Un cambio necesario

A lo largo de cuarenta años, la generación del desierto estudió Torá en circunstancias ideales. ¡Ojalá los estudiosos de nuestra época pudieran estudiar Torá en circunstancias similares!

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Grupo Breslev Israel

Posteado en 03.11.24

El propósito final de cada ser humano en este mundo, sin excepción, es elegir el bien. Es imposible evadir esta obligación.  Y la esencia de elegir se aplica precisamente en aquellas áreas en las que los cambios resultan difíciles. Desgraciadamente, cuando uno ve que algo le resulta difícil, comete el error de pensar que no le queda otra alternativa. Pero al dedicarse al trabajo de la voluntad, tiene total libertad de elección. Uno puede y debe dedicar media hora por día todos los días a cada uno de sus objetivos, hasta que los alcance. De otro modo, no logrará cambiar y nada de lo que haga le servirá. Tenemos que decirlo en la forma más clara posible: únicamente cuando la persona dedica tiempo al trabajo de la voluntad posee la capacidad de elegir.

Por consiguiente, cada persona tiene el deber de dedicar tiempo al trabajo de la voluntad: el judío simple que trabaja para ganarse la vida; la madre; el alumno de yeshivá; el anciano erudito, los viejos y los jóvenes, todos sin excepción. Aquel que no dedica tiempo al trabajo de la voluntad no va a poder cambiar. Punto y aparte. No importa lo que haga. No importa cuánto estudie. Estudiar Torá sin hacer el trabajo de la voluntad no va a producir ningún cambio en el individuo. Es posible que mejore aquí y allá, pero en su esencia va a seguir siendo la misma persona que antes. Y a veces sí se producen cambios, pero solamente cambios superficiales y cosméticos, que muy pronto desaparecen, cuando la persona se enfrenta a los desafíos de la vida.

Hay muchos eruditos que hace años que estudian Torá y que, no obstante, sienten que están muy lejos de servir a Hashem con alegría y que están lejos de la fe; lejos de no mirar donde no deben, lejos de cuidarse de lo que dicen. Ellos saben que no se han purificado de sus pasiones físicas y que hay muchos malos rasgos de carácter que los dominan por completo. Y ellos me preguntan: “¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué no logro cambiar? ¿Por qué el estudio de la Torá no me está ayudando?”. Yo les digo: “Tienes que tomar conciencia de que incluso si una persona se pasa cuarenta años estudiando Torá al nivel más alto que existe, si no elige un aspecto de su personalidad y decide que lo va a cambiar, dedicando media hora por día al trabajo de la voluntad, no va a poder tener libertad de elección. No va a poder cambiar. No va a poder cumplir con su misión. No va a lograr la rectificación de su alma. Y si se le presenta una prueba, va a correr peligro de caer a los niveles más bajos de impureza, Dios no lo permita.

A lo largo de cuarenta años, la generación del desierto estudió Torá en circunstancias ideales. ¡Ojalá los estudiosos de nuestra época pudieran estudiar Torá en circunstancias similares! Ellos estudiaron con el mejor maestro que hubo en la historia: Moisés, que fue el mentor de todos los profetas. No tenían ninguna carga sobre sus espaldas, ni tenían necesidad de preocuparse de temas mundanos. No tenían que cargar con el yugo de ganarse la vida. No necesitaban pagar la renta, ni la hipoteca ni los impuestos. No tenían que ir a trabajar ni ir de compras. No tenían obligaciones que cumplir. No tenían necesidad de viajar a visitar a familiares ni de llevar a sus hijos a la escuela. Y tampoco estaban expuestos a la vorágine de pasiones físicas a que está expuesta nuestra sociedad. No había centros de compras ni confiterías ni restaurantes ni teatros. No había bolsas de cambio ni bancos ni boutiques de ropa ni perfumerías. No había periódicos ni radios ni teléfonos celulares ni teléfonos inteligentes. Eran 600.000 estudiosos absolutamente libres de todo yugo. Tenían la cabeza libre para dedicarse de lleno al estudio de la Torá. Nunca antes y nunca después sucedió algo igual.

Y en esas circunstancias tan perfectas, estudiaron Torá en el kolel más prestigioso que alguna vez existió: el “Kolel de los que Consumen Maná”. Su Torá era su profesión. Todos estudiaban Torá directamente de la Fuente, en el pico de su espiritualidad, en el ápice de la revelación de la Shejiná. No un día ni dos días ni un año ni diez años, sino… ¡cuarenta años! 600.000 estudiosos que eran la élite de la élite, la “creme de la creme”. ¿Acaso tú conoces a alguien que estudie en esas mismas condiciones, y a un nivel tan alto? Y como si todo eso no fuera suficiente, ellos presenciaron milagros revelados y grandes maravillas.

Es tremendamente difícil imaginarse la increíble influencia que acontecimientos como estos pueden llegar a ejercer en una persona. No obstante, recordemos aunque sea una fracción de las cosas que ya sabemos: las diez plagas increíbles de Egipto, cada una de las cuales duró una semana entera; los cambios de la naturaleza, que jamás antes habían existido. Todos ellos vieron con sus propios ojos la Presencia de Hashem y la Providencia de Hashem. Y después de todo eso, en la división de Mar Rojo, vieron milagros y maravillas diez veces más grandes de lo que habían visto durante las diez plagas. ¡El mar se abrió y se secó! Esto les causó a todas las naciones una profunda impresión durante décadas y décadas.

Además, la rutina diaria en el desierto era algo maravilloso y milagroso: las nubes de gloria, el maná, las perdices, el pozo de Miriam que los acompañaba dondequiera que fueran, la ropa, que se limpiaba a sí misma y crecía junto con ellos y muchas cosas más, tal como aprendemos de los midrashim de nuestros Sabios.

Y, por sobre todo, los israelitas vieron y oyeron a Hashem. En la división del Mar Rojo, hasta la más simple sirvienta vio a Hashem, por así decirlo, y todos podían señalar y decir: “¡Este es mi Dios y Lo glorificaré!” (Éxodo 15:2). Y en el Monte Sinaí, Hashem habló con cada uno de los israelitas cara a cara. Cada hombre judío y cada mujer judía vieron los sonidos y oyeron al Propio Hashem afirmando: “Yo soy Hashem tu Dios” y “No tendrás otros dioses”.

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