Ceder o no Ceder – Esa es la cuestión!

El hombre que estaba sentado en su asiento miró a Simon como si este último acabara de aterrizar de una aeronave proveniente de Marte.

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Rabino Lazer Brody

Posteado en 05.04.21

Este relato verídico lo oí de boca del famoso conferencista israelí, el Rabino Yehuda Yosefi de Bnei Brak.

A fines del verano, cuando ya se aproximan las Altas Festividades, el precio de los asientos en la sinagoga se disparan por las nubes, y en especial en las sinagogas más grandes. Simon Cohen pagó un precio muy alto por el asiento que tuvo el privilegio de obtener, en el medio de la primera fila de una de las más prestigiosas sinagogas de Bnei Brak.

Con todos los preparativos de la víspera de Rosh Hashaná, Simon estaba muy apurado. En siete minutos iba a comenzar el rezo de Minjá y todavía tenía que ir a la sinagoga, para lo que tarda ocho minutos. Simon fue caminando a paso ligero y llegó a la sinagoga en tiempo récord, justo cuando el jazán (cantor) estaba preparándose para iniciar los rezos. Simon suspiró aliviado y se dirigió de prisa al asiento que le habían asignado.

Pero entonces Simon se quedó duro: había otro hombre sentado en su mismo asiento.

“Discúlpeme, señor; este es mi asiento”, dijo Simon lo más amablemente que pudo. No quería enojarse veinte minutos antes de Rosh Hashaná…

El hombre que estaba sentado en su asiento miró a Simon como si este último acabara de aterrizar de una aeronave proveniente de Marte. Y con tono indignado, el aparente transgresor le dijo: “No, discúlpeme usted a mí, señor, pero está equivocado. Fíjese el nombre que figura en la silla – dice “Simon Cohen”, y ese soy yo! Yo compré este asiento con una importante suma de efectivo y mucho me temo que va a tener que conseguirse otro asiento”.

El hombre que estaba parado, al que vamos a llamar a partir de ahora “el primer Simon Cohen”, se quedó pasmado. Tratando de evitar una discusión, de inmediato fue a llamar al gabai, que es el responsable de los asientos de la sinagoga. El primer S. C.. tenía  el recibo firmado en su libro de oraciones, firmado por el gabai de la sinagoga, y que daba testimonio de que él había pagado nada más ni nada menos que 250 dólares por su asiento en la primera fila. Pero entonces el segundo Simon Cohen sacó enseguida de su bolsillo un recibo similar, gruñendo: “Este es mi asiento y no tengo la menor intención de renunciar a él”. En una confusión aparentemente fruto del caos que reina antes de las festividades, el gabai por equivocación había vendido el mismo asiento dos veces.

Rojo como una remolacha, el gabai admitió su error y le pidió disculpas al primer Simon Cohen. Con gotas de transpiración cayéndole por la frente, el avergonzado gabai llevó a Simon Uno a un rincón de la sinagoga y le rogó: “Por favor, Sr. Cohen, por favor perdóneme. Cometí  un terrible error – cuando vi su nombre en la lista, pensé que era solamente una reservación en su nombre, y entonces cuando llegó el otro Simon Cohen, yo pensé que se trataba de usted, que venía a pagar su asiento. Yo sé que esto es una terrible afrenta para usted y un tremendo error de mi parte, pero le prometo que voy  a hacer todo lo posible por corregir la falta. Ahora la sinagoga está abarrotada de gente. Puedo darle un asiento que tengo libre en la última fila, pero mañana a la mañana va  a haber menos gente en la sinagoga y entonces le voy a guardar un asiento en la primera fila”.

“¿Eso es todo lo que puede hacer?”, preguntó el primer Simon Cohen.

“Me temo que sí”.

El primer Simon Cohen miró el reloj; en unos contados minutos iba a ser la puesta del sol y el comienzo del Día del Juicio. No tenía sentido  ponerse a discutir ahora con el otro Simon Cohen ni avergonzar al ya humillado gabai. El primer Simon Cohen aceptó la proposición del gabai y fue a sentarse a la última fila. Allí casi no circulaba el aire y apenas si podía  oír al cantor. El calor israelí de fines de verano junto con la falta de ventilación lo dejaron somnoliento, se le cerraron los párpados de la pesadez y Simon Cohen… se durmió!
 
Entonces el santo Rabino Menajem Man Shaj, de bendita memoria, director de la Yeshiva de Ponevezh, se le apareció en un sueño, diciéndole: “Todo el que renuncia a algo ante otra persona para mantener la paz y evitar una discusión nunca sale perdiendo. Tú, Simon, haz hecho precisamente eso. Ciertamente serás bendecido…”.

La imagen del Rav Shaj se esfumó y Simon Cohen se despertó. Ya no sintió la incomodidad ni la pesadez de antes y oró con gran alegría. Y ese resultó ser el mejor Rosh Hashaná de toda su vida…

Al año siguiente, el primer Simon Cohen tuvo una gran sorpresa el primer día de Rosh Hashaná: fue el sandak en el brit (circuncisión) de su primer nieto. Y fue una alegría muy especial, porque su hija hacía ya cinco años que estaba casada y todavía no había tenido hijos. El  noble acto de su padre causó un gran impacto en el  Cielo y entonces todos los obstáculos simplemente desaparecieron.

El Rabino Shaj, así como muchos otros tzadikim, prometió que todo el que ceda ante el otro en una discusión jamás va a perder  nada. Esto es como  un cheque firmado que cualquiera de nosotros puede hacer efectivo. Por eso, mantengámonos siempre alejados de las peleas y los enfrentamientos, incluso si tenemos razón. Esa es la verdadera victoria!
 
 
 
 

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1. guillermo torres rdz

10/31/2014

Valiosa lección de humildad Gracias, el Creador los bendiga

2. guillermo torres rdz

10/31/2014

Gracias, el Creador los bendiga

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