicamente cuando hacemos el trabajo de la voluntad.
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