Los verdaderos nombres de los días

Es interesante ver cómo nuestra vida circula semana a semana, en torno a una amalgama de días, en la que planeamos las cosas  que debemos hacer. Organizamos nuestro horario, vamos a la sinagoga, estudiamos, trabajamos etc.  Y en general, cumplimos con nuestras obligaciones y responsabilidades; tenemos entonces frente a nosotros un sistema perfectamente diseñado que nos ayuda contabilizar los días con fines al rendimiento óptimo del tiempo.

La semana es ese conjunto de siete días plagado de horas, minutos y segundos, minuciosamente establecidos por el Creador del universo para garantizarnos que al séptimo día santificaremos el Shabat. Por costumbre o por desinformación, muchos piensan que los romanos, los griegos o los mesopotamios fueron los inspiradores de semejante magnífica estructura. Esa suposición deja de lado la veracidad de la Torá, que siglos antes de la existencia de esas culturas, ya establecía cómo se contarían los días de la semana, a fin de determinar el propósito de Ribono Shel Olam para el mundo.

Esto es, entonces, una demostración más de la inmensidad del Creador,  porque, son precisamente siete días, y no nueve o diez, los que conforman la semana. Además, se trata de un orden de 12 horas diurnas y 12 horas nocturnas, para las 24 horas diarias que tenemos, dejando inmediatamente elaborado el calendario lunar, donde el día comienza a la tarde. Algo que nadie puede negar, tal como HaShem lo dispuso en  el momento de la Creación según el relato de (Bereshit 1:5) “Y Di-s llamó a la luz día y a la oscuridad la llamó noche; así fue la tarde y la mañana, un día”.

Y así sucesivamente: el Eterno fue disponiendo todo un proceso de creación dejando marcada la semana en 7 días, que culminan dicho proceso con el sexto día,  la creación del hombre, y el día séptimo, que fue santificado como día de descanso de todo trabajo y obra que había realizado. Más tarde, en el libro de Shemot 20:9 en la parashat de Yitro, HaShem nos ordena:

“Seis días trabajarás y harás en ellos toda tu labor, pero el día séptimo, el Shabat, lo consagrarás al Eterno, tu Di-s y ese día no harás labor alguna, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, […] bendijo el Shabat y lo santificó”.

Sin embargo, la creencia común es que, al estudiar los astros, los mesopotamios habían determinado un sistema de conteo de semanas. Posteriormente, los griegos llamaron con los nombres de sus dioses y de cuerpos celestes a los días. Los romanos tomaron gran parte de la cultura griega, y solo se preocuparon por adaptar las palabras griegas a su lengua, el Latín.

Lo mismo pasó con la equivalencia de sus dioses, que son practicamente los mismos en ambas civilizaciones, dado que aplicaron sus nombres a los días de la semana. En el año 321 de la era común, Constantino, emperador de una Roma en decadencia y autoproclamado papa, designó el domingo como su día, así la semana se fue cristianizando asociando el día del sol, dies dominicus, al génesis que simbolizaría “su día de descanso”. En inglés ocurrió lo mismo, cuando los pueblos germanos, absorbieron esa costumbre a su cultura, por la invasión romana.

La tabla anterior demuestra cómo, cada vez que se pronuncian los nombres de los días de esa manera, se hace referencia al día pagano e idolátrico. El rey David dijo en (Tehilim 16:4-5),

“Hay quienes al enriquecerse se olvidan de Ti y corren a dar ofrendas a sus ídolos. Yo no haré como ellos, ni pronunciaré sus nombres con mis labios. HaShem me da lo que es apropiado y necesario para mí; Tú guías mi destino”.

En realidad, debemos alejarnos de todo rasgo cultural pagano e idolátrico que hayamos aprendido y que haya quedado como consecuencia de la tradición, y apegarnos a las formas toraicas con las que el Creador llamó a Su creación y a todo lo que instituyó en ella.