Está escrito en la pared

Haz una profunda introspección. Examina tu conducta hasta que entiendas cuál es tu estado en este momento. Y entonces… ¡manos a la obra!

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Grupo Breslev Israel

Posteado en 10.11.24

El Pueblo de Israel llevó a cabo una travesía de cuarenta años por el desierto y uno podría pensar que, como consecuencia de esto, habría alcanzado la cúspide de la perfección, el más alto nivel de santidad y los mejores rasgos de carácter. Sin embargo, el Arizal da testimonio de que toda esa generación ─a excepción de Caleb y de Joshúa─ tuvo que ser reencarnada. Eso significa que no alcanzaron su máximo nivel de rectificación. Incluso aquel que no comprende el tema de la rectificación de las almas va a poder entender, a partir de las palabras del Arizal, que las personas de aquella generación no alcanzaron su rectificación porque, de haberlo hecho, habría llegado la Redención: Moisés habría ingresado a la Tierra Santa y habría construido el Templo, y entonces el mundo entero se habría rectificado.

Sin embargo, no sólo que no alcanzaron su rectificación, sino que cayeron en la más terrible conducta, en el pozo espiritual más hondo. Si abres el Jumash (Pentateuco), vas a descubrir un comportamiento poco decoroso: quejas, llanto, el pecado del Becerro de Oro, el pecado de los que querían comer carne, el pecado de los espías, la rebelión de Koraj y sus seguidores ─ todo el tiempo una nueva instancia de mezquindad, de herejía, de acusaciones, de ingratitud, de insolencia─ como si estuvieran buscando excusas para pelearse con Hashem y con Su siervo, Moisés. Y esto se aplica no sólo a las personas marginales ─me refiero a la multitud mezclada “erev rav”─ sino también a sus más grandes personalidades, incluyendo los jefes de las cortes. ¿Qué estaba sucediendo?

Todo esto nos lleva a una clara conclusión: algo que debería penetrar la conciencia de cada persona: que, a menos que uno realice un trabajo individual personal, no va a poder cambiar. Los milagros no cambian al ser humano. La revelación de la Shejiná no cambia a la persona, como tampoco la cambia el hecho de estudiar Torá durante décadas en presencia de un gran tzadik. Ni siquiera ver y oír a Hashem logran cambiar a la persona. Lo único que puede causar un cambio es el trabajo personal. Sin eso, no podemos cambiar. Y sin un trabajo, no sólo que la persona no cambia, sino que corre enorme peligro de caer incluso más bajo, hasta que finalmente pierde la posibilidad de salvarse, y pierde la capacidad de llevar a cabo un cambio significativo, porque la verdadera capacidad de decidir depende de que la persona lleve a cabo el trabajo de la voluntad. Por lo tanto, incluso la persona que se dedica al estudio de la Torá, la que medita acerca de la Torá día y noche, tiene el deber de dedicar un tiempo cada día para el trabajo de la voluntad. Si no elige un tema y rezar por él todos los días por lo menos media hora, no va a poder cambiar. Y no debe engañarse a sí mismo pensando lo contrario.

Decenas de miles de eruditos de la Torá, la así llamada “generación del conocimiento” del desierto sufrió un grave descenso espiritual en dos ámbitos: la fe y la santidad (tal como se analizará en detalle a continuación). Estos son los dos cimientos básicos de la rectificación del mundo entero, porque el trabajo espiritual del ser humano está contenido en dos áreas principales: “Apártate del mal y haz el bien” (Salmos 34:15). La principal forma de “apartarse del mal” es alejarse en el máximo grado posible de toda la lujuria y la falta de santidad y de recato que, según explica Rabí Najman, son el mal en su máxima expresión (Likutey Moharán 19). Y la principal manera de “hacer el bien” es teniendo fe, emuná, porque la emuná es el cimiento de todo lo bueno en este mundo: todos los buenos rasgos de carácter y toda la Torá y todas las mitzvot. Tal como dice el propio Rabí Najman: “El pie hace alusión al ámbito de la fe, sobre el cual se basan todos los rasgos de carácter y toda la Torá” (Sijot HaRán 261).

Tras cuarenta años de estudio Torá ininterrumpido, el pueblo de Israel cayó en actos promiscuos con las mujeres midianitas, quienes los llevaron también a cometer actos de idolatría. Y aquí debemos plantear un interrogante muy doloroso: ¿cómo es posible que después de cuarenta años de una espiritualidad tan pura hayan caído en algo tan vil y tan bajo? No es lógico. Y la respuesta es muy clara: no hay nada que pueda cambiar a la persona excepto el trabajo personal que lleve a cabo. Esta es una clara demostración que no se puede ignorar: cuarenta años en las circunstancias ideales no sirvieron para pasar la prueba. Y eso es porque, si no hace el trabajo de la voluntad, uno no puede cambiar y sigue teniendo sus mismos deseos físicos de siempre y en cuanto enfrente un desafío, correrá enorme peligro de caer.

Cada persona es consciente de las pasiones físicas que lo seducen, lo llenan, le hacen arder el corazón como un fuego y lo controlan. E incluso si logra superarlas, sigue corriendo peligro, porque un día el “genio de la botella” va a volver a aparecer. Siendo así, ¿por qué la gente no trata de encontrar una solución definitiva? ¿Por qué persiste en jugar a la ruleta rusa con su vida? Uno puede ser un erudito de Torá, y vivir una vida espiritual, y por afuera puede dar la impresión de que está completamente alejado de las pasiones físicas, pero en el desierto, los israelitas vivieron una vida por lo menos igual de espiritual y, a pesar de eso, cayeron. No pienses que ya no hay más pasiones ni peligros. Sigue habiendo, aunque estén “latentes” por ahora. Si te fijas bien dentro de ti mismo, verás que siguen conservando todo su poder. ¿Acaso no sientes deseos de mirar cosas prohibidas? ¿No sientes placer cuando miras “alrededor”? ¿Acaso la belleza superficial ─ “Falsa es la gracia y vana es la hermosura” (Proverbios 31:30) ─ no te sigue atrayendo? Si es así, sabrás que corres gran peligro y que debes llevar a cabo el trabajo de la voluntad.

Haz una profunda introspección. Examina tu conducta hasta que entiendas cuál es tu estado en este momento. Y entonces… ¡manos a la obra! Tienes que juntar fuerzas y empezar el trabajo de la voluntad. Dedica media hora por día a rogarle al Creador del Universo a que te ayude a erradicar tus malos deseos, a extirpar por completo la atracción que sientes por la lujuria en todas sus formas. Si no haces eso, van a pasar los años y vas a seguir exactamente igual que antes. Y si un día te encuentras en una situación a la que jamás soñaste que ibas a llegar, será únicamente debido a que nunca trabajaste sobre ti mismo en forma profunda. Hay únicamente dos caminos posibles: cuando trabajas, cambias y cuando no trabajas, no cambias.

Si cada miembro de la generación del desierto hubiera llevado a cabo el trabajo de la voluntad, enfocándose en librarse de la lujuria rezando media hora por día durante esos cuarenta años, habría logrado anular y desconectarse por completo de la lujuria y la seducción de las mujeres midianitas no habría sido una prueba difícil de superar. E incluso si esa persona no hubiera logrado purificarse cien por ciento de sus deseos físicos, igualmente no habría sucumbido, porque “allí por donde la persona quiere ir, por allí la llevan”. Y dado que esa persona rezó media hora por día para salvarse, Hashem sin lugar a duda le hubiera ofrecido Su protección de ese pecado.

Y si eso fue lo que ocurrió con la generación del desierto, entonces qué podemos decir de la nuestra. A menos que dediquemos media hora por día al trabajo de la voluntad, pidiéndole a Hashem que nos aleje de la lujuria y la promiscuidad y nos ayude a alcanzar la santidad y la capacidad de cuidar los ojos, no podremos elegir libremente y superar las pruebas que se nos presenten. No hace falta entrar en detalles. Cada uno puede ver con sus propios ojos lo que ocurre con el ser humano en cuestiones de santidad personal. ¿Acaso alguien se engaña a sí mismo pensando que está inoculado contra las tentaciones? Al contrario. En la sociedad en la que vivimos, la liberación de las pasiones físicas ha penetrado hasta en los círculos más cerrados hasta tal punto que la capacidad de autocontrol de cada persona, sin excepción, corre constante peligro de caer. La verdad está escrita en la pared, con sangre caliente y burbujeante, y clama a viva voz: aquel que no trabaje sobre su propia santidad corre peligro de abandonar todo en un instante y caer de todos los niveles

En nuestra generación, la Mala Inclinación no necesita trabajar mucho para convencer a la gente de pecar. Ya nos trajo el internet y todos los artefactos tecnológicos que les queman la vida a las personas y los arrastran a los lugares más inmundos. Todos van detrás de estos artefactos y pagan dinero para pecar y no tener un momento libre para hacer las cosas que verdaderamente les van a hacer bien. La Mala Inclinación es simplemente una genia: se ha actualizado y está al nivel de la más alta tecnología, y además cuenta con los avanzados medios que le hacen el trabajo gratis, mientras ella descansa. La Mala Inclinación se jubiló…

Que Hashem nos salve de las malas influencias, tanto las que aparecen como personas como las que aparecen como avances tecnológicos. Amén!

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