Una misma Torá para todos

“Alabados aquellos cuyos caminos son impolutos, que andan con la Torá de Hashem” (Salmos 119:1)

El Rey David nos da la razón del hecho de que Hashem les haya dado la Torá a los Hijos de Israel en el pasaje citado. Cuanto más puros somos, más podemos acercarnos a Hashem. Por eso Hashem nos dio el invalorable regalo de la Torá, para que pudiéramos aspirar a ser puros. Sin la moral y la ética de la Torá, cada uno tendría sus propias ideas acerca de lo que está bien y lo que está mal. Por eso, para que haya una sola verdad y una sola Torá, Hashem tuvo que dársela simultáneamente a toda la nación. Seiscientos mil hombres y sus mujeres e hijos recibieron la Torá en el Monte Sinaí el 6 de Siván del año hebreo 2448, hace exactamente 3329 años. Esta misma Torá ha sido transmitida en una cadena ininterrumpida de padre a hijo y de maestro a alumno desde aquella inolvidable ocasión en que Hashem se reveló en el Monte Sinaí.

Analicemos la principal diferencia entre el Matán Torá, la revelación de Hashem al pueblo judío en el Monte Sinaí cuando les dio la Torá, y las así llamadas revelaciones sobre las que otros construyeron sus propias religiones.

El "nuevo testamento", el korán y los textos de las religiones orientales se centran todos en las supuestas revelaciones de Hashem a una sola persona, a quien el pueblo aceptó como su profeta o semi-deidad. Si bien la Torá alaba a Abraham, Isaac y Jacob por educar a sus hijos con emuná, y si bien ellos practicaron las mitzvot de la Torá incluso antes de que esta fuera dada,  Hashem no quiso darles a ellos la Torá. Cada vez que un profeta solitario recibe una revelación, alguien puede alzarse y argumentar: “¿Y yo cómo sé si eso es cierto?”. Las generaciones subsiguientes, incluso los descendientes directos del profeta, pueden tener dudas en el corazón. Hashem no quería que sucediera eso. Por eso, cuando Él le dio Su Torá auténtica al pueblo judío, Él se aseguró de que hubiera más de dos millones de judíos para ser testigos del evento. No faltó nadie.

Y eso no es todo. La Kabala nos enseña que no sólo los judíos de aquella generación estaban presentes en el Monte Sinaí el día de la entrega de la Torá, sino que también estuvieron presentes todas las almas judías. Por lo tanto, por más lejos que el judío, o incluso el no judío con alma judía, esté de la Torá, no obstante posee una capacidad innata para reconocer la verdad y gravitar hacia la Torá si así lo desea. Esa es la diferencia entre la Torá y todo otro cuerpo de conocimientos. Por ejemplo, a veces la persona quiere estudiar física o química pero sencillamente no logra entenderlas. Pero si uno quiere acercarse a Hashem y a Su verdad, sin motivos ulteriores, entonces va a poder hacerlo, ya que la impresión de la Entrega de la Torá está grabada en su alma.

Teniendo en cuenta lo antedicho, ahora podemos entender por qué cada persona es capaz de estudiar Emuná. Dado que emuná es el primero de los Diez Mandamientos y la clave para una observancia significativa de toda la Torá así como la clave para alcanzar la felicidad y la auto-realización, la emuná está grabada en nuestras almas. Solamente tenemos que recargarla aprendiendo emuná y activarla aplicándola a la vida diaria. Hashem envió a nuestras almas a este mundo y nos dio la capacidad de funcionar y prosperar a pesar de los desafíos y las dificultades de este medio material tan tosco con el que cada uno de nosotros debe enfrentarse durante ciento veinte años.

Por eso, la festividad de Shavuot es cuando celebramos el manual de ética, felicidad y auto-realización personal que el Creador le dio a toda nuestra nación. Únicamente cuando nos esforzamos por cumplir los preceptos de la Torá podemos ser el pueblo impoluto a quien Hashem eligió para que fuera una luz para las naciones. Feliz Shavuot!