Mi hermano

El taxista tenía una expresión muy seria y un tatuaje de un escorpión en el cuello. En su oreja derecha llevaba un par de aros. Obviamente no era de mi zona...

3 Tiempo de lectura

Rabino Lazer Brody

Posteado en 04.04.21

El taxista tenía una expresión muy seria y un tatuaje de un escorpión en el cuello. En su oreja derecha llevaba un par de aros. Obviamente no era de mi zona, porque tenía esa onda israelí típica de “liberal enojado de Tel Aviv”. Me preguntó adónde iba. Le di la dirección y le dije: “Gracias, hermano”.

 

“Usted es breslevero, ¿no?”, me preguntó. “Ninguna otra persona con sombrero y barba me va a llamar a mí ‘hermano’ – estamos cada uno del otro lado de la valla”.

 

“Tienes razón y no tienes razón”, le sonreí. “Tienes razón en que soy breslevero. Pero no tienes razón en que estamos de lados opuestos. Tú eres nieto de Abraham, Itzjak y Yaakov tanto como yo”.

 

Por primera vez desde que me subí al taxi, el chofer sonrió. “Eso es lo que me gusta de ustedes, que no se creen ‘superiores’. Pero dígame algo: ¿por qué los bresleveros llaman a todos ‘hermano’?

 

“Es por Rabí Najman, pero la verdad es que no puedo hablar en su nombre. Te voy a contar una historia que pasó en Ashdod hace como diez años…”.

 

Y le conté lo siguiente.

 

Hace algo así como diez años, un hombre de aspecto norteamericano de aproximadamente treinta años de edad llegó a uno de los barrios jasídicos de Ashdod. El hombre se destacaba por ser distinto a los vecinos y parecía estar confundido, como si se hubiera perdido. Entonces un breslevero se le acercó y le preguntó en inglés: “¿Te puedo ayudar, hermano?”.

 

“¡Wow, alguien que habla inglés!”. No podía creerlo. “Trabajo en el puerto y hoy me acordé de que es el yahrzeit de mi padre. Yo no soy religioso y mi padre tampoco lo era, pero él me hizo prometerle que por lo menos iba a recitar el Kadish una vez al año para él en su yahrzeit. Falta menos de una hora para que se ponga el sol y casi me olvidé de decir el Kadish. Por eso me tomé un taxi y le pedí al taxista que me lleve a algún barrio donde haya sinagogas y me dejó acá”.

 

 

“Ven conmigo, hermano. Yo mismo justo iba ahora a la sinagoga”. El breslevero lo llevó a una de las sinagogas del barrio. El norteamericano no sabía leer hebreo, así que dijo el Kadish leyendo de un papel arrugado donde figuraba la fonética.

 

Pasaron nueve años.

 

El año pasado, en Uman, el breslevero iba caminando por la Calle Pushkina camino al Kloyz, que es la sinagoga central que alberga dos quórums de rezos. En un momento dado alguien se le acercó y lo llamó muy emocionado: “¡Eh, Abraham, eres tú, no?! ¿Te acuerdas de mí?”

 

“Lo lamento, hermano, no me acuerdo”, respondió el breslevero.

 

“Bueno, la verdad es que no te puedo echar la culpa. Por aquella época yo era mucho más joven. Tú me salvaste la vida. Hace nueve años yo estaba en un tremendo estado depresivo y estuve a punto de quitarme la vida. Había pasado por un terrible divorcio y había perdido todo mi dinero. Lo poco que me quedó lo perdí jugando a los naipes. El día en que me viste dando vueltas por tu barrio buscando un minián, justamente estaba pensando que era mejor que cumpliera con la promesa que le había hecho a mi padre antes de que yo mismo me fuera de este mundo. Sentía que a nadie le importaba un rábano de mí. Igualmente nadie me iba a extrañar. Y entonces apareciste tú, y me llamaste “hermano”; me llevaste a la sinagoga y me invitaste a tu casa a comer. El omelette y la ensalada con el hummus y la pita que nos sirvió tu esposa para mí tenían un sabor infinitamente mejor que una cena de 400 dólares en un restaurante de Manhattan. Me trataste mejor que un hermano biológico y me diste la voluntad de seguir viviendo. Me salvaste la vida. Muchos años quise ver dónde es que todos los “hermanos” se reúnen. Y gracias a ti estoy vivo y estoy aquí, en Uman”.

 

Yo terminé de contarle la historia y entonces el chofer me dijo: “Ok, hermano, yo todavía no estoy listo para viajar a Uman ni para ponerme tefilín, pero sí voy a hacer todo lo posible por tratar a cada persona que suba al taxi como si fuera mi hermano”.

 

“Fenómeno, hermano”, lo abracé y le pagué el viaje con una abultada propina adicional. “La mitzvá de amar al prójimo como a uno mismo es probablemente la segunda mitzvá más importante de la Torá”.

 

Al salir del taxi, él me llamó: “¿Y cuál es la mitzvá más importante de todas?”.

 

Yo sonreí y le di un ejemplar de En el Jardín de la Fe. “La emuná, hermano. Este libro trata justamente de eso. Espero verte pronto!”.

 

Y estoy seguro de que así será, con la ayuda de Hashem. Los hermanos no pueden estar demasiado tiempo separados.

Escribe tu opinión!

1. Isabel

2/15/2019

Un mensaje muy inspirador

Gracias por esta bella historia. Es un rayo de luz

2. Isabel

2/15/2019

Gracias por esta bella historia. Es un rayo de luz

3. Oscar

10/21/2017

Que buena experiencia yo tambien trabajo un taxi y aunque no se mucho voy a tratar como ejemplo lo que acabo de leer

Gracias por tu respuesta

El comentario será publicado tras su aprobación

Agrega tu comentario