La recompensa de Hashem

Si la persona no puede elegir libremente entre el bien y el mal, sino que únicamente tiene la opción de elegir el bien, entonces ¿en virtud de qué recibirá su recompensa?

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Rabino Shalom Arush

Posteado en 14.05.24

Todos tenemos conocimiento, porque alguna vez lo hemos sentido en carne propia, de esa mala sensación que nos da “el pan de la vergüenza”. Piensa un momento: ¿cómo te sentirías si te sentaras a comer a la mesa de una boda a la que no estabas invitado? ¿Cómo se siente una persona mentalmente sana si se ve forzada a depender de la bondad de los demás, tocando de puerta en puerta para pedir limosna? La Guemará afirma que “cuando una persona necesita la ayuda de los demás, su rostro cambia de color”, o sea, o bien se ruboriza o bien se pone pálido. Incluso cuando uno necesita solamente un préstamo, y obviamente, mucho más si recibe un regalo gratis. Toda persona normal te va a decir que prefiere trabajar a recibir un préstamo, y mucho menos, regalos o caridad.

Por eso, dar caridad en secreto es inmensamente más elevado que dar caridad en forma revelada. Porque, al dar en secreto, la persona que recibe no sabe quién la está ayudando y así no pasa vergüenza. Y por eso el Rambam dice que el más elevado nivel de caridad es crear una fuente de trabajo para las personas necesitadas, para que puedan ganarse la vida en forma honrada y decente y no tengan que depender de los demás (Mishná Torá: Matanot Aniim 10:7). Incluso en este mundo, recibir el “pan de la vergüenza” genera un sentimiento de profunda vergüenza, de sufrimiento, de lucha interna y de incomodidad constante. Y cuánto más en el Mundo de la Verdad, que es un mundo eterno.

De la misma manera, imaginemos que un empleador les dice a sus empleados: “Apenas terminen de trabajar, les voy a dar el almuerzo”. Todos ellos trabajan enérgicamente excepto uno, que no hace nada todo el día. Y cuando llega el momento de comer, todos se sientan a la mesa, excepto el holgazán, que se queda parado afuera del comedor. Entonces el empleador le pregunta: “¿Por qué no entras a comer junto con los demás?”, a lo que él responde que no se merece la comida dado que la comida es solamente para los que trabajaron, y él no trabajó, y no se merece comer algo que no se ganó; que eso es como robar algo que no le pertenece. Así es como se siente el alma en el Mundo de la Verdad cuando recibe un deleite inmerecido. No sólo que ese deleite es imperfecto, sino que el alma sufre enormemente por el hecho de que está obteniendo placer sin haberse esforzado.

Ahora podemos entender por qué el Creador hizo bajar al alma a este mundo de ocultamiento en el que existe la mala inclinación. Fue para que el alma tuviera libre albedrío. Para que cada cosa buena que reciba, la reciba en virtud de su esfuerzo y de haber superado las fuerzas negativas que se le oponen.

Si no hubiera libre albedrío, el alma no tendría ningún trabajo que hacer y por el cual merecer una recompensa. Es para eso que el Santo Bendito Sea creó este mundo. El término hebreo que significa “mundo”, olam, se relaciona con la palabra he-elem, que significa “ocultamiento”, ya que este mundo oculta la existencia del Creador, y oculta el verdadero deleite, o sea, la cercanía con el Creador, que es un deleite espiritual eterno. El Creador trajo al alma a este mundo y la colocó dentro del cuerpo, el cual le oculta al alma el verdadero deleite. Y el Creador le dio al cuerpo una mala inclinación que le hace sentir atracción por los placeres físicos, que de hecho ocultan por completo el verdadero deleite, el deleite espiritual. Dicho ocultamiento es la raíz del libre albedrío, porque si al hombre le resultara fácil sentir el deleite de la cercanía con Hashem y la dulzura de la Torá y de la plegaria, entonces iría corriendo hacia Hashem y todos los poderes del mal no tendrían absolutamente ningún poder sobre él. Esto se debe a que cuando uno siente un deleite genuino, todo el mal se anula por completo. Y entonces la persona alcanzaría todo lo bueno sin haberse esforzado, y no tendría libre albedrío. 

Si la persona no puede elegir libremente entre el bien y el mal, sino que únicamente tiene la opción de elegir el bien, entonces ¿en virtud de qué recibirá su recompensa? No se ha esforzado. E incluso si efectivamente se merece una recompensa, no obtendrá ningún provecho de ella, ya que la ha recibido sin habérsela ganado y eso es lo que se llama “el pan de la vergüenza”. La recompensa es por definición dependiente de un esfuerzo previo y de que la persona tenga libre albedrío, y este es el resultado de la oposición entre el cuerpo y el alma.

El Creador bien podría haber creado un mundo de color de rosa en el que Lo percibiríamos en forma directa y nos deleitaríamos al sentirnos cerca de Él; un mundo en el que todo sería bueno y solo existiría el bien y el mal no existiría. Y Él podría haber creado al ser humano con un cuerpo puro y luminoso sin ningún deseo por las tentaciones y las vanidades de este mundo, un cuerpo que no querría comer ni dormir sino que únicamente anhelaría poder estudiar Torá y rezar todo el tiempo, cumplir las mitzvot y alcanzar una genuina cercanía con el Creador; un cuerpo que se deleitaría con todo aquello que expresara la voluntad del Creador. Pero eso significaría que la persona se deleitaría sin trabajar por ello, o sea, que obtendría un placer gratuito. ¿De qué serviría crear un mundo así y enviar allí a las almas? Para eso, podrían haberse quedado en el Cielo, deleitándose como antes. ¿Qué iban a ganar en este mundo inferior si todos los deleites iban a ser gratis? Eso habría sido la obra de Hashem, no la obra del ser humano, y entonces volveríamos al dilema del pan de la vergüenza. En un mundo así, no habría ningún deleite: o bien la persona iba a aburrirse tanto que ya no querría seguir viviendo, o bien estaría tan “encendida” con el anhelo de su alma por el Creador que no podría seguir existiendo.

Es por eso que el Creador colocó al ser humano en un mundo de total ocultamiento y opacidad, lleno de obstáculos y dificultades, y dentro de un cuerpo que es completamente físico y está lejos de sentir el placer Divino. Además, Él creó dentro del ser humano una poderosa inclinación hacia el mal que lo incita y lo tienta día y noche y lo lleva por mal camino, lo engaña y lo seduce a fin de alejarlo de su objetivo en la vida y del genuino deleite del alma. Hashem le dio a esta mala inclinación el poder de dominar a la persona y controlarla. Hashem hizo todo esto para que cada cosa buena que la persona hace sea resultado de su absoluto libre albedrío y de su esfuerzo y su labor, para que, de ese modo, realmente se merezca recibir una recompensa. Y la recompensa que recibe es un deleite absoluto, porque es una recompensa por su buen comportamiento.

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