Desde los Ojos del Ciervo

El libre albedrío consiste en elegir entre ser agradecido o ser un desagradecido. O en otras palabras: estar satisfechos con lo que tenemos en la vida o estar insastisfechos…

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Rabino Lazer Brody

Posteado en 05.04.21

El libre albedrío consiste en elegir entre ser agradecido o ser un desagradecido. O en otras palabras: estar satisfechos con lo que tenemos en la vida o estar insatisfechos…

Las criaturas de HaShem, el Creador del Universo, son por naturaleza agradecidas. No se quejan. Si les causan daño, reaccionan instintivamente, pero jamás actúan con malicia voluntaria. Alguien podrá objetar: “¡Bueno, obviamente, los animales y demás criaturas no tienen libre albedrío. Están programadas para ser agradecidas…”.

Acabamos de admitir que el libre albedrío consiste en elegir entre ser agradecido o ser un desagradecido. O en otras palabras: estar satisfechos con lo que tenemos en la vida o estar insatisfechos.

Nuestros Sabios apreciaban todas las criaturas que creó HaShem, y en especial, los animales. El Rey Salomón nos dice que aprendamos a ser diligentes de las hormigas. El Profeta Isaías nos dice que aprendamos a ser agradecidos del buey y del asno. El Rey David, que conocía tanto el lenguaje como las canciones de toda la creación, nos enseña a enfocarnos en nuestros puntos buenos mirando la vida de la misma manera que el ciervo.

Si quisiera, el ciervo podría tener grandes quejas: “HaShem, ¿por qué hiciste que yo fuera la presa de todos los carnívoros? ¡Los leones y los lobos me persiguen constantemente! HaShem, ¿por qué no me diste dientes filosos y colmillos como navajas para que pudiera luchar y defenderme? ¿Y por qué me diste un carácter tan suave, cuando todos mis adversarios son tan agresivos?”. Y la lista es interminable. Si el ciervo hubiera elegido el sendero de las quejas, centrándose en sus aparentes deficiencias, sería una criatura desgraciada.

Pero el ciervo no es un pobre desgraciado. Por el contrario: es una criatura de increíble elegancia y además sumamente espiritual. El Rey David se inspiró a componer el Salmo 42 al oír a un ciervo sediento alabando a HaShem cuando encontró agua. El ciervo, por más sed que tenía, no pensó en beber antes de alabar a HaShem. El Rey David pensó: “Ojalá yo anhelara a HaShem igual que ese ciervo”.

Contemplemos la vida por unos momentos a través de los ojos del ciervo. Sabemos lo que el ciervo piensa por la forma en que alaba a HaShem (véase Perek Shirá, la canción del ciervo): “Dice el ciervo: ‘Y yo cantaré acerca de Tu poderío y me regocijaré en Tu bondad a la mañana, pues Tú fuiste una fortaleza para mí y un refugio el día de mi opresión’ (Salmo 59:17)”. En vez de quejarse de que otra vez más los leones y los lobos trataron de devorárselo, el ciervo simplemente Le das las gracias a HaShem por haberle salvado la vida. El ciervo ni siquiera se atribuye a sí mismo el mérito de sus maravillosas cualidades, como ser la ligereza de sus patas y la capacidad de “desaparecer” en medio del bosque, allí donde sus predadores no pueden encontrarlo Cuando el ciervo sigue con vida y ver otro amanecer más, este simplemente Le da las gracias a HaShem por otro día más en la tierra. No tiene amargura ni quejas. Lo único que ve es a HaShem.

Las suaves cualidades del ciervo son lo que hacen que sea tan pero tan bello. El ciervo no sólo que es ágil sino que además es lleno de gracia. Es un animal centrado en su familia que jamás se enoja y el hecho de que carece de colmillos y de dientes filosos es en realidad una ventaja, no una desventaja. Porque si el ciervo matara, no sería un ciervo. Además de su maravillosa naturaleza, el ciervo es rumiante y tiene pezuñas partidas, lo cual hace que sea un animal kasher. Siendo un herbívoro, vive una buena vida, pues puede hallar su alimento prácticamente en cualquier parte.

Una vez que miramos la vida a través de los ojos del ciervo, Le damos las gracias a HaShem por habernos creado de la forma en que lo hizo. No nos lamentamos por los atributos que no poseemos, porque si HaShem no nos los dio, eso significa que no los necesitamos para cumplir nuestra misión en la tierra. Nos centramos en nuestros buenos puntos y profusamente Le damos las gracias a HaShem por ellos. En el momento en que nos aceptamos a nosotros mismos de la manera en que somos, de pronto abrimos las puertas de la paz interna y la gratificación. Eso no significa que no tratemos de mejorar, sino simplemente que estamos felices de ser un ciervo y no un lobo.

Imagínense que un ciervo quisiera ser un lobo. ¿No es cierto que sería una lástima? Y no sólo eso, sino que perdería por los dos lados: por un lado, jamás llegaría a ser un lobo y por otro lado, tampoco lograría llevar a cabo su función de ciervo. Esta debería ser entonces nuestra lección de vida: que tenemos que ser nosotros mismos y no tratar de imitar a ninguna otra persona en la tierra. Porque jamás podremos ser como esa otra persona, pues no contamos con sus atributos Divinos. Y mientras tanto, tampoco somos nosotros mismos, lo cual significa que estaríamos desperdiciando todos los maravillosos atributos que Dios nos da a cada uno.

Dice el Rey Salomón: “Mi amada se parece a un ciervo” (Cantar de los Cantares 2:9). Cuando uno es uno mismo, apreciando sus propias cualidades personales y dándole las gracias a HaShem por ellas, entonces uno es la persona más bella del mundo.
 

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