La mitzvá que eleva todo

“El que únicamente rectifica su propia alma, tiene algunos méritos. Pero aquel que se rectifica a sí mismo y también rectifica a los demás, sus méritos se multiplicarán por la cantidad de almas que rectifique"

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Rabino Shalom Arush

Posteado en 12.09.22

Hay una enseñanza sumamente importante que podemos extraer del libro Jovot HaLevavot – Los Deberes del Corazón, sección “Ahavat Hashem – El amor de Dios”, está escrito que el mérito de rectificarse a uno mismo no puede siquiera compararse al mérito de rectificar a los demás. Y esta es la cita textual:

“El que únicamente rectifica su propia alma, tiene pocos méritos. Pero aquél que se rectifica a sí mismo y también rectifica a los demás sus méritos se multiplicarán por la cantidad de almas que rectifique, tal como enseñan nuestros Sabios: “Todo aquel que les da méritos a los demás no peca” y “Moshé les dio mérito a las masas y el mérito de las masas depende de él.

El libro Los Deberes del Corazón explica un concepto muy importante:

Aunque la persona haga buenas acciones para sí mismo, eso no es suficiente para recibir recompensa. Todo lo que la persona hace en su servicio Divino, ya sea Torá, o mitzvot, o fortaleciendo su emuná, o trabajando sobre su carácter, es solamente la base de su servicio Divino. Ese es su deber. Pero no es suficiente. Hace falta que cumpla dos condiciones más para que sea merecedor de una recompensa en el Mundo Venidero:

  1. que les enseñe a los demás el servicio Divino y a hacer buenas acciones. Recién cuando el mérito de su esfuerzo por ser una buena persona y estudiar Torá y cumplir las mitzvot y tener emuná y mejorar su carácter, este mérito se une al mérito de enseñarles a los demás y entonces uno se merece recompensa en el Mundo Venidero.
  2. la bondad de Hashem, tal como está escrito: “De Ti, Hashem, es la benevolencia, pues Tú recompensas a la persona en conformidad con sus actos”.

Los amoraítas eran gigantes espirituales de un nivel que resulta imposible describir con palabras. El Gaón de Vilna solía decir acerca de cada amoraíta que aparece mencionado en la Guemará que “poseía el poder de resucitar a los muertos”. Por ejemplo, se cuenta acerca de Rabí Jiá ─que fue uno de los más grandes amoraítas, hasta tal punto que en el Cielo dijeron de él que él y sus hijos eran como Abraham, Itzjak y Yaakov─ que uno de los tzadikim tuvo el mérito de ver al Profeta Elías (Eliahu HaNaví) llevando a los tzadikim en el Jardín del Edén. Y en esta visión, el Profeta Elías le advirtió a este tzadik podía mirar a todos los tzadikim excepto a Rabí Jiá, porque él era un tzadik tan grande con tanta luz, que no todos son dignos de mirarlo.

¿Y cómo fue que Rabí Jiá alcanzó semejante grandeza?

La Guemará cuenta el enorme esfuerzo que hizo Rabí Jiá para que la Torá no fuese olvidada de Israel. Él sembraba lino y lo cultivaba y lo cosechaba y preparaba hilos con los que hacía redes y cazaba ciervos y los sacrificaba y repartía la carne de ciervo a los pobres y el cuero de los ciervos lo utilizaba para escribir rollos de Torá y con esos libros iba a las ciudades y enseñaba a cinco niños: un rollo de Torá para cada niño. Y a seis niños les enseñaba las Seis Sidrei Mishná, hasta que las sabían de memoria, y se enseñaban los unos a los otros toda la Torá y la Mishná. Y entonces él se trasladaba a otra ciudad para enseñarles a otros niños. Y así se difundió la Torá en Israel, por su mérito. Vemos entonces cuánto esfuerzo hacía para escribir la Torá: horas y horas de trabajo.

En nuestra generación, si bien es una generación de muy bajo nivel espiritual, las palabras de Torá están a disposición de cada persona y por unas cuantas monedas, cualquiera puede comprar libros, folletos y CDs y repartir a la gente y acercar a los demás a Hashem, sin dificultad

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