Odio vs Amor: ¿quién gana?
Mirando por la ventanilla, vi que los árabes nos miraban con ojos llenos de odio y crueldad. Dondequiera que mirara, veía una sola cosa: ¡el exilio!
Mirando por la ventanilla, vi que los árabes nos miraban con ojos llenos de odio y crueldad. Dondequiera que mirara, veía una sola cosa: ¡el exilio!
Cada día esperamos y rezamos por la llegada del Mashíaj. Lo que sigue es una historia verdadera y sí, me sucedió a mí…
Era uno de esos insoportables días de verano en el calor trepa en la escala Celsius. En realidad, era Rosh Jodesh Av, el primer día del mes de Av, que es también el primer día de los nueve días de luto intenso que se observan en conmemoración de la destrucción del Templo Sagrado, y la tristeza que yo sentía era casi palpable. En mi mente, retornaban una y otra vez las imágenes de los eventos que tuvieron lugar hace dos mil años, los horrores descriptos en el Libro de Lamentaciones. Me estremecí al imaginarme los sobrevivientes, con la piel apenas cubriéndole los huesos, tirados sin una gota de fuerza en las literas; imaginé a los cruzados arrasando el continente entero, ofreciéndoles a los judíos la imposible elección de convertirse o morir; imaginé a los campesinos liberando a Europa del feudalismo mientras destruían las comunidades judías que se les cruzaban en el camino. Todas estas imágenes me pasaron por la mente, recordándome que aún estamos en el exilio.
Con calor y toda transpirada, decidí subirme a un autobús y viajar al Kotel, al Muro de los Lamentos, a rezar la plegaria de la tarde, Minjá. ¿Qué mejor lugar que los restos del Templo para rogarle a HaShem que de una vez por todas ponga fin al exilio?
Como suele suceder en Rosh Jodesh, el autobús iba repleto de gente. Al entrar en Jerusalén Oriental, enseguida tuve que cerrar la ventanilla, como medida de precaución, para que los árabes no arrojaran piedras dentro del autobús. Mirando por la ventanilla, vi que los árabes nos miraban con ojos llenos de odio y crueldad. Dondequiera que mirara, veía una sola cosa: ¡el exilio!
El año anterior había ido al Kotel la mañana de Tishá BeAv a recitar las Kinot, las plegarias que se dicen en Tishá BeAv. Cuando me bajé del autobús, la imagen que vi me hizo estremecer: sentados en felpudos de cañas había miles de judíos llorando por la destrucción del Templo, que tuvo lugar hace más de dos mil años. De pronto estaba apretujada entre un grupo de mujeres etíopes, con sus coloridos turbanes, y un grupo de muchachas norteamericanas de Beit Yaakov vestidas a la moda. Me quedé impactada ante la imagen de tantas personas provenientes de tantas culturas diferentes y todos unidos en su anhelo por la redención.
Ahora, un año más tarde, todavía estábamos en el exilio. Lo único que podía hacer era acercarme al Muro y orar para que se reconstruya el Templo.
Después de que el autobús pasó Shaar Shejem, la Puerta de Damasco, se pasó al carril de la izquierda, casi atropellando a un policía que iba en su moto. Este encendió la sirena y nuestro autobús se detuvo junto al cordón de la acera. Todos se fijaron en el reloj, a ver qué hora era, preguntándose si llegarían al Muro antes de la puesta del sol.
El policía subió de un salto al autobús, rojo de furia: “¡CASI ME MATAS, IDIOTA! ¿CÓMO HACES ALGO ASÍ?”.
“Selijá” (Discúlpeme), respondió el chofer.
“¡SELIJÁ, SELIJÁ!” replicó el policía con sarcasmo. “CASI ME ATROPELLAS Y LO ÚNICO QUE SE TE OCURRE DECIR ES ‘SELIJÁ’?”.
“Selijá”.
“¡SELIJÁ, SELIJÁ! ¡ESTÚPIDO! SI ME HUBIERA MUERTO ¿TAMBIÉN ESTARÍAS DICIENDO ‘SELIJÁ’?”.
“No fue mi intención. De verdad, le pido perdón, Selijá”.
“NO FUE TU INTENCIÓN… JA JA JA, ¡PERO CASI ME MATAS! ¿Y LO ÚNICO QUE SE TE OCURRE DECIR ES SELIJÁ?”.
“Lo lamento, de veras. Selijá”.
El policía estaba furioso. Le ordenó al chofer que saliera del auto y continuaran su “conversación” en la calle. El sol estaba por ponerse. Algunos de los pasajeros empezaron a rezar Minjá. Otros se pusieron a decir Tehilim, Salmos. Y otros, como yo por ejemplo, nos quedamos ahí sentados sintiendo lástima de nosotros mismos. “Uf… ¿por qué justo ahora? Hasta que una vez vengo al Kotel a rezar, pasa esto. Para cuando llegue al Kotel voy a tener que dar media vuelta y volver igual que vine”.
Pero entonces, como por arte de magia, un rayo de esperanza penetró en la penumbra de este día de duelo. El policía y el chofer dejaron de discutir. Se miraron el uno al otro y se dieron un abrazo. Se dieron unas palmaditas en la espalda y se volvieron a abrazar. Se dieron la mano y volvieron al autobús, abrazados. Parecía que eran dos amigos inseparables.
De pronto, el día me pareció un poco menos opresivo y más lleno de luz. Al mirar a los demás pasajeros, vi que muchos sonreían. Un aura de paz nos invadió a todos. Las barreras que nos separaban parecían estar derritiéndose. Todos nos sentimos como una misma nación, con un mismo objetivo.
El Templo fue destruido por el odio y será reconstruido únicamente cuando se restaure el amor entre los hermanos.
8/01/2022
Shalom. Disculpas creo qué me confundí escribí el comentario en el nombre. Mi comentario es poner en práctica lo que la Torá nos enseña, en el amor nos dice, amaras a tu prójimo como a ti mismo, amando a nuestro prójimo podemos decir que realmente amamos también a HASHEM. Por qué de no ser hacer así nos engañamos a nosotros mismos decir que amamos a HaShem y detestamos a nuestro prójimo. HaShem los bendiga a todo el equipo Breslev. Gracias por su trabajo 🥰🇮🇱