Un milagro de Sucot

Estoy hablando con Hashem. Siempre podemos hablar con Hashem. Él nos escucha; nos escucha todo el tiempo.

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Rabino Shalom Arush

Posteado en 29.09.23

Me llamo Meir y dentro de poco voy a cumplir ocho años. En la festividad de Sucot, vinieron mis primos de visita, que se pusieron a jugar entre ellos mismos junto con mi hermano, que es un año mayor que yo. El juego que jugaron se llama “la fiesta del té”. Para el que no sabe, es una fiesta en la que cada uno trae tortas, bebida dulce, papas fritas, pretzels, etc y todos se sientan juntos a comer y festejar.

Yo les pedí si podía jugar con ellos, pero no me dejaron. Me dijeron: “Ahora nosotros jugamos solos y no queremos que juegues con nosotros”. Yo tenía mucha hambre y además me puse triste porque me dejaron afuera.

Fui a buscar a mi papá, que estaba sentado en la sucá. Lo vi hablando pero no vi a nadie al lado suyo, así que le pregunté con quién estaba hablando. Él me respondió: “Estoy hablando con Hashem. Siempre podemos hablar con Hashem. Él nos escucha; nos escucha todo el tiempo. Hashem quiere que hablemos con Él y Le pidamos que nos ayude con cada problema que tenemos”.

Le dije a mi papá: “Los primos no quieren que yo juegue con ellos”. Y mi papá me dijo: “¿No? Entonces vete a un rincón. Habla con Hashem y pídele que acepten que juegues con ellos. Pero antes dale las gracias a Hashem de que hasta ahora no hayan querido jugar contigo”.

Eso fue lo que hice. Le pedí a Hashem: “Hashem, gracias que hasta ahora los primos no quisieron jugar conmigo. Hashem, ayúdame para que ahora sí quieran”. Entonces fui adonde estaban ellos y otra vez no quisieron. Volví donde estaba mi papá y le dije que había hecho lo que me dijo pero que no sirvió de nada.

Mi papá me dijo que tal vez no había pedido lo suficiente y que se lo pidiera tres veces más y que Le diera las gracias a Hashem de que hasta ahora no habían querido jugar conmigo y que recién entonces volviera a preguntarles. Y eso fue lo que hice. Fui a un rincón en el que nadie podía oírme y Le dije a Hashem: “Tengo hambre y ellos juegan a que comen. Gracias, Hashem, de que hasta ahora no me hayan dejado jugar con ellos. Por favor, haz que me dejen jugar con ellos”. Cuando terminé de pedirle a Hashem, fui a pedirles a ellos y otra vez no me dejaron.

Entonces volví otra vez con mi papá y empecé a decirle que no funcionó y que yo tenía hambre y mientras estaba hablando, llegó mi primo y me dijo: “Ahora en el juego nosotros jugamos a que somos tus sirvientes. Tú te vas a sentar a la cabecera de la mesa, como el rey, y nosotros te vamos a traer las golosinas en bandeja”.

Me sentaron en el comedor encima de una manta de colores y pusieron delante una mesita y me trajeron una bandeja (que en realidad era la tapa de un juguete). Sobre la bandeja pusieron un plato lleno de tortas, papas fritas, pretzels, algunas frutas y un vaso de bebida fría.

Mi papá pasó por ahí y al verme sentado como un rey, se puso a reír. Me dijo: “Mira lo que hace la plegaria. No solamente que aceptaron que jugaras con ellos sino que Hashem les dio la idea de que te sirvieran como a un rey”.

Así fue como aprendí que si Le pedimos algo a Hashem, Él nos da el doble y muchas veces incluso más.

Todas estas historias nos enseñan que si educamos a los niños en el camino de la Torá y la emuná, no sólo que les estamos proporcionando herramientas maravillosas para toda la vida sino que estamos literalmente dándoles una vida fácil y buena. Y esa es esencialmente nuestra tarea como padres: aumentar y mejorar la emuná y el camino de la gratitud de las próximas generaciones.