El Gran Premio
Incluso cuando algo nos duele, tenemos que recordar que sirve para corregir algo que está básicamente mal. Es como una intervención quirúrgica espiritual…
Se dice que Rabí Najman enseñó que la felicidad es lo más difícil de alcanzar en el judaísmo. Con este término se refería a un constante estado de alegría en todas las situaciones.
La pregunta es: ¿Por qué esta genuina felicidad es algo tan difícil de alcanzar? Porque es algo que trae un gran premio, una gran recompensa: a la persona que está siempre alegre Dios le ofrece una protección especial. La gente que vive feliz está sirviendo a Dios en forma genuina y está disfrutando de la vida en forma genuina. Si pasan por una mala racha, su alegría y su dicha de vivir hacen que la mala época no sea tan difícil. No se les “termina la vida”. Su deseo de servir a Dios y de cumplir con Sus preceptos no termina. No buscan algún motivo para quedarse en cama todo el día ni una razón para sacar a Dios de su vida. La incomodidad que sienten por esa “mala racha” es minimizada por su alegría. La dejan atrás más rápido, y se fortalecen aún más que antes.
Es por eso que la depresión se considera el peor pecado en la Torá: porque invariablemente hace que la persona cometa más transgresiones. Es como el combustible que enciende todos los otros malos comportamientos y malos deseos y malas características en la persona.
La gente deprimida es mucho más propensa a comer comida prohibida o no sana; es mucho más propensa a caer en comportamientos prohibidos o no sanos; les cuesta mucho más rezar, prepararles la comida a sus hijos, prepararse para Shabat, tratar bien a los demás, etc. Es por eso que estar alegres no es solamente una cuestión de elección o preferencia sino que es un precepto de la Torá.
La Torá nos manda estar alegres. Dice muy claramente: “Te regocijarás con todo el bien que te ha dado el Eterno” (Deuteronomio 26:11). Así que ahora llegamos al interrogante de los interrogantes: ¿acaso se puede ordenarle al ser humano que sea feliz? De acuerdo con nuestros Sabios, el hombre por naturaleza no es un ser feliz, sino que por naturaleza el hombre siempre quiere más de lo que tiene. El que tiene cien quiere doscientos (Kohelet Rabá, 1:34). Siendo así, ¿cómo es que la Torá prescribe que el hombre sea feliz? La respuesta es que Dios jamás nos obligaría a hacer algo que fuera imposible. Él no va a ordenarnos que seamos felices y después nos va a enviar todo un montón de circunstancias difíciles y de confusión interna para sacarnos por completo del camino. Cada uno de nosotros puede elegir ser feliz con lo que le tocó en la vida, sean cuales fueren las circunstancias. La pregunta es: cómo hacemos esto. Y la respuesta es: internalizando los tres principios básicos de Emuná.
Primero, internalizando el concepto de que hay un Dios y que Él dirige cada detalle de nuestras vidas. No existe el “azar”, la “coincidencia” ni la “casualidad”. Absolutamente todo es Divina Providencia, hecha a medida para colocarnos en las circunstancias óptimas que necesitamos para llevar a cabo la rectificación de nuestra alma.
Segundo, internalizando que todo lo que nos ocurre es en realidad una bondad de parte del Eterno. Incluso cuando algo nos duele, tenemos que recordar que sirve para corregir algo que está básicamente mal. Es como una intervención quirúrgica espiritual: no es nada divertido pero es necesario y puede salvar la vida.
Por último, recordando que Dios está tratando de iniciar una conversación con nosotros. Él quiere tener una relación. Y todo el tiempo está tratando de darnos las pistas acerca de lo que estamos haciendo aquí en este mundo, y lo que se espera de nosotros.
Tomemos un ejemplo práctico: padre e hijo están estudiando Torá en la misma sinagoga con distintos compañeros de estudio. El hijo le pide prestado el celular a su padre y se olvida de devolvérselo. Más tarde, el hijo empieza a sentir dolor de cabeza y se va sin decirle a su padre adónde va.
El padre, si no tiene Emuná, el padre piensa que su hijo es “su enemigo”. Después de todo, su hijo se fue de la sinagoga en forma irrespetuosa, sin decirle nada, y encima lo dejó sin el celular durante un día entero (¡!). Pero si el padre tiene Emuná, entonces se da cuenta de que su hijo no es su enemigo, sino más bien un altoparlante a través del cual Dios le está diciendo: “Eh, tú! Si no te gusta que tu hijo te falte el respeto, entonces ¿por qué tú Me faltas el respeto a Mí, que soy tu Padre? Y si quieres que tu hijo sea más comunicativo contigo, entonces ¿por qué tú no Me hablas a Mí con mayor frecuencia? Fíjate cómo te quejas y te pones triste porque te saqué el celular un solo día. ¿Acaso tienes idea de cuántos días estuve esperando que me “llamaras”?
Dios, en Su infinita benevolencia, solamente nos envía dificultades para ayudarnos a que nos fortalezcamos en Emuná y para curarnos el alma. Estos problemas no tienen que “solucionarse” con pastillas ni tienen que “neutralizarse” con terapeutas seculares que no tienen la menor idea de lo que ocurre en realidad con la persona, sino que tenemos que darles la bienvenida, tenemos que analizarlos desde un punto de vista espiritual y ocuparnos de ella de la forma debida.
El terapeuta que no le enseña a sus pacientes a aferrarse a Dios en todas las circunstancias no está haciendo lo que tiene que hacer. Una vez que entendemos cuál es nuestro verdadero propósito en este mundo y comenzamos a percibir la enormidad de nuestra verdadera misión, empezamos a darnos cuenta de la poca importancia que tienen todos nuestros “problemas”.
Esta generación lucha enormemente por alcanzar la genuina felicidad. Es porque hemos perdido la conciencia de lo que es verdaderamente “cierto” y lo que es realmente la “verdad”. No vinimos a este mundo a pasarla bien, a matarnos trabajando, a jubilarnos y a jugar al golf. Todos vinimos a llevar a cabo una misión espiritual. Se nos encomendó un trabajo que exige un montón de esfuerzo, de auto-conocimiento, de voluntad de cambiar y mucha plegaria.
Muchos de nosotros dudamos, no creemos en esto, porque crecimos en un medio saturado de ateísmo, en el que la “Madre Naturaleza” es la que rige por sobre todas las cosas. No sabemos para qué vinimos al mundo. No sabemos por qué nos pasan cosas aparentemente “malas”. No sabemos cómo enfrentar nuestro “demonio interior” ni curar nuestras almas. Entonces nos ponemos tristes.
Por desgracia, no hay nada que suscite más juicios estrictos que la tristeza y el hecho de no estar satisfechos con los que nos tocó en la vida. La Torá dice que la tristeza es la causa de todas las maldiciones en la vida. Para tratar la tristeza, mucha gente va al terapeuta, pero la verdad es que muchas sesiones de terapia convencionales hacen que la gente sienta una tristeza aún mayor y se sienta abrumada por todos sus problemas.
¿Por qué?
Porque no está basada en la verdad. No está basada en la Emuná.
Únicamente la terapia basada en la Emuná puede proveer un alivio genuino del dolor que sufrimos a causa de nuestros problemas, y nos permite que vivamos la vida inmunizados contra problemas adicionales. Y esto es algo que yo veo en mi práctica de terapeuta día a día: cuando la gente se somete a Dios, a la Torá, a los tzadikim y a los verdaderos guías espirituales, entonces obtienen un inmediato alivio a todo su sufrimiento.
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