El masaje del corazón
Desde que tengo uso de memoria, siempre soñé con ser médica. No estoy segura de dónde me salió esta idea...
Desde que tengo uso de memoria, siempre soñé con ser médica. No estoy segura de dónde me salió esta idea. Solamente sé que sentía reverencia por el cuerpo humano. Cuando era adolescente, me tenía memorizados los 206 huesos del cuerpo humano. Al llegar a la juventud, tuvo el mérito de pasar el verano en Centro de Trauma del Hospital Jackson Memorial de Miami, que recuerdo cariñosamente como una de las épocas más increíbles de toda mi vida. Siendo estudiante de pre-medicina, fui testigo de los accidentes más terribles, desde accidentes de tránsito hasta quemaduras de tercer grado y múltiples heridas de bala. Estuve en el quirófano en todo tipo de intervenciones quirúrgicas y hasta asistí en unas cuantas.
Disfruté de cada terrible minuto.
Hubo otras áreas de medicina en las que actué de interna, como medicina interna, obstetricia, gastroenterología y radiología, pero nada puede compararse a la cirugía. ¿Qué era lo que me tanto atraía de la cirugía? Recuerdo un caso en particular que sobresale por sobre los demás.
Después de un largo día de verano ingresando datos al sistema del Centro de Trauma, el cirujano de turno me preguntó si me gustaría quedarme en el hospital toda la noche. Casi me pongo a saltar como una loca de la alegría, como alguien que se sacó la lotería.
Esa noche llegó una víctima de accidente de tránsito en estado desesperante. Después de unos minutos tratando de estabilizarlo en el área de admisión, los médicos lo llevaron rápidamente al quirófano. Debido a que sufría de una grave hemorragia interna, los médicos tuvieron que realizar una operación en el abdomen, cortándole todo el abdomen, desde el esternón hasta casi el hueso púbico. Por suerte para mí (y por desgracia para el paciente), me dieron permiso para quedarme junto al enfermo durante toda la operación.
Cada hora de esa operación de seis horas fueron como un paraíso para mí. Pero el clímax fue cuando el cirujano asistente me pidió la mano… no en matrimonio, obviamente, sino que me pidió que le diera la mano y la colocó dentro del abdomen del paciente, hasta que la mitad de mi brazo estuvo rodeado por sus órganos internos. Entonces presionó mi mano firmemente contra la aorta del paciente.
En ese momento, casi me desmayo de la emoción que sentí. Se me llenaron los ojos de lágrimas al conectarme con la fuerza vital, el pulso firme y estable, que vibraba en todo su cuerpo. Fue la conexión más cercana y más íntima que tuve con la esencia de vida. Para mí, ¡fue como una conexión con Dios mismo!
En una de sus charlas, el Rabino Lazer Brody dijo que el pulso es como un masaje que te hace Hashem en persona. Si lo escuchas bien de cerca, es como si dijera: “Iud Kei Vav Kei, Iud Kei Vav Kei”. El Nombre de Hashem. Y tiene razón. No hay nada que se parezca a escuchar el latido de un corazón. Es algo profundamente espiritual y reconfortante a la vez. Es como si Dios te susurrara al oído: “Mi amado hijo, aquí estoy, te estoy cuidando. Siempre te protegeré. No tengas miedo. Yo soy quien te está masajeando el corazón a cada instante”.
La próxima vez que te sientas abatido, tómate un minuto y pon la mano en el corazón. Siente el pulso. Imagínate la sangre, que es el alma, siendo bombeada a través del corazón y circulando por todo tu cuerpo. O mejor aún, consigue un estetoscopio. A veces, solamente hace falta un momento para conectarnos con la parte más profunda de nosotros mismos para poder volver a estar de buen humor.
6/22/2019
Realmente hermoso…. me llegó al alma. Todah infinitas!