Tu dinero o tu vida

Al salir afuera, oí el ruido más fuerte y más ensordecedor de toda mi vida. Fue como si se hubiera derrumbado un rascacielos.

2 Tiempo de lectura

Yehudit Channen

Posteado en 17.03.21

Era una calurosa mañana de verano y yo estaba a punto de sufrir un colapso. Mi marido y yo hacía ya varias horas que estábamos dando vueltas repletos de bolsas comprando los utensilios escolares para nuestras dos hijas menores. Ellas tenían hambre y todos necesitábamos urgente salir del sol.

 

Un minuto más tarde estábamos afuera de un simpático restaurante lácteo estudiando el menú. Todo sonaba delicioso y yo quería entrar. Mi marido, no. “Mira qué precios! Yo no voy a gastar semejante fortuna en un plato de fideos! Podemos comer eso en casa”.

 

“Pero justamente de eso se trata”, respondí. “Es bueno ir a comer afuera de vez en cuando a un lindo restaurante”.

 

Por esa época, nuestras salidas consistían en ir a comer felafel y dar una vuelta. Pero mi marido se mantuvo firme y después de suplicar otro minuto más, al final cedí.

 

Fuimos al negocio de al lado y pedimos pizza. Yo me sentí en el banquito sintiéndome una pobrecita. Los utensilios escolares nos habían costado una fortuna y como siempre no nos había quedado plata para darnos un gusto. Yo sabía que mi marido tenía razón pero sentía que me merecía un poco de autocompasión. ¿Por qué Dios era tan duro con nosotros? ¿Cuántos años más íbamos a tener que luchar por cada shekel? Los dos trabajámos muy duro pero con nueve niños no era fácil.

 

Sintiéndome como una verdadera mártir, me comí mi porción de pizza en silencio. Tardamos diez minutos en terminar la pizza y entonces salimos de la Torre Campana en la calle King George en el centro de Jerusalén.

 

 

Al salir afuera, oí el ruido más fuerte y más ensordecedor de toda mi vida. Fue como si se hubiera derrumbado un rascacielos. Después de unos pocos segundos de absoluto silencio, la gente se puso a gritar y a correr en todas direcciones. El restaurante Sbarro, el lugar donde tan desesperadamente yo había querido sentarme a comer, acababa de explotar en un atentado terrorista!

 

Un hombre salió tambaleando vestido con un sombrero y un delantal blancos, pero no era salsa de spaghetti lo que lo cubría. No podía hablar. Solamente se nos quedó mirando con la mirada en blanco cuando le preguntamos si estaba bien. Había ambulancias, sirenas y soldados por todas partes. La gente lloraba y era difícil pasar por entre las multitudes.

 

Tardamos varias horas en volver a nuestra casa en Gush Etzion. El tránsito estaba totalmente congestionado. Recuerdo abrazar con fuerza a mis hijas y darle las gracias a Dios una y otra vez.

 

La próxima vez que sientan que están recibiendo la peor parte de un trato, es muy posible que estén recibiendo justamente la ganga de sus vidas. Si hubiéramos tenido más dinero, nos habríamos sentado a comer en Sbarro. Así de simple.

 

Yo me enojé con Dios por no darme ese almuerzo. Él se aseguró de que yo siguiera con vida hasta la cena…..

Escribe tu opinión!

Gracias por tu respuesta

El comentario será publicado tras su aprobación

Agrega tu comentario