La verdad falsa
Una de las alumnas me preguntó dónde escondía los cuernos y otra me preguntó por qué mi pueblo había matado a su “salvador”.
Cuando tenía once años de edad, mi familia se mudó a una zona rural de Maryland llamada Scaggsville. A mi padre se le había metido en la cabeza la idea de irse a vivir al campo si bien era un intelectual que jamás siquiera había cortado el césped.
A mí me fascinaba la nueva casa – una finca enorme de 16 (¡!) habitaciones, de por lo menos sesenta años de antigüedad, con un parque enorme, cerca de un lago.
El único problema que teníamos era que éramos los únicos judíos de la ciudad. Por esa época, todavía no éramos realmente observantes, así que los viernes a la noche mi papá nos llevaba en auto a la sinagoga más cercana, que estaba situada en el sótano de un banco.
La noticia se difundió como reguero de pólvora. Nuestro apellido, Iafe, junto con el cabello oscuro y el hecho de que los primeros domingos en Scaggsville no asistimos a los servicios de la iglesia, nos delataron – éramos judíos!
Mis compañeros de aula sentían gran curiosidad. Una de las alumnas me preguntó dónde escondía los cuernos y otra me preguntó por qué mi pueblo había matado a su “salvador”. Me acuerdo de sacar la matzá de la valija en Pesaj. Mis compañeros se quedaron todos intrigados – ‘Qué clase de galleta es esa?’ me preguntaron. Yo se lo mostré a todos y cada uno agarró un pedacito. Le dije a mi mamá que al día siguiente me diera más matzá para almorzar. Me hice de muchos amigos y me llevaba bien con todos, si bien sabía que era diferente.
A mi hermano mayor no le iba tan bien. Él se había anotado en la escuela secundaria junto con alumnos muy toscos que lo golpeaban y que se peleaban con él todo el tiempo. Yo, siendo una mujer, me salvé de ese tormento.
Excepto en una ocasión. Una tarde de invierno bien tarde, yo fui a buscar mi abrigo al perchero para irme a casa. En ese momento, cuatro de las alumnas más grandotas y más temibles de la escuela me acorralaron contra una pared. Mirándome con ojos llenos de odio, me preguntaron: “¿Es verdad que eres judía?”. Del miedo que tenía, sentí que me derretía en un charco. Yo las miré a los ojos y… mentí: “Yo soy metodista”, declaré con orgullo. Ellas me creyeron y me dejaron ir. Yo me fui corriendo a tomar el autobús.
Cuando llegué a mi parada, me bajé y me pasé todo ese día deprimida. Ni siquiera podía contarle a mi mamá. Estaba tan decepcionada de mí misma. ¿Por qué no fui más valiente? ¿Por qué no actué con nobleza, admitiendo con orgullo que, sí, soy judía, y estoy dispuesta a hacerme cargo de las consecuencias, pase lo que pase? Ni siquiera podía defenderme a mí misma diciendo que tenía miedo de que había temido por mi vida, porque no estaba segura de que esas chicas me fueran a golpear.
Este resultó ser un momento crucial en mi vida. Un antes y después. Me puse a pensar en el hecho de ser judía y por qué la gente estaba tan orgullosa de serlo. Tan orgullosa y tan comprometida – hasta tal punto que estaban dispuestos a dar la vida por ello! El hecho de que estuve dispuesta a mentir me hizo comprender que yo no valoraba tanto el hecho de ser judía como debería.
Años más tarde, en unas vacaciones de la universidad, viajé a Israel para empezar a estudiar Torá y judaísmo. Esto hizo que me hiciera religiosa y acabé casándome con un estudioso de la Torá y formando una gran familia observante. (Mi hermano también se hizo religioso, además de llegar a ser cinturón negro de karate).
Y cuando me acuerdo de aquel momento en Scaggsville, en que tuve que tomar una decisión, me siento llena de gratitud ante Hashem y Le doy las gracias por aquella mentira que finalmente me condujo a la verdad.
12/02/2016
fingir para sobrevivir
fueron y son las enseñanzas que recibimos siempre del grupo breslev que una vez dijo el rabino Yonathan en una de sus clases fingir para sobrevivir que hashem siempre los bendiga a todos ustedes un saludo desde Paraguay
12/02/2016
fueron y son las enseñanzas que recibimos siempre del grupo breslev que una vez dijo el rabino Yonathan en una de sus clases fingir para sobrevivir que hashem siempre los bendiga a todos ustedes un saludo desde Paraguay
12/01/2016
Gracias Yehudit Channen y Bienvenida!!! 🙂
Shalom, te escribe Enid, desde Puerto Rico. Me alegra mucho leer artículos de mujeres de FE que nos regalan un poco de sus experiencias, para que podamos identificarnos y aprender nuevas lecciones de vida. En mi caso…es al revés. Comparto la Fe del Judaísmo, pero no nací bajo una familia judía. Pero sabes algo… mi FE (emuná) en EL Creador del Universo es tan y tan grande, que con que sea solo Él Quien sepa cuanto Lo amo, ya lo tengo todo. Gracias por el lindo artículo y Bienvenida!! 🙂