Una deuda de gratitud

Esta mañana me ocurrió lo mejor que me podría haber ocurrido: me perdí el autobús. Y estoy muy agradecido de que haya sucedido. ¿Saben por qué?

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Yehuda Hilel Gerlitz

Posteado en 23.01.23

Esta mañana me ocurrió lo mejor que me podría haber ocurrido: me perdí el autobús. Y estoy muy agradecido de que haya sucedido. ¿Saben por qué?

Adoptar el enfoque correcto cuando se trata de inconvenientes, disgustos y dificultades es un imperativo absoluto si quieres vivir una vida plena de sentido.

Volvamos a lo que me pasó esta mañana:

Después de perder el autobús, me fijé en el horario de los viajes y me di cuenta de que el siguiente autobús no llegaría sino hasta más de 30 minutos más tarde. Como no quería retrasar las importantes tareas que tenía que llevar a cabo, pensé que sería prudente tomarme un taxi. Después de unos minutos de retraso, le hice señas al siguiente taxi, pero el conductor se negó a detenerse. En lugar de eso, le hizo un gesto al conductor del lado opuesto de la calle para que diera la vuelta y me llevara. El segundo taxi se acercó a mí y se detuvo. Estaba reluciente. Nuevo, bonito y limpio, con una pintura impecable. Cuando abrí la puerta para sentarme, el familiar olor a coche nuevo me abrazó, y percibí el placer y la alegría que el conductor experimentaba al volante de su nuevo tesoro.

Y entonces me di cuenta:

Hace seis meses yo había viajado en un taxi con este mismo conductor, pero no en el mismo vehículo. Había mucho tránsito, muchísimo tránsito. El tránsito estaba lleno de conductores cansados y agitados ese viernes por la tarde. Hacía calor y había mucho ajetreo, y el ruido de la gente apoyando la bocina era casi continuo. Mientras avanzábamos a duras penas rumbo a nuestro destino, busqué mi billetera en el bolsillo y me di cuenta de que me había gastado todo el dinero. Muy avergonzado, le avisé inmediatamente al conductor de mi situación y le pedí que nos dejara a mi hijo y a mí en otro lugar para retirar los fondos para la tarifa. El chofer no se enojó ni mucho menos. Después de tomar su número de teléfono y de acordar un punto de recogida para que le pudiera pagar la tarifa, nos despedimos. Rápidamente, mi hijo y yo fuimos corriendo al cajero automático más cercano y retiramos fondos. Hicimos las demás compras pendientes y llamamos a otro taxi para volver a casa.

Durante el trayecto de vuelta, llamé al primer taxista y le pedí que se reuniera con nosotros para que pudiera pagarle lo que le debía. Pero cuando me puse en contacto con él, me dijeron que ya estaba fuera de la ciudad y que no volvería sino hasta mucho más tarde. Nos pusimos de acuerdo para volver a contactar la noche siguiente por motivos de agenda. El único problema fue que, cuando llegó el momento de llamar, se me olvidó. Y cuando me acordé al día siguiente, debido a la cantidad de llamadas que recibí, su número se había borrado del almacenamiento temporal del teléfono! (*Nota para mí, comprar un teléfono nuevo). Frustrado por no haberme tomado el tiempo de guardar el número, hice lo único que sabía que era apropiado dadas las circunstancias: empecé a darle las gracias al Creador por haber provocado esta dificultad y Le pedí ayuda para que el taxista recibiera el dinero que se merecía. Recé para volver a encontrarme con el taxista. Pedí ayuda a Hashem para que el conductor me juzgara favorablemente. Recé para que no se enfadara por no haber cobrado. No quería que me llamaran “ladrón”.

Durante los seis meses siguientes, seguí rezando. Les pregunté a los taxistas si posiblemente conocían al conductor. Describí las circunstancias con detalle y les di mi número a varios de ellos. A muchos de ellos no parecía importarles demasiado el asunto, pero algunos comprendieron mi inquietud y mi deseo de saldar la cuenta. Sin embargo, no logré ubicarlo. Intenté desesperadamente describir su coche a otro taxista, algunos de los daños singulares de su vehículo. La forma en que se instaló el equipo de música de posventa.

Todos mis esfuerzos fueron inútiles. O por lo menos, eso pensé.

Y eso nos lleva a esta mañana. Y la respuesta milagrosa a mi plegaria. Hoy tomé otra vez el mismo taxi e inmediatamente después de darme cuenta de que era el taxista al que le debía dinero, le conté la historia. Él recordaba aquel día perfectamente. Que estaba fuera de la ciudad y, por supuesto, que no lo llamé. Pero todo eso fue sustituido por su brillante sonrisa. Y me demostró lo feliz que estaba con este golpe de suerte. A mí también me costó borrar la sonrisa de mi rostro.

Cuando le entregué el dinero por la tarifa pendiente y la de hoy juntas, me envolvió una sensación de alegría y gratitud. Hashem me había respondido, de una manera asombrosa e ilógica. Dar las gracias al Creador en circunstancias aparentemente imposibles es el camino más rápido hacia la salvación.

Decir gracias resolvió mi problema. Lo que ocurrió hoy me llenó el alma de esperanza y de fe. También me ayudó a reforzar la idea de que, independientemente de la situación, la plegaria puede marcar toda la diferencia del mundo.

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