Padres proactivos

El método de “laissez-faire” puede ser muy bueno para la política, pero no para la educación de los hijos. Los padres tienen que ser proactivos ─no viviendo la vida del hijo en su lugar ni siendo dictadores─ sino monitoreando y estando al tanto de lo que está pasando en la vida de su hijo.

Los padres deben ser plenamente conscientes de lo que están haciendo sus hijos. Muchas veces he visto niños que se comportan como terroristas en la sinagoga, ya que sus padres les dan rienda libre. Pero el niño necesariamente tiene que recibir indicaciones y es preferible que el padre vigile a su hijo, inclusive si eso implica que él mismo no rece, a que rece y deje que su hijo moleste a todos los demás asistentes.

Otra cosa muy importante: no debemos confundir “amar” con “consentir”. Esto último es consecuencia de una falta de límites en la educación que acaba destruyendo el carácter del niño. Es verdad que debemos proveerle al niño mucho cariño y atención, pero al mismo tiempo debemos establecer límites claros y guías firmes. El niño tiene que sentir que es alguien importante para sus padres y es por eso que debemos apagar el celular cuando estamos pasando tiempo de calidad con nuestros hijos.

El momento ideal para construir una gran relación con nuestros hijos es cuando estamos estudiando con él y ayudándolo a hacer las tareas escolares. Las palabras claves son paciencia y comprensión. Cuando el padre muestra señales de impaciencia, el niño siente que su padre no tiene deseos de estar con él.

La Guemará cuenta de Rebe Prida, que tuvo que enseñarle a un alumno un pasaje de la Torá cuatrocientas veces hasta que el alumno logró entenderlo y retenerlo en su memoria. Una vez, cuando empezaron a estudiar otro pasaje, vinieron algunas personas a llamar al Rebe Prida por un asunto importante. Y cuando se fueron, él resumió el estudio con su alumno. Tras haber repasado el mismo pasaje cuatrocientas veces, el alumno todavía no lo entendía.

“¿Qué sucedió?”, preguntó Rebe Prida.

“Tuve miedo de que usted se levantara y se fuera con esas personas y entonces perdí la concentración”, respondió el alumno.

“No hay ningún problema”, respondió el Rebe. “Empecemos de nuevo desde el principio”. Y le enseñó al estudiante otras cuatrocientas veces ese mismo pasaje, hasta que el alumno lo entendió.

La paciencia y la dedicación de Rebe Prida para enseñarle a un niño de mente muy simple causaron una enorme impresión en el Cielo. Entonces surgió un eco celestial que le preguntó a Rebe Prida: “¿Qué prefieres? ¿Cuatrocientos años más de longevidad o el Jardín del Edén para toda tu generación?” Rebe Prida optó por lo segundo, y en recompensa Hashem le concedió ambos y él vivió cuatrocientos años más!

Todo el que lea la historia precedente en la Guemará, Tratado Eruvin 54) se queda atónito: ¿de dónde obtuvo Rebe Prida tanta paciencia? Imagínense cuánto podría haber logrado él mismo, siendo un sabio talmúdico, en vez de “perder” el tiempo con un niño un poco tonto que necesitaba repasar un mismo tema cuatrocientas veces antes de poder entenderlo…

La respuesta es que Rebe Prida tenía tanto amor por la Torá que todas esas revisiones no le molestaban en lo más mínimo. Y tenía tanto amor por los hijos de Hashem que no podía soportar pensar que uno de ellos fuera incapaz de estudiar.

Este amor y esta paciencia deben ser una guía para todos nosotros. No olvidemos que solamente podemos triunfar como padres si deseamos ser padres. Esa debe ser nuestra principal misión en la vida. No deleguemos semejante responsabilidad a babysitters tales como la televisión y los juegos de computadora. Nuestros hijos son demasiado valiosos como para hacer algo así.