El que mucho abarca, poco aprieta
Este es un principio básico en la vida: que, con el paso de los años, la persona debe progresar.
La voluntad humana es un poder Divino infinito y trascendente. Todo comienza y termina con la voluntad. Cuando el individuo realmente quiere algo, sin lugar a dudas logrará alcanzarlo, porque “allí por donde la persona desea ir, por allí la conducen”. Pero debemos llevar a cabo el trabajo adecuado que posibilitará que la fuerza de voluntad logre encontrar su manifestación en la práctica y su revelación aquí, en este mundo. El servicio Divino consistente de discernir la voluntad, fortalecerla, ser obstinado en su logro, requiere de muchísimas plegarias, hasta que uno logre por fin alcanzar una voluntad tan pero tan poderosa que sea capaz de derribar murallas: “Si ella es una muralla, edificaremos sobre ella un baluarte de plata; pero si es una puerta, la reforzaremos con tablas de cedro” (Cantar de los Cantares 8:9). El término hebreo que significa “plata”, kesef, se relaciona con el término kisufim, o sea, “anhelos” y, por lo tanto, con la voluntad. El secreto de la vida es el maravilloso servicio de fortalecer la voluntad hasta que uno alcanza una voluntad completa.
La pregunta es: ¿cuándo es que la persona lleva a cabo este servicio? Es evidente que los seres humanos no tienen lo que se dice “tiempo libre”. Siempre están ocupados. Incluso cuando escuchan una clase de Torá o leen material que los inspira profundamente a cambiar sus vidas, y sin lugar a dudas desean aplicar a la práctica lo que han aprendido, la vorágine de la vida cotidiana les hace olvidar lo que se habían propuesto. Cuando la clase de Torá finaliza, se sientan a charlar con sus amigos o van rápido a hacer las compras, al trabajo, o a la universidad. Por mucho que quieran algo, no tienen tiempo ni para respirar. ¿Cuándo van a poder establecer firmes cimientos para su voluntad en lo más profundo de sus almas para que puedan empezar a construir y progresar? ¿Cuándo podrá su voluntad echar raíces dentro de ellos y ayudarlos a prosperar y dar bellos frutos? ¿Cuándo dedicarán tiempo para querer aplicar lo que escucharon y aprendieron? ¿Cómo alcanzarán la firme voluntad que se debe tener para poder hacer un cambio en la vida?
La persona que tiene tiempo para todo excepto para el elemento principal del cual depende toda su vida tiene tiempo para todo excepto para sí misma. Por lo tanto, el que verdaderamente quiere cambiar debe dedicar un lapso de tiempo para realizar el trabajo de la voluntad.
A primera vista, la persona que no está ocupada ganándose la vida, sino que dedica la mayor parte de su tiempo al estudio de la Torá está libre de preocupaciones materiales y, por lo tanto, está libre para trabajar sobre sí misma y auto-rectificarse, llevando a cabo un trabajo espiritual. Sin embargo, en términos prácticos, si no dedica un tiempo especialmente para el trabajo de la voluntad, no va a poder llegar a tener una voluntad firme y, en consecuencia, no podrá ver resultados tangibles. Por mucho que estudie y por muchas clases de Torá que escuche, no va a poder ver cambios reales y eso es porque está disperso en demasiados objetivos, en vez de concentrar sus intenciones en un único propósito. No reserva un tiempo para aumentar su foco y su deseo en alcanzar un solo objetivo y por eso, al final, no logra nada.
El trabajo de la voluntad tiene que ser abarcador y persistente (tal como aprenderemos más adelante). Incluso si la persona tiene todas las condiciones para alcanzar una voluntad firme y poderosa, si pasa de un tema a otro, de concentrarse en una cosa a concentrarse en otra, al final no va a lograr nada, sino que se quedará vacío. La Guemará dice acerca de esa persona: “El que trata de abarcar mucho al final no abarca nada” (o como dice el refrán: “El que mucho abarca, poco aprieta”). Únicamente cuando uno progresa con un solo objetivo cada vez y lleva a cabo el trabajo espiritual adecuado, va a poder realmente progresar. Con respecto a este tema está escrito: “Si abarcas solamente un poco, ese poco permanecerá en tu poder”.
De hecho, este triste fenómeno es muy frecuente: muchas personas buenas y decentes que estudiaron en yeshivot y en kolelim durante décadas no lograron avanzar en sus estudios y no saben el Talmud. Lamentablemente, vemos muchos estudiantes que no logran explicar ni una simple halajá sin tartamudear. ¿Saben por qué? Porque estudian sin ambición, sin intención. No se ponen objetivos y no están resueltos en sus decisiones. Y por eso, si bien han de recibir su recompensa por sus estudios, desde el Cielo les mostrarán que podrían haber logrado muchísimo más. Les mostrarán que con un trabajo espiritual adecuado podrían haber alcanzado niveles sumamente elevados. ¡Qué grande será su vergüenza en ese momento!
Este es un principio básico en la vida: que, con el paso de los años, la persona debe progresar. El niño estudia en la escuela y cada año va progresando y aumentando sus conocimientos; el estudiante de universidad recibe un nuevo diploma cada tantos años; el soldado es elevado de rango; el individuo progresa en cada área. Una persona normal no se queda estancada en un mismo lugar, sino que avanza y, como consecuencia, sus conocimientos, su experiencia y su jerarquía van en aumento.
Es verdad que la Torá no es como otros sistemas, por el simple hecho de que no tiene fin. Uno nunca termina de estudiar. El estudio de la Torá no concluye con la jubilación y es precisamente por ese motivo que uno esperaría ver mucho más progreso en aquellos que estudian Torá, especialmente en su nivel de conocimientos. Tal como afirma el Tosafot: “En el curso de las cosas, cuando una persona va a estudiar, se transforma en una gran persona” (Ketubot 63ª). La persona que va a estudiar tiene el deber de cambiar y crecer. Ese es el curso normal de los acontecimientos. Esa debería ser la situación de cada persona.
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