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No tienes que saberlo todo
Como padres, muchas veces nos encontramos con conductas problemáticas y pensamos que debemos enfrentarlas...
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“¿Cómo está, maestro? ¿Se acuerda de mí?”
El maestro ve frente a él a un joven, pero rápidamente reconoce el rostro de su antiguo alumno.
“Sí, me acuerdo. Fui tu maestro en tercer grado. ¿Cómo estás? ¿A qué te dedicas estos días?”
“La verdad es que he querido encontrarme con usted hace ya mucho tiempo y decirle que, gracias a usted, ahora yo también soy maestro. Usted me inspiró a convertirme en docente, porque cuando vi la gran influencia que tuvo en mí, decidí influir en otros también y hacer el bien a los demás: convertirme en docente”.
“Me has despertado la curiosidad. ¿Cuál fue mi influencia en ti?”
“¿No se acuerda?”
“No, pero me encantaría que me lo aclararas”.
“Le voy a contar. Un día, uno de mis amigos vino a la escuela con un reloj nuevo. Sentí envidia y quería uno igual. Mi yetzer hará (inclinación al mal) me dominó y, cuando vi que él dejó el reloj sobre la mesa, lo metí en mi bolsillo. El niño se puso a llorar y se quejó del robo con usted. Era obvio que lo había tomado alguien de la clase. Usted le pidió al ladrón que confesara y devolviera el reloj, pero no tuve el valor de confesar frente a toda la clase y me quedé en silencio.
“Entonces nos alineó a todos y pidió que cerráramos los ojos mientras revisaba nuestros bolsillos. Estaba muy asustado. Sabía que mi vergüenza sería expuesta. Ud fue pasando de un niño a otro. Llegó a mí, encontró el reloj y lo sacó sin decir una palabra, sin que ninguno de mis compañeros se diera cuenta.
“Después, todos volvimos a nuestros asientos. Usted nos dijo: ‘Los alumnos de nuestra clase son todos tzadikim. Aquí no hay ladrones. Fue el yetzer hará quien robó el reloj, y, Baruj Hashem, lo atrapamos’. Entonces usted le devolvió el reloj a su dueño y no dijo nada más sobre el tema, ni siquiera aludió al episodio, y su actitud hacia mí no cambió en absoluto.
“Incluso siendo un niño pequeño, ese día entendí que Ud. había hecho un gran esfuerzo para proteger mi honor y mi reputación. Me evitó una mancha personal y social que podría haberme acompañado toda la vida. En una palabra: me salvó la vida. Desde entonces, sentí una tremenda obligación de justificar la oportunidad que se me había dado, y a partir de ahí mi vida tomó un giro positivo.
“Cuanto más crecí, más entendí lo importante que fue su acto en la formación de mi personalidad, y qué importante es que haya más maestros como usted en el mundo. Entonces decidí estudiar educación y dedicar mi vida a la docencia”.
Cuando el exalumno vio la expresión de sorpresa en el rostro del maestro, él mismo se sorprendió:
“¡¿Qué?! ¿Quiere decirme que no se acuerda de la historia? ¿No se acuerda del nombre del ladrón?”
“Recuerdo la historia”, respondió el maestro. “Pero no recuerdo tu nombre, porque yo también cerré los ojos…”
Educar desde la raíz
Esta es una historia asombrosa. Qué nobleza de carácter. No sólo que el maestro protegió el honor del alumno, sino que ni siquiera quiso saber ni ver nada malo en ninguno de sus alumnos. Sería maravilloso si tuviésemos esta historia siempre presente en nuestras mentes cuando nos dedicamos a la sagrada tarea de educar a nuestros hijos, a nuestros alumnos y a todos los que nos rodean, sin importar la edad.
Como padres, muchas veces nos encontramos con conductas problemáticas y pensamos que debemos enfrentarlas. Puede ser que “logremos” hacerlo: encontraremos al ladrón, venceremos al niño problemático, haremos que el niño osado se arrepienta de su atrevimiento y así sucesivamente, pero a largo plazo habremos arruinado al niño. La operación puede ser un éxito, pero el paciente morirá…
La educación es una inversión a largo plazo. Cada niño es un árbol. No se riegan las ramas; se riegan las raíces, y entonces se cosecharán los frutos y el bien que resultará de ello durante toda la vida. Y si, Dios no lo permita, uno no trata bien al árbol, tal vez tenga buen aspecto por un tiempo, pero no dará fruto alguno.
Salud mental: el punto de partida de la educación
Todos sabemos que un solo desprecio o una sola palabra calumniosa pueden acompañarnos durante años y arruinar nuestra vida, nuestro sustento, nuestras relaciones matrimoniales, nuestra vida social e incluso afectar a toda nuestra familia, a nuestros hijos y más. Y si esto ocurre en un adulto, ¡cuánto más en un niño con un alma sensible!
No se trata sólo de insultos. Basta con que no creas en el niño, que le hagas sentir que es un fracaso, que no confíes en el bien que hay en él, que destruyas su fe en sí mismo, que le niegues amor o que hagas que tu amor dependa de algún éxito o logro. Hacer esto es como arrancar todo el árbol de raíz.
Así que presten atención, queridos padres, porque todo esto no proviene de malos pensamientos. Sus intenciones son buenas, y ustedes quieren lo mejor para el niño y tienen metas “educativas” específicas. Pero no cometan errores con respecto al corazón y al alma de la educación; no olviden que lo más importante es el alma del niño. Sólo se puede educar con éxito a un niño si es psicológicamente sano.
El consejo principal de Rabí Najman de Breslev, es buscar, encontrar y ver sólo lo bueno. Rabenu escribe que buscar lo bueno en una persona es precisamente el secreto del Mishkán (Tabernáculo) y el secreto de la educación infantil. Cuando ves lo bueno en tus hijos, ellos desearán, con todo su corazón, ser buenos de verdad y hacer el bien con todos.
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