En vez de gritar, ¡cuenten un cuento!

Por desgracia, los que no están felices consigo mismos es sabido que obtienen un placer sádico del hecho de pisotear a los demás...

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Rabino Lazer Brody

Posteado en 17.03.21

 “Estas son las palabras que le dijo Moisés a todo Israel…” (Deuteronomio 1:1)

 

Muchos de los grandes tzadikim de la historia se negaron a reprender a sus discípulos. Rabí Najman de Breslev nos enseña que a pesar del precepto que tiene la Torá de reprender al prójimo, son muy pocos los que son capaces de hacerlo sin contravenir la estipulación de la Torá de que se debe reprender sin avergonzar. Además, son muy pocos los que verdaderamente son capaces o están calificados para reprender a los demás. Si el propio Rabí Akiva dijo que no había nadie en su generación capaz de reprender a los demás, entonces ¿qué podemos decir en la nuestra?

 

Entonces ¿cómo hacía Rabí Najman para encaminar a sus discípulos por el buen camino? Les contaba toda clase de historias a partir de las cuales ellos podían llegar a las conclusiones debidas por sí solos. Por ejemplo, él no les decía que dejaran de ir en busca de dinero, sino que les contaba de un pueblerino a quien la mala inclinación le vendió un caballo mágico a cambio de unos cuantos rublos; la gente le ofreció por el caballo toda clase de sumas, pero el pueblerino nunca se daba por satisfecho, ni siquiera con una ganancia del mil por ciento. Él quería más y más, hasta que por fin el caballo desapareció, siendo tragado por una bomba hidráulica. Entonces el pueblerino se volvió loco. Este es uno de los más contundentes relatos de Rabí Najman, y hasta es cómico cuando uno lo cuenta, pero transmite perfectamente el mensaje sin herir los sentimientos de nadie.

 

¿De dónde aprendió Rabí Najman la táctica de contar un cuento en vez de gritarle al otro? Si no me equivoco, lo aprendió de la frase “Estas son las palabras que le dijo Moisés a todo Israel…”. El Libro de Deuteronomio es básicamente el testamento y la última voluntad de Moisés, su discurso al Pueblo de Israel al cabo de sus cuarenta años en el desierto, justo antes de que ellos cruzaran el Río Jordán para entrar a la Tierra de Israel. Moisés cuenta dónde estuvieron y hace mención de lugares tales como Di Zahav, que significa “el lugar del oro”. Rashi señala que en ninguna parte la Torá menciona ese lugar. Al oír mencionar ese nombre todos iban a recordar el pecado del Becerro de Oro y la necesidad de vivir su vida en penitencia. Sin embargo, nadie iba a sentirse avergonzado, porque él no estaba señalando a nadie con el dedo.

 

Todo conferencista, y en especial si se trata de un rabino o maestro que quiere transmitir un mensaje de ética y moral, debe tener muchísimo cuidado de evitar toda clase de reprimenda directa que pueda avergonzar a la gente. En el caso del conferencista que tiene por único objetivo santificar el Nombre de Hashem, es sabido que existe un fenómeno espiritual muy conocido respecto a que no importe de lo que hable, Hashem va a hacer que la persona que lo escuche reciba el mensaje exacto que tiene que escuchar. El conferencista temeroso de Hashem va a pensar dos veces antes de dejar salir de sus labios una palabra de reprimenda directa.

 

Cuánta gente se permite el lujo de reprender a los demás. Por desgracia, los que no están felices consigo mismos es sabido que obtienen un placer sádico del hecho de pisotear a los demás. ¿Cuántos niños llegaron a darle la espalda al judaísmo por culpa de padres que les gritaban o maestros que los avergonzaban delante de sus compañeros, hermanos o amigos? Sólo Hashem sabe… Pero una cosa es clara: la mitzvá de la reprimenda es muy peligrosa – y el que la use deberá hacerlo con el máximo cuidado.

 

Como cualquier otra mitzvá, la mitzvá de tojajá (reprimenda) exige una debida preparación. Antes de reprender a los demás, piensen que si existe aunque sea la menor posibilidad de que puedan avergonzarlos o molestarlos, entonces está prohibido hacerlo. En cualquier caso, uno tiene que plantearse cuatro preguntas antes de reprender, o incluso criticar, a alguien:

 

  1.  No existe la posibilidad de que mi reprimenda o mi crítica le cause vergüenza a esa persona?
  2. Acaso amo a esa persona y quiero lo mejor para él-ella?
  3. ¿No tengo ni siquiera la más mínima pizca de arrogancia o goce sádico del hecho de reprender a este individuo?
  4. ¿Acaso entiendo a fondo la situación de este individuo  y estoy seguro de que esta reprimenda será útil para él-ella?

 

Si no pueden responder a las cuatro preguntas con un resonante “Sí”, entones mejor que no digan nada… Hay que cuidarse mucho de no herir los sentimientos de los demás, porque esto es algo muy difícil de reparar. Y si Moisés y Rabí Najman eligieron contar en vez de gritar, entonces nosotros también deberíamos hacer lo mismo.

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