A veces, hay que decir “NO”

Yo sabía que mis hijos eran mi reflejo, pero la verdad es que no tenía la menor idea de cuál era el defecto que yo tenía que corregir…

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Rivka Levi

Posteado en 05.04.21

Yo sabía que mis hijos eran mi reflejo, pero la verdad es que no tenía la menor idea de cuál era el defecto que yo tenía que corregir…

A veces hay que saber decir "NO"

Releyendo el libro “La Sabiduría Femenina” del Rabino Shalom Arush, veo que uno de los temas recurrentes del libro es que los hijos son un espejo de los padres. Si tienes un hijo que es un muñequito dulce y angelical al que todos aman, entonces puedes reclinarte en el sofá y tratar de no sentirte muy autosuficiente que digamos…

Pero si, como la mayoría de nosotros, ves que por más maravilloso que es tu hijo, se las arregla para volverte loca de mil maneras diferentes, entonces de pronto te das cuenta de que en realidad no es él el que vuelve loco a los demás: eres tú.

La semana pasada tuve una lucha con mis hijas. Una y otra vez les dije que:

1) No les dieran de comer a los gatos callejeros que entran en nuestro patio;

2) no les dieran leche y,

3) no trataran de alzarlos y acariciarlos.

Toda la semana pasada mis hijas me ignoraron por completo, a pesar de que me iba poniendo cada vez más nerviosa por un gato en particular, que empezaba a sentirse (casi) como en casa. Los gatos israelíes no son como los gatos “normales”, sino que son mil veces más listos y calculadores y un pequeño niño simplemente no es capaz de competir con ellos. Yo sabía que tarde o temprano ese gato iba a entrar a nuestra casa… y entonces yo me iba a poner hecha una furia.

Yo soy muchas cosas, pero “amante de los animales” no es una de ellas…

Pero, por más que tratara, por más que rezongara, por más que amenazara, simplemente no podía lograr que mis hijos me tomaran en serio (ni a mí ni a la “amenaza” felina).

Yo sabía que ellos eran mi reflejo, pero la verdad es que no tenía la menor idea de cuál era el defecto que tenía que corregir para poner fin al club de "fans" de gatos.

Hasta el viernes pasado a la mañana. En ese momento de pronto decidí que tenía que llevar a mi marido a Kever Dan (la tumba de Dan, hijo de Jacob nuestro Patriarca), para hacer Hitbodedút (Plegaria Personal).

Antes, cuando no trabajaba, nunca me las arreglaba para cocinar para Shabat antes del viernes a la tarde. Los viejos hábitos tardan en morir e incluso si (en teoría) podría cocinar para Shabat con seis días de anticipación, por algún motivo no lo logro.

No hago todo a último momento como antes, pero tampoco no me voy a ganar el premio “a la persona más organizada en víspera de Shabat”.
Pero por lo menos ya había hecho las compras; ya había terminado un par de cosas y, salvando cualquier imprevisto, me iba a quedar un montón de tiempo para arreglar todo el resto.

Llegamos a Kever Dan, pasamos una hora rezando con mucha intención y cuando estábamos a punto de irnos, se me acercó una mujer con un bebé y un niño pequeñito y me preguntó si yo estaba con auto.

Kever Dan no es como el Kever Rajel (la tumba de Raquel, nuestra Matriarca); allí hay muy poca gente que va de visita y los visitantes son esporádicos, en el mejor de los casos.

Le pregunté a la mujer adónde tenía que ir y me dijo que a Bet Shemesh, que queda aproximadamente a diez minutos de viaje de Kever Dan.
Hice un rápido cálculo mental: Bet Shemesh queda en la dirección opuesta de donde yo vivo, pero pensé “No importa. Otros veinte minutos en el auto no es ninguna tragedia”.

El problema es que cuando llegamos a Bet Shemesh me di cuenta de que en realidad ella quería llegar a “Ramat Bet Shemesh”, que queda a otros diez minutos de viaje en auto. En ese momento empecé a tener una enorme lucha con mi Mala Inclinación, tratando de mantener mi “buen sentimiento” y no perder el Precepto que de pronto se me aparecía como una idea no tan buena…

Pero perdí. Perdí y muy mal. Cuando llegamos a Ramat Bet Shemesh, me dio un tremendo ataque de “stress de Shabat”: esa horrible sensación de que estoy con tiempo limitado, que tengo diecisiete invitados y que lo único que preparé hasta ahora es el pollo.

Empecé a susurrarle a mi marido que quizás convendría bajar a nuestra pasajera en la parada más cercana del autobús, pero él, como siempre, me dio el mejor consejo: “Escúchame… Si ya llegamos hasta acá, ¿por qué no la alcanzamos hasta su casa?

Yo miré por encima de mi hombro a la mujer con el bebé y el pequeño de dos años que se había acurrucado en el asiento posterior y entonces supe que mi marido tenía razón. Me pegué mi mejor sonrisa en el rostro y traté con todas mis fuerzas de no sentir resentimiento por su pedido, por su “pequeño error” en la ubicación, por su evidente deseo de que la llevaran hasta su casa y de que yo me estaba empezando a retrasar en los preparativos de Shabat como resultado de todo esto. Todo el tiempo que duró el viaje traté de recordarme a mí misma que todo esto no era más que una pequeña prueba que me presentaba el Creador y que yo misma me había “armado”.

Llegamos a casa mucho más tarde de lo planeado y me puse a correr de aquí para allá en la cocina, tratando de preparar la comida de Shabat. Los niños volvieron del colegio y cuando me pidieron que les diera algo de comer, les grité como una loca. Estaba RE-NER-VIO-SA. Estaba muy ocupada haciendo buenas acciones y cumpliendo Preceptos para todas las demás personas de Israel, así que mis propios hijos iban a tener que esperar para comer…

¿Ya se olvidaron del gato?

Yo no.

De repente, aprovechó la oportunidad que se le presentó, dio un gran salto y entró por la ventana de la cocina… directamente adentro del primer plato, que estaba ya casi listo. Me puse hecha una furia. Los nervios de Shabat combinados con mi “gatitis” dieron como resultado una locura de gritos. Toda mi familia buscó refugio subiendo a las habitaciones del piso superior y no volvieron a bajar durante media hora, hasta que yo me calmé y encontré una solución al problema de la comida.

Tras encender las velas de Shabat, me tomé unos cuantos minutos para hacer un poco de Hitbodedút. Le pedí perdón al Creador por haber perdido los estribos con los niños y por el hecho de que me molestara hacerle el favor a mi "autostopista", y ahí fue cuando Él me hizo entender de qué forma estaba todo conectado.

Cuando la mujer me preguntó si la podía llevar en mi auto, tendría que haberle dicho que no. Tendría que haber entendido que el Creador le enviaría alguna otra persona que la ayudara y no tendría que haberle hecho caso a mi “ego”, que me decía que “YO” era la única persona en el mundo que podía ayudarla.

“YO” tenía otras tantas cosas que hacer, como por ejemplo preparar el Shabat para mi familia y mis invitados y asegurarme de que en casa todo anduviera sobre ruedas. Existe la regla según la cual si uno ya está ocupado con un Precepto, está exento de cumplir otro.

Debería haberme dado cuenta de cuál era mi prioridad, o sea, mi casa y mi familia, en vez de tratar de actuar como una “Súper-Justa”.

En realidad, mis hijos eran mi propio reflejo. Toda la semana, su Mala Inclinación les fue diciendo que era un Precepto cuidar a los gatos callejeros; que sin toda la comida y toda la leche que ellos les daban, los gatos se morirían de hambre. Evidentemente, el Creador les iba enviar a los gatos toda la comida que necesitaran, sin que mis hijas tuvieran nada que ver en el asunto.

Lo que ellas pensaban que era un “Precepto” en realidad no lo era… tal como vieron cuando el gato echó a perder la mitad de la comida que yo había preparado para Shabat.

“Ídem” conmigo: el hecho de ayudar a esa mujer cuando yo misma tenía tantas cosas que hacer no era cumplir un Precepto. Pero yo quería sentir que “Yo soy alguien Especial”, que “Yo estoy haciendo algo especial”, y mientras tanto, me olvidé de que si el Creador quería que esta mujer llegara a su casa, Él mismo dispondría las cosas para que, dos minutos después de que yo me fuera, ella encontrara a alguien que la llevara en su auto; alguien que precisamente vivía en el mismo lugar que ella.

En el libro “La Sabiduría Femenina”, el Rabino Shalom Arush deja en claro que nuestra primera prioridad debe ser nuestra propia familia. Solamente si ya me encargué de ellos cien por ciento, puedo empezar a dedicarles mis energías y mi tiempo a los demás.

Por eso, la próxima vez que alguien me pida que le haga el favor de llevarlo en mi coche el viernes a la mañana, si Di-s quiere lo voy a pensar dos veces antes de decirle que sí.

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1. Luisa salinas

9/11/2018

Aveces hay q decir no

Me sentí identificada!

2. Luisa salinas

9/11/2018

Me sentí identificada!

3. Arcely

1/02/2018

Hola,mi nombre es Arcely,y buscando ayuda o concejo sobre la crianza de niños encontre este resumen,el cual me ayudo mucho,porque justamente me encuentro en algo muy similar y algo desesperada por no saber si hago bien o no. Muchas veces he dejado a mis hijos n ultimo lugar x ayudar o hacer algo por otra persona,y despues me doy cuenta de q los descuide y me cae un balde de cargo de conciencia y lagrimas. Lo q dijo que de hay una regla de q si esta cumpliendo un presepto esta libre de otro(algo asi)…me libero de una gran carga psicológica y de conciencia… No soy judia,pero amo a HaShem y trato de aprender lo q mas puedo sobre El. Gracias por compartir,por tomarse el tiempo y mostrar rayitos de luz a los que estamos saliendo de a poco de la oscuridad. Saludos desde Houston Tx. EeUu. Prox libro a comprar,"la sabiduria femenina "!

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