El poder de la confesión

Si confesar nuestros pecados es una obligación absoluta todos los días, en Elul es doblemente importante.

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Rabino Shalom Arush

Posteado en 15.08.21

El Rey Salomón dice: "El que esconde sus pecados no tendrá éxito, pero el que confiesa y abandona el pecado será reconfortado" (Proverbios 28:13). Si confesar nuestros pecados es una obligación absoluta todos los días, en Elul es doblemente importante.

 

Una de las razones por las que se nos llama judíos -Yehudim en hebreo- es porque Yehuda (Juda), el hijo de Jacob, poseía el poder de confesar públicamente -hodaá. Yehuda, o Juda, superó una vergüenza insondable al admitir – frente a su santo padre y su abuelo, en un tribunal – que él era el padre del hijo que esperaba Tamar. El Midrash nos dice que este acto fue tan admirable a los ojos de Hashem que el pueblo judío pasó a llevar el nombre de Judá.

 

Uno de los poderes inherentes de nuestro pueblo es la capacidad de admitir el mal. Aján cometió un pecado terrible, pero lo confesó (véase Josué 7:20). Cuando se enfrentó al profeta Natán, el rey David admitió su maldad (véase Samuel II, 12:13). Un indicio loable de la fortaleza del carácter es la disposición de la persona a admitir un error y no ocultarlo. Hashem considera la confesión de la persona como una señal de fortaleza, no de debilidad. La disposición a admitir y confesar es un signo de humildad; es muestra de que uno reconoce sus propias debilidades, y que necesita urgentemente la ayuda, la compasión y la misericordia Divinas.

 

Veamos cuál fue el principal contraste entre David y Saúl. David admitió inmediatamente su maldad y se confesó en el acto. Saúl trató de racionalizar y justificar su fechoría. La Guemara nos dice: "Saúl pagó un precio por uno, David no pagó un precio por dos" (tratado Yoma, 22b). Este pasaje talmúdico, un tanto oscuro, significa que Saúl perdió su monarquía por cometer un solo pecado: no matar al rey amalekita Agag tal como se le había ordenado. ¿Por qué? Saúl repitió el error de Adán y Eva, al tratar de esconderse de Hashem. Al hablar con el profeta Samuel, justificó y racionalizó su proceder. Por el contrario, cuando David fue reprendido duramente por el profeta Natán, él se confesó inmediatamente, sin dar excusas ni explicaciones.

 

Mirando más de cerca, vemos que la causa de todo pecado es que por un momento nos hemos olvidado de Hashem. Si nos hubiéramos acordado de Hashem y hubiéramos sentido que Él estaba a nuestro lado, ¡no habríamos pecado! Por lo tanto, el énfasis principal de nuestra teshuva -rectificar nuestras fechorías y volver a Hashem- debe ser el pedido de perdón por habernos olvidado momentáneamente a Hashem y así hacernos vulnerables al pecado.

 

La arrogancia y la falta de emuná hacen que la persona se olvide de Hashem. Por lo tanto, cualquier transgresión es una indicación de que debemos reforzar nuestra emuná y esforzarnos más por alcanzar la humildad. No nos escondamos ni nos engañemos. Admitamos nuestras flaquezas. Reconocer y admitir nuestros defectos es la base de la autosuperación. Del mismo modo, si un médico carece de un diagnóstico preciso, nunca podrá curar al paciente. Una vez que reconocemos nuestro problema principal, ya estamos en el camino rumbo a la solución.

 

No es posible alcanzar ninguna medida de autoconciencia sin una hora diaria de plegaria personal. Cada día debemos recordar que Hashem nos sacó de Egipto y que Hashem, y sólo Él, es nuestra salvación para la posteridad. La naturaleza humana gravita hacia el olvido. Sin la ayuda divina de Hashem y la intervención personal en nuestras vidas, no tenemos ninguna posibilidad de superar la mala inclinación, que hace todo lo posible para que la persona se olvide de Hashem. Somos totalmente impotentes sin Hashem. Pero, con la plegaria personal diaria y la teshuva, siempre estamos con Hashem, especialmente en Elul, cuando "el Rey está en el campo" y es mucho más fácil acercarse a Él.

 

 

 

 

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