Alguien con quien hablar
Resulta ser que hablar es algo que afecta enormemente nuestro estado de salud, especialmente en términos emocionales.
Resulta ser que hablar es algo que afecta enormemente nuestro estado de salud, especialmente en términos emocionales.
Maimónides nos enseña que la raíz de todas las enfermedades está en el alma.
Cuando una persona se enferma, está de muy mal estado de ánimo. ¿Qué debe hacer entonces? Tenemos que levantarle el ánimo y entonces mejorará su estado de salud. Para tener un cuerpo sano hace falta tener equilibrio mental y relajación. La debilidad mental conduce a un torbellino emocional y a muchas dificultades en la vida.
Pero ¿qué sucede cuando realmente queremos mejorar nuestro estado de ánimo pero no logramos calmarnos?
En este caso, todas las conferencias y charlas y slogans acerca del pensamiento positivo no nos sirven de nada.
Tenemos que hablar del tema.
Y necesitamos alguien que nos escuche.
Nuestros rabinos ya lo dijeron: o un amigo o la muerte…
Es difícil sin un amigo.
Es difícil aprender solo.
Es difícil estar solo.
Es difícil continuar solo.
Es difícil.
La incapacidad de expresarme, la incapacidad de hablar con alguien y compartir lo estoy pasando puede producirme soledad y un mayor estrés mental, haciendo que la situación sea todavía más dolorosa.
El habla es algo muy bueno. Es sano. Para eso fue creado: para compartir, para expresarme, para decir lo que sentimos.
Si una persona está preocupada por algo, tiene que hablar del tema con alguien.
Pero solamente hay que hablar de manera constructiva. No hay que hablar mal de los demás ni andar con chismes. En absoluto.
Solamente si tengo la intención de hablar realmente de lo que me está molestando, lo que me duele, si alguien me lastimó o me insultó.
Las investigaciones demuestran que la gente que habla más, vive más sano.
Una mujer de ochenta años que vive en un hogar de ancianos hace ya varios años me contó que de repente en el hogar se estableció que uno no puede hablar de nada, que solamente tienen que estar en silencio y no hablar de lo que les duele. El plantel les dijo que está prohibido quejarse. Y quieren que no exprese sus sentimientos y que solamente piense en positivo.
“A mí me cuesta mucho. Yo quiero hablar de mis problemas. Necesito contarle a alguien cómo me siento. Me duele por dentro. ¿Por qué me tengo que callar y tengo que dejar de hablar?”.
De veras: ¿por qué?
Cuando una persona tiene algo que la preocupa, tiene que hablar de eso, no barrerlo bajo la alfombra.
Las cargas dolorosas que uno lleva en el corazón es lo que le causa enfermedades, Dios no lo permita.
“Todo el que muestra sus dientes blancos (se refiere a hablar) a su amigo es mejor que aquel que le da de beber un vaso de leche” (Ketubot 111).
El que le alegra el día a su amigo y lo pone de buen humor, que escucha sus problemas y le da palabras de aliento es mejor que el que le da un regalo carísimo. No hay nada que pueda revivir el alma humana como la alegría.
Esta es una de las razones por las cuales debemos cumplir el tan valioso precepto de visitar a los enfermos.
Y cuando decimos “enfermos”, por supuesto, esto también se refiere a aquellos que están solos y preocupados, no necesariamente los que están postrados en la cama con fiebre.
Rabí Akiva les enseñó a sus discípulos: “El que visita a un enfermo le da vida”. Uno literalmente lo está ayudando a recuperarse al darle fuerza, aliento y un oído atento”. Y eso es lo principal.
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