“¡Yo Lo Sé!”

Un joven que quiso “empaparse” con la luz de la fe, decidió que inmediatamente después de su matrimonio se acercaría a un gran maestro espiritual que se encontraba muy lejos…

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Rabino Shalom Arush

Posteado en 06.04.21

 El hijo de un gran erudito que quiso “empaparse” con la luz de la fe, decidió que inmediatamente después de su matrimonio se acercaría a un gran maestro espiritual que se encontraba en un lejano lugar…

 
“¡Ella lo dice – yo lo sé!”
 
 
El hijo de un gran erudito que quiso “empaparse” con la luz de la fe, decidió que inmediatamente después de su matrimonio, se acercaría a un gran maestro espiritual que se encontraba en un lejano lugar, con el fin de aprender de él durante tres años consecutivos, en un ambiente de santidad y pureza.
 
Consiguió  convencer  a  su  mujer  y  obtener su aceptación, pero a su padre le enojó mucho la decisión – ¿cómo podía dejar sola a su joven esposa con la que recién se había casado, mientras que él debería mantenerla durante tres años? Trató pues de impedirlo, sin embargo, cuando vio la terquedad de su hijo, le dejó ir, consolándose que volvería ciertamente con un diploma de maestro o un buen cargo, y así podría gozar de una buena situación social y económica.
 
Cuando al término de los tres años el hijo volvió, su padre le recibió con emoción. Después de haber descansado del viaje, le interrogó con esperanza: “¡Mi querido hijo! Te ruego, cuéntame lo qué aprendiste.
¿En  qué  te  calificaste?  ¿Eres  un  maestro?  ¿Qué enseñanzas nuevas recibiste de tu maestro?”.
 
“Mi querido padre”, contesto su hijo, “durante tres  años  me  esforcé  muy  duro  para  adquirir conocimiento y sabiduría. Yo he aprendido una sola cosa: ¡El Universo posee un Creador!”.
 
“¡¿Qué?!”, exclamó su padre. “¡¿Esto es todo lo qué aprendiste durante esos tres años?!, ¡¿algo que sabe hasta la persona más simple?!”. Enseguida llamó el padre a la criada y le preguntó: “Dime por favor, ¿quién gobierna y dirige el universo entero, y posee en sus manos la vida de cada criatura?”.
 
“El Creador del Universo”, respondió la criada, “Él es Di-s Todopoderoso, Gobernador del Cielo y de la Tierra”.
 
“¿Y quién cura a cada uno de su enfermedad?”, prosiguió  él.  Y  ella  respondió: “El  Creador  es Quien cura”.
 
“¿Y quién alimenta a cada criatura?”, interrogó. “El Creador es el que alimenta”, respondió la criada.
 
El padre fijó sus ojos en su hijo y le dijo enojado: “Y… ¿ves? ¡Hasta la simple criada sabe que hay un Creador del Mundo, Quien cura y alimenta! ¡¿Para aprender una cosa tan simple, necesitabas abandonar tu hogar durante tres años?!”.
 
El hijo le contestó tranquilamente: “¡Mi querido padre, ella sólo lo dice, pero yo lo sé!…”.
 
Así exactamente sucede con el descenso del alma a este mundo. Mientras ella residía en el Cielo, es probable que supiera que Di-s es el Todopoderoso Creador del Universo, que es bueno y beneficioso, que Su Misericordia es infinita, etc., pero era sólo un conocimiento abstracto, como cuando se sabe algo en teoría sin experimentarlo. Para enterarse prácticamente, debía el alma descender a este mundo y vestirse con un cuerpo físico, con el fin de pasar ejercicios y entrenamientos prácticos de fe. Sólo así podría adquirir un conocimiento auténtico del Creador. Todo ser razonable lo sabe – después de pasar la prueba teórica hay que pasar la práctica, que es la esencial.
 
El hombre que no está dispuesto a enfrentarse en la vida con las pruebas de la fe y ejercerla prácticamente, nunca la aprenderá. ¡Quizás dirá de labios para afuera que “hay un Creador del Universo” – como la criada de la historia – pero no lo sabrá! Es solamente a través de los ejercicios prácticos que se puede lograr conocer al Creador verdaderamente, lo cual es el objetivo final del hombre.
 
Por derecho y no por caridad
 
Otra razón para el descenso del alma a este mundo, es que el placer que sentía en su estancia original en el Cielo, se manifestaba en forma de recibimiento de “Pan de vergüenza”, lo que significa un placer recibido gratuitamente. Al recibir algo sin trabajar por ello, sin merecerlo, es una vergüenza, la cual es una pena para el alma. ¿A qué es esto comparable? A un hombre honorable que debe participar de una comida sin ser invitado. Con cada bocado que pone en su boca, sufre terriblemente a causa de su vergüenza, y el alimento se le atraviesa en la garganta. Por esa razón, la comida no le proporciona ningún placer. Del mismo modo, debido a que el Creador quiso que el alma sintiera un placer perfecto, la hizo descender a este mundo, para que trabaje y sea recompensada por derecho y no por caridad.
 
 
Continuará…
 
 
(Extraído del libro "En el Jardín de la Fe" por Rabi Shalom Arush, Director de las Instituciones "Jut shel Jésed" – "Hilo de Bondad")

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