Nombres y Almas

El nombre es el puente que une al alma con el cuerpo. Los nombres hebreos no son apodos irrelevantes sino…
 
Nombres y Almas
 
Sabemos que cuando alguien se desmalla, un método sumamente efectivo para que recobre la consciencia es susurrarle su nombre al oído.
 
Es muy curioso que algo aparentemente superficial como lo es el nombre, pueda ejercer una influencia tan profunda que logre restaurar el funcionamiento del alma dentro del cuerpo.
 
Cuando alguien se desmalla, lo que ocurre es que la naturaleza escapista del alma se alza por encima de la capacidad de contención del cuerpo:
 
El alma por naturaleza tiende a escapar la realidad, tal como una flama ardiente que siempre busca nuevas alturas, pues “la vela de Di-s es el alma del hombre”.
 
El cuerpo en cambio es receptivo y de naturaleza estática, manteniendo una firme atracción hacia los elementos inferiores que estructuran nuestro mundo físico.
 
Nuestros sabios enseñaron en “Pirkei Avot”: “contra tu voluntad vives y contra tu voluntad mueres”.
 
¿Cómo es posible que la persona viva contra su voluntad, y simultáneamente tampoco quiera morir?
 
El mensaje que nos están transmitiendo nuestros sabios es mucho más profundo que un simple capricho de vivir o de morir. La vida y la muerte son complementarias, cada instante estamos vivos contra nuestra voluntad y al mismo tiempo muertos contra nuestra voluntad. En relación al alma trascendente la vida en este mundo es una obligación más que un deleite. Pero con respecto al cuerpo, este mundo inferior es lo más agradable que hay.
 
Siendo que cada uno de nosotros posee un alma y un cuerpo, constantemente nos vemos abatidos por el conflicto de intereses que perdura entre ellos.
 
Sin embargo, ¿Cómo es posible que el alma no escape del cuerpo?, ¿qué asegura la fusión implacable de un anhelo escapista y un cuerpo conformista?
 
La respuesta está en algo que caracteriza al ser humano y que ninguna otra creación posee: nombres.
 
A pesar de ser algo superficial, el nombre es una fuerza poderosa. Cuando el alma es destinada a investirse en un respectivo cuerpo, la misión de ese vínculo está contenida en el nombre de la persona. Por esto mismo nuestros sabios enseñan que en el momento en que el padre coloca el nombre a su hijo recién nacido, Di-s lo dota con un poder profético.
 
El nombre es el puente que une al alma con el cuerpo. Los nombres hebreos no son apodos irrelevantes (como en otros lenguajes) sino más bien contienen la energía misma que da vida a aquello que nombran y de hecho definen su existencia a nivel esencial.
 
En base a todo esto, podemos entender por qué la narración del exilio inicia oficialmente con la sección de “Shemot”, “Nombres”. Aparentemente sería más apropiado llamarla “Avdut”, “esclavitud”, o algo similar. De hecho el libro entero que describe el exilio y la redención, es llamado Shemot”.
 
Exilio y redención parecen los dos opuestos más extremos. Sin embargo, en realidad la diferencia entre el exilio y la redención está exclusivamente en nosotros.
 
El Creador es siempre el Mismo, como declara el versículo, “Aní HaShem Lo Shaniti”, “Yo, Di-s, no he cambiado”. Es únicamente nuestra incapacidad de integrar la influencia divina la que nos coloca en exilio.
 
En esencia, “Leit Atar Panui Minei”,  “No existe ningún lugar vacío de Él”. Pero cuando Di-s deseó crear el mundo, Él deseó que sea un mundo capaz de alinearse con Él, Di-s desea un hogar no un palacio. Él quiere que nosotros en nuestra propia percepción y bajo los términos humanos que nos definen, logremos ver Su existencia revelada y manifiesta. Él quiere que sea íntimo en lugar de una imposición de Su parte.
 
El exilio no es más que la oscuridad que siente el pueblo, es real solamente desde nuestra perspectiva. Si pudiéramos ver de “arriba hacia abajo”, veríamos que Di-s es el bien máximo y que todo lo que Él hace es solamente para que seamos verdaderamente felices.
 
Es por esta misma razón que uno de los pilares de la redención consiste en que en ese momento, todos los sufrimientos del exilio serán expuestos por lo que verdaderamente son, bendiciones ocultas de tan alto calibre que nos impactan como si fuesen maldiciones.
 
Los profetas claramente declaran que “entonces transformaré su luto en alegrías”. No solamente va a terminar el sufrimiento, sino que Él va a demostrarnos que todo era realmente una muestra de Su amor incondicional por cada uno de nosotros.
 
Así como el alma siempre es transparente y el exilio no le afecta, pero desciende al cuerpo para guiarlo hacia la santidad; así también el Creador desciende con nosotros al exilio de nuestro mundo físico y sus respectivas limitaciones, pero solamente para guiarnos a un crecimiento mayor y abrir nuestros ojos a Su maravillosa luz.
 
El nombre es ambas cosas: para el alma que desciende al cuerpo, el nombre representa las cadenas que le obligan a permanecer en este mundo inferior. Pero para el cuerpo, el nombre es como la cuerda que le lanzas a alguien cuando se está ahogando, es lo que le permite al mundo más bajo superarse y madurar hasta el día en que “será la luz de la luna como la luz del sol”, cuando el receptor (nosotros, el cuerpo, la luna), esté capacitado para internalizar toda la luz del sol original, el Creador.
 
Moshé Rabeinu (Moisés nuestro Maestro) se esforzó enormemente en ver el sufrimiento y la desesperación de su pueblo, porque él entendió que el exilio no es real para Di-s sino solamente para nosotros. Pero a pesar de que el padre mismo no esté sufriendo, cuando sus hijos sufren también él sufre.
 
Moshé entendió que Di-s está en exilio, porque mientras un único judío derrame una lágrima de dolor, Di-s Mismo ruge desde Su morada celestial y se obliga a sentir el sufrimiento de ese judío. 

Cuando nos abrimos a ver las dificultades de nuestros hermanos y hacemos todo lo posible por revelar a Di-s en sus amarguras, entonces estamos utilizando nuestros nombres para impactar la realidad inferior con el ímpetu y la intensidad del pedazo de infinito que palpita en las entrañas del alma.